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Demasiado generalista

Nunca haremos bastante por trabajar en la simbiosis Universidad-empresa. Pero poner demasiado el acento en esta cuestión puede hacernos olvidar otras. La creación del Espacio Europeo de Educación Superior peca de esa debilidad. Se espera de los nuevos grados -la mayoría de ellos de tres años- que hagan compatible una formación generalista con la preparación necesaria para incorporarse al mercado laboral al finalizar ese periodo, sin necesidad de realizar inmediatamente un posgrado. Como poco, resulta difícil compaginar una cosa con la otra. Las ambigüedades suelen componerse de una intención decidida y un ropaje de otra talla que la justifica. Aquí la preparación para la profesión es la estrella, y el concepto de generalidad la nebulosa. El objetivo prioritario se ha polvoreado, desde fuera, con una mística personalizadora, empática, moderna e interactiva: como si el montaje mismo garantizase el éxito, aunque la cosa por dentro esté muerta.

Si esta ambigüedad ya es preocupante para el conjunto de la reforma, suprimir una titulación con la implantación social de las Humanidades en nombre de un concepto tan resbaladizo resultaría una irresponsabilidad política tremenda. La Subcomisión de Humanidades descartaba el pasado 13 de abril la posibilidad de incluirla entre los nuevos grados por "demasiado generalista" y "poco adaptada al mercado de trabajo". Realmente, es un alivio descubrir que la propia subcomisión pone en evidencia las tensiones internas de su planteamiento. Los grados tienen que ser generalistas, pero no demasiado. Quizá estará bien añadir ese matiz en adelante, aunque podemos preguntarnos cuál es el poder de un matiz ante la fuerza de la vida misma: 12 años de licenciatura, 29 universidades que la imparten, un alto grado de satisfacción entre los alumnos, y un índice de inserción laboral que ha puesto en crisis la creencia de que los licenciados de letras lo tienen más difícil para encontrar trabajo. Así lo demuestra el informe elaborado por el departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra (disponible en Internet), que además de conceptos claros baraja cifras contantes y sonantes. Afortunadamente, en 2010 no viviremos un Fahrenheit 451. No va a haber quema de libros inútiles porque habrá grados como Filología y Filosofía. Pero Humanidades... ya veremos: dan trabajo pero son demasiado (?) generalistas.

Además de atención a las cifras, pediría a la subcomisión un poco de memoria histórica: en los años setenta la carrera de Filosofía y Letras se escindió en diversas especialidades, y a la vuelta de 20 años se impuso la necesidad de volver a ofrecer una formación interdisciplinar. Así surgió la licenciatura de Humanidades. Más de 10 años de crecimiento y una treintena de universidades: ¿habrá sido un error? Y si fuera así, ¿por qué cortarle el cuello en plena flor de la vida? Si no tiene futuro, ya desaparecerá sin necesidad de que lo decida ninguna comisión. Por otro lado, no deja de ser curioso que una universidad de Monterrey (México), "para adecuarse a las necesidades del mercado", haya decidido sustituir las licenciaturas de Historia y Filosofía por una más generalista que se llama ya Humanidades. México es México y España es España pero, precisamente por eso, ¿no valdrá aquí aquello de que lo que funciona, mejor no tocarlo?

Un profesor de publicidad -una clasificación le ha puesto recientemente como el tercer publicista más creativo del mundo- nos aconsejó un día en clase que si un director de comunicación, al llegar a una empresa, empezaba por cambiar el logotipo, le agradeciéramos enseguida los servicios prestados y buscáramos a otro. Pues bien: creo que la Subcomisión de Humanidades nos pide que cambiemos el logotipo, y algo más que el logotipo, sin haber hecho antes un verdadero trabajo de campo (no será por mala disposición de los departamentos de Humanidades). Es síntoma de una enfermedad, el pragmatismo idealista, que parte de la ingenua asunción de que, cambiando el envoltorio, el regalo ya se arreglará solo. Un pragmatismo ingenuo -peligroso- porque su idealismo cree en las varitas mágicas. Y a veces utiliza la varita para mejorar algo que ya funciona sin preguntarse por qué. Si funciona, no lo arregles, por favor.

Los profesores y responsables de las titulaciones de Humanidades somos de otra escuela: el idealismo pragmático. Cambiemos el adjetivo de lugar, porque lo sustantivo aquí es la idea: si hay una buena idea, ya sólo falta que sea práctica. Pero si se es práctico sin una idea clara acerca del objeto de la operación, ya se puede ser muy buen cirujano que habrá que empezar a pensar qué diremos a los familiares. Idealistas y a la vez prácticos, decía, porque estamos comprobando que el generalismo de esta titulación proporciona la versatilidad y creatividad que pide el mercado de trabajo.

Parece, pues, que hemos copiado la letra del sistema norteamericano, pero no el espíritu. Allí los empresarios dicen que les interesan personas creativas, con capacidad de trabajo y de aprendizaje. Especialistas en sentido común, en definitiva, por su familiaridad con lo humano. Cuando un alumno copia en un examen se le suele descubrir por la incoherencia entre letra y espíritu. Aquí no hay un profesor para suspender pero, como nos dijo un inolvidable profesor de literatura, "yo no les suspendo: ya les suspenderá la vida". Sin embargo, parece que tenemos demasiada prisa por asegurarnos de que de verdad los universitarios salen preparados para la profesión, cueste lo que cueste. Si se puede aprobar el examen copiando, ¿para qué dedicar horas a profundizar? Me veo en la obligación de devolverles la pelota: frente al exhaustivo y razonado informe de la Pompeu Fabra, las conclusiones de la subcomisión son demasiado generalistas y poco adaptadas a la realidad universitaria y laboral. Se debiera prestar más atención al consejo de sabios: a una titulación que, de sobrevivir, en 2010 llevará 18 años trabajando en una formación generalista solvente.

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Carles Ayxelà Frigola es profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad Internacional de Cataluña (UIC).

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