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Reportaje:EL PAÍS | Clásicos españoles

'Cántico'

EL PAÍS ofrece mañana, lunes, por 1 euro, el libro de poemas de Jorge Guillén. Con este título termina la colección.

Abrir los ojos, despertar, equivale a nacer, surgir de un mundo cerrado y oscuro a la luz, un acto gozoso que realiza el hombre de modo cotidiano y, con él, toma conciencia de lo que es "otro". Éste es el punto de partida de Cántico, de Jorge Guillén, precisamente el gesto a través del cual el alma se dirige a los ojos, traspasa con ellos el límite corporal, recibe la luz y se llena de asombro. Aparecen colores, formas, sonidos; el día se impone al caos, coloca las cosas en su sitio y se hace visible "lo extraordinario: todo". Y todo en el instante: "eternidad en vilo". Un solo deseo se expresa: "Ser, nada más. Y basta. / Es la absoluta dicha".

La poesía española tuvo que llegar a Jorge Guillén, es decir, a las primeras décadas del siglo XX, para alcanzar un canto del puro gozo, de exaltación, de luz cenital y abolición de las sombras. Con motivo dijo Dámaso Alonso de su obra que es "una interjección única, ampliada, intensificada". Se trata, de hecho, de un canto a la realidad tal cual es, viva incluso en el interior de lo más propio del hombre: el pensamiento.

Nacido en 1893, en Valladolid (murió en Málaga en 1984), Jorge Guillén, que contaba cinco años más que Lorca y diez más que Alberti, formó parte del grupo del 27, ese grupo tan innovador que no sólo no necesitó negar a sus antepasados, sino que reivindicó a los clásicos, a Góngora en primer lugar, pero también a Gil Vicente, san Juan de la Cruz, Quevedo, Lope o Villamediana, y asimiló estas reminiscencias, dando, en cambio, una poesía exactamente en la línea de la que llevaban a cabo sus contemporáneos europeos y americanos. Su búsqueda no era menos ambiciosa: "Arte en todo su rigor

poesía como arte de la poesía: forma de una encarnación", dice el mismo Guillén. Estos términos son aplicables a su propia obra, pues se trata, añade, de "algo irreductible al intelecto en estas bodas que funde idea y música. Idea es aquí signo de realidad en estado de sentimiento". E insiste: "Realidad, no realismo", "sentimiento, no sentimentalismo", "adhesión a la vida". Todo un decálogo que él cumplió hasta el final. Fue tan coherente, que durante muchos años dio el título de Cántico a sus poemas, ampliando el libro en sucesivas ediciones. En sus obras completas, Aire nuestro, éste encabeza las cinco series; le siguen como cauda: Clamor, Homenaje, otros poemas y Final.

Cántico se editó por primera vez en 1928 en la colección Nova Novorum, de Revista de Occidente (donde también vieron la luz, entre otras obras importantes, el Romancero gitano, de Lorca; Seguro azar, de Salinas, y Cal y canto, de Alberti). Tenía entonces 75 poemas. Vio una segunda edición (1936) con 50 poemas nuevos. La tercera, subtitulada Fe de vida (1945), constaba de 270 poemas, y la cuarta y definitiva (1950), de 334. Cántico se escribe entre 1919 y 1950, las "terribles sucesiones" -como Guillén decía- no afectaron a la integridad de esta obra, donde el "ser" es el leitmotiv y la unidad de lengua y estilo remiten al anhelo de perfección del poeta, que afirmó: "La palabra es signo y comunicación: signo de una idea, comunicación de un estado". Y también: "no hay más que lenguaje de poema modulado en gradaciones de intensidad y nunca puro. ¿Qué sería esa pureza, mero fantasma concebido por abstracción? La poesía existe atravesando, iluminando toda suerte de materiales brutos".

La forma de iluminar esos materiales, de Jorge Guillén, la entendió antes que nadie García Lorca, que en el año 27 le escribía: "El poema que no está vestido no es poema, como el mármol que no está labrado no es estatua. Por eso me gustan tanto tus poesías. Yo me admiro cuando pienso que la emoción de los músicos (Bach) se apoya y está envuelta en una perfecta matemática. Tus poemas tienen (sobre todo las décimas) polo y ecuador".

Ciertamente, en Guillén se da un tratamiento escultórico de la palabra (concepto, acento, ritmo) y una visión del mundo -tiempo y espacio- que nos remite a los pitagóricos, para los que la naturaleza se basaba en el número. Así, un bosque es una suma, los objetos son volúmenes, los miembros del cuerpo pueden resolverse "en acto", los amantes son "masas y luz", la amplitud tiene un centro: "lo uno", el otoño, "amor a la línea", el mar es "unidad presente", la ciudad está "loca de geometría", la primavera es "perfecta esfera". Y aún hay más: la mente del poeta, al recibir la luz y las formas a través del ojo, acoge el mundo en la idea y en ella lo ve real, vivo, de modo que el intercambio interior exterior comporta una vuelta de tuerca más: la realidad lo inventa. El hombre es paisaje y el paisaje, pasando por la abstracción, se humaniza. Por ello sólo la realidad permite el sueño y sólo el estar aquí permite el ser. Y el aquí es el universo, firmamento curvo, mundo en rotación y traslación. Se trata de exactitud, orden, armonía -hasta lo oscuro es perfecto "sin ornato"-. Se trata de plenitud, del "redondo ahora" -tan acorde con el cosmos-, de la perpetua sorpresa: "asombro de ser: cantar / cantar, cantar sin designio". Los poemas de Jorge Guillén, y concretamente de Cántico, son un don de luz para el lector. Que el aire profundo esparza nuestra gratitud.

MANUEL ESTRADA

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