Viaje al epicentro de la sequía
Los labradores y ganaderos de dos pueblos de Los Monegros ven amenazado su modo de vida debido a la falta de lluvias
En Farlete, a 30 kilómetros de Zaragoza, a estas alturas del año ya sacan a las ovejas al campo, exclusivamente, para que hagan ejercicio, porque no es bueno que permanezcan todo el tiempo en el establo. Como el que saca al perro por el parque.
"Exactamente, para pasearlas, las sacamos para pasearlas", asegura José Luis Las Heras, de 42 años, ganadero, agricultor y vecino del pueblo. En toda esta comarca, situada en el árido corazón de Los Monegros, no existe esta primavera un bocado verde para el ganado, que desde octubre se alimenta sólo del pienso, de la alfalfa y de la paja que el dueño de cada rebaño coloca cada mañana en los pesebres. La sequía que sofoca España desde el invierno se reduce para muchos habitantes de grandes ciudades a una sucesión de soles en los mapas del tiempo del telediario. Para este pueblo de 400 habitantes censados que vive del cultivo de cereal y de las ovejas, significa existir: una mala racha de años secos puede acarrear que los vecinos decidan por fin tirar la toalla y emigrar a Zaragoza a trabajar y que la localidad desaparezca o se quede reducida a una aldea habitada por ancianos y veraneantes.
"Necesitaremos seis años buenos para recuperarnos de éste", afirma un agricultor
La planta del cereal, que verdea raquítica, "no levanta ni una cuarta"
Los más viejos de la zona dicen que no se han visto en otra como ésta. El padre de José Luis salía con las ovejas desde los años de la Guerra Civil. "Y él, que se acuerda de los vuelos rasantes de los bombarderos que acudían al frente, hace memoria y no se acuerda de una sequía tan dura en esta zona", añade Las Heras, que también es secretario provincial de la Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón (UAGA-COAG). Desde el otoño sólo ha llovido dos días y ha nevado otro. No confían en que llueva mucho más hasta el próximo otoño. "Alguna tronada sí vendrá, pero mala, de piedra, que acabe por llevarse hasta los caminos", dice Nicolás Uriel, de 62 años, también agricultor y ganadero. "Necesitaremos seis años buenos para recuperar todo lo que vamos a perder con éste. ¿Y quién nos asegura que vendrán?", se pregunta Jesús Calvo, un ganadero fuerte de 42 años al que todos llaman Monjo y que vive en un pueblo cercano, Monegrillos.
El sector agrícola español prevé que la sequía va a traducirse en pérdidas de más de 1.000 millones de euros. Regiones enteras de Aragón, Castilla-La Mancha, Extremadura o Andalucía dan por perdidas las cosechas de cereales o de leguminosas. Asimismo, el ganado de estas mismas regiones está siendo alimentado con pienso o alfalfa, lo que encarece su cría.
Las Heras, por su parte, calcula que cada agricultor de su pueblo y del vecino Monegrillos perderá, de media, unos 12.000 euros. "Las subvenciones europeas no lo cubren todo y muchos no tienen seguro, porque para las cosechas no salía rentable", explica. Alimentar a las ovejas en los establos cuesta al día de 20 a 30 céntimos por cabeza. Y los rebaños de los vecinos de Farlete o Monegrillo son de 1.000 cabezas de media. "Es lo mínimo para que pueda vivir una familia de la venta de corderos, así que eche la cuenta", explica Monjo. "A veces, cuando pasan estas cosas, piensas en rendirte. Pero es que no sabemos hacer otra cosa. Y no sabemos adónde ir", añade. "Además, nos gusta esto: este pueblo, nuestro modo de vida y este paisaje", explica José Ramón Agara, de 46 años.
Álex de la Iglesia eligió este paisaje para rodar dos de sus películas: Acción Mutante y Jamón jamón. También lo eligen a menudo los realizadores de anuncios de coches que persiguen llanuras inmensas atravesadas por una carretera solitaria. A lo lejos resaltan unas montañas no muy altas agrietadas por las torrenteras. Rodeando el pueblo se extiende una explanada interminable, salteada a veces de sabinas, un árbol fuerte, de madera tan dura que es difícil atravesarla con un clavo.
