Hablemos claro
Cansado empieza a estar el personal andaluz de ser el destinatario de esa bella palabra, "solidaridad". Bien mirada, y harto escuchada, se va cayendo en la cuenta de que hay en ella una trampa mortal. Si necesitamos la solidaridad de los demás es que somos pobres, irremediablemente pobres, mientras que los otros son ricos, estupendamente ricos. Y ha de obligárseles, por ley, a ser generosos. Pero bueno, ¿quién ha inventado ese cuento chino?
Hora va siendo de poner algunas cosas en su sitio, dejando a un lado banderas y castañuelas. El ámbito económico-financiero de un Estado es una red de interdependencias, en la que todos construimos el edificio común de la hacienda pública. Los contribuyentes no son las regiones, o las autonomías, sino las empresas y las personas concretas. Cierto es que la mayoría de las grandes empresas tributan en Madrid, en Vitoria o en Barcelona. Pero eso es una circunstancia obligada por un determinado modelo. Si el modelo fuera otro, por ejemplo, que esas empresas cotizaran en sede de las distintas autonomías por lo que facturan en ellas, probablemente Andalucía saldría ganando de todas: de las eléctricas, de las automovilísticas, de las de comunicación..., pues no en vano somos la segunda región más extensa y la más poblada.
Por supuesto que ese modelo tiene mucho que ver con la política y con la historia, donde no todas las partes de España han jugado el mismo papel en el desarrollo económico del país. Pero es que, también desde ese punto de vista, Andalucía saldría ganando. En primer lugar, porque se nos debería resarcir de que el beneficio agrario andaluz fue a parar a los bancos centrales y vascos, dado que a los señores andaluces no les convenía invertir aquí, para salvaguardar un modelo de explotación humana, de hondas raíces feudales. Y a los señores banqueros o industriales del centro y del norte también les venía de rechupete ese mismo modelo. El cual, de rebote, obligaba al excedente de mano de obra andaluza a emigrar, y no por cierto a hoteles de lujo. Así fue como se levantó el País Vasco en el siglo XIX, con mano de obra barata andaluza (y extremeña, leonesa, etcétera), que convertía en desarrollo local el hambre y el sudor de los pobres de fuera. Y así fue como se levantó Cataluña durante la etapa franquista: con mano de obra mayormente andaluza, dócil y de excelente calidad, por cierto.
A algunos catalanes y vascos se les olvida con demasiada facilidad que fue Franco quien protegió sus respectivas industrias, porque le convenía consolidar ese mismo modelo dual, el de la España rica y el la España pobre. Y que hasta mediados los sesenta, en este país, no cualquiera podía crear una industria, pues para ello se precisaba de un permiso expreso de la dictadura, que sólo con cuentagotas lo concedía fuera de aquellos territorios. Y que cuando hizo falta enjugar los cuantiosos déficits de Seat, o remediar desastres naturales como las inundaciones del Bajo Llovregat, ahí estaba papá Estado, o sea, todos los españoles, para socorrerles. Como ahora tendremos que socorrer a los damnificados del túnel del Carmel, en su mayoría inmigrantes de otras regiones, qué casualidad. ¿Solidaridad? No, hombre, tampoco. Eso se llama cohesión, Estado Social. A ver si nos aclaramos.
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