En verano se alcanzan temperaturas de 45 grados. "Hemos tenido pastores africanos que lo han dejado porque no soportan el calor", comenta Agara. En invierno no es extraño que se llegue a dos o tres grados bajo cero. "Además sopla el cierzo, que te corta la cara como un cuchillo y te hace sentir una temperatura mucho más fría", añade Las Heras. Es el único paraje considerado por los expertos como auténticamente estepario de Europa occidental. A estas condiciones extremas hay que añadir esta primavera la violenta sequía. La planta del cereal, que verdea en unas superficies raquíticas, no levanta una cuarta. "Y debería estar ahora a la altura de la cadera", explica Agara, que se agacha, arranca dos matas y las muestra: "Están débiles, medio muertas, sin raíz, sin potencia para hacer harina". De hecho, ya piensan, a la desesperada, en meter a las ovejas en los campos labrados de cereales, a fin de que, por lo menos durante un mes, se alimenten de ellos y así ahorrarse durante ese tiempo el dinero del pienso. "Y si no lo hacemos rápido, pues se secarán también", dice Agara.
Monjo compró hace dos años una cosechadora. "Me costó 17 millones y se los pedí al banco. Ahora me la comeré, ya que nadie en la zona va a querer contratarme porque nadie va a tener cosecha, y yo sí que voy a tener que seguir pagando al banco", explica. "Y como yo hay otros, que acabarán, hartos, cogiendo la maleta y rumbo a Zaragoza."
Con todo, Las Heras asegura que lo peor no es esta sequía. Lo peor, dice en el bar, es que a cada golpe al pueblo le quedan menos fuerzas, menos gente. Como a los cereales de este año: cada vez con menos raíces. Cuando él y Monjo iban a la escuela, eran más de 50 niños. Ahora hay siete. De hecho, el hijo mayor de Las Heras, de ocho años, no tiene a nadie de su edad entre semana con quien jugar. "Hemos pedido que nos traigan el regadío, como a otros pueblos de la comarca, pero es difícil y complicado". Farlete y Monegrillos se enclavan en una zona especial debido a la presencia de una colonia de avutardas, un ave protegida que necesita de espacios amplios, despejados y de clima estepario para sobrevivir. "Esto complicará las cosas y hará que aquí el plan de regadío sea mucho más caro y difícil, que no salga rentable, en una palabra, con lo que no tendremos, ni siquiera entonces, un modo de vida asegurado". Las Heras concluye diciendo que está muy cansado de que en España, a este paraje, se le conozca como El desierto de los Monegros. "Un desierto es donde no vive nadie, y aquí vive gente todavía". "Y no sólo avutardas", bromea Agara.
En el comedor del bar, la tele está encendida, aunque ninguno de los parroquianos que acompañan a Las Heras, que charlan de muy buen humor, hace caso al telediario. Todo cambia al aparecer en la pantalla el mapa de España del hombre del tiempo lleno de soles. Entonces todos dejan de hablar, de comer y de reírse.
Verano sin huertas familiares
El abastecimiento humano es la principal preocupación de la grave sequía que afecta a la mayoría del territorio español. A este respecto, el Gobierno aseguró el viernes que el suministro urbano está asegurado hasta septiembre.
Pero a esta preocupación le siguen las también graves consecuencias económicas que está teniendo en la agricultura y la ganadería. Los aproximadamente 1.000 millones de euros que ha costado hasta ahora la falta de lluvias y las heladas del pasado invierno, según cálculos del sector agrario, pueden aumentar dramáticamente si la sequía continua hasta las previsibles lluvias del próximo otoño. Hasta entonces, lo que llueva tendrá escasa repercusión en el campo y prácticamente nula en los caudales de los ríos y en las capas freáticas que suministran los pozos.
Arroyos y riachuelos secos y pozos sin apenas caudal son una grave amenaza estival para centenares de pequeños pueblos y aldeas españolas que no disponen de sistemas de abastecimiento asegurados, como ocurre en las grandes poblaciones. Y la imagen de las restricciones y los camiones cisterna llevando agua a esas pequeñas localidades de la España seca son una foto anticipada para los próximos meses.
Otra repercusión derivada de este verano seco afectará a los frutales y huertas, grandes y pequeñas. En muchos pueblos y aldeas, los meses de verano significan llenar la despensa cotidiana de frutas, verduras y hortalizas sembradas en primavera.
Pero sin el agua -de arroyos, riachuelos y pozos artesanales- que riegue las huertas, o con muy poco agua disponible, los frutos de esos cientos de miles de huertas este año serán escasos o nulos y ello tendrá su repercusión en las economías domésticas de sus habitantes.
Así, este año, adiós tomates, pimientos, judías verdes, patatas, calabacines, guisantes y otras exquisiteces artesanales habituales en la dieta estival, cuyos excedentes además se envasan y conservan para el invierno.
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