800 intelectuales y artistas europeos debaten en París "unidos en la diversidad"
El presidente francés, Jacques Chirac, inaugura los Encuentros de la Cultura de la UE
Todo comenzó con una recepción en el palacio del Elíseo y un discurso del presidente Jacques Chirac. Predicaba ante convencidos, pero también ante buena parte de los ministros de Cultura de los Veinticinco, algunos mucho más liberales que los herederos de Malraux. La proclama chiraquiana a favor de "culturas que resistan la invasión de productos estandarizados" fue acompañada por un canto al derecho a "defender la diversidad de culturas en el mundo, porque la uniformización sería un daño inmenso". Chirac abrió los Encuentros Europeos de la Cultura, a los que asisten 800 intelectuales y artistas.
Finkielkraut: "Cada vez se habla más de cultura en todas partes menos en la escuela"
Sloterdijk elogió una UE "post-imperial, post-heroica y post-unilateral"
El presidente Jacques Chirac tranquilizó a quienes reprochan el excesivo estatismo del modelo francés al afirmar que, "si la cultura no puede quedar exclusivamente en manos del mercado, tampoco estar enfeudada al Estado". Obviamente, Chirac aprovechó la oportunidad para glosar las virtudes del Tratado Constitucional Europeo y pedir el voto para el sí, puesto que ahora "la diversidad cultural es elevada a rango de uno de los objetivos de la UE", una UE que no en vano tiene como nueva divisa la de "unidos en la diversidad".
Por la tarde, en la sala de la Comédie Française, una institución que tiene como lema "estar juntos y ser uno mismo", las cosas ya no funcionaron tan bien. De pronto, esa vieja idea, atribuida a Jean Monnet aunque no consta que él la verbalizase nunca, de que "había que empezar a construir Europa por la cultura", reveló sus límites y la dificultad del sueño. El discurso de apertura del filósofo Michel Serres tuvo efectos narcóticos. Ya casi nadie pareció saber de qué había que hablar y por qué estaba allí. Los filósofos que tenían que iluminar el camino de los creadores no se dejaron contagiar por la alegría que hubiera debido transmitirles el decorado de Las bacantes en medio del cual peroraron. Heinz Wismann coincidió en que "la integración no se hace borrando las diferencias", pero no pudo ir más allá de una verdad demasiado manida: "El principio motor de la cultura europea es la crisis".
El cineasta Andrzej Zulawski quiso contestar "el bla, bla, bla de unos ponentes que no saben salir de sus esquemas universitarios", pero fue obligado a callarse por un moderador tajante. Fue así como Peter Sloterdijk pudo proponer su elogio de una Unión Europea (UE) que es "posimperial, posheroica, posentusiasta, posmachista y posunilateral", es decir, que ha renunciado a conquistar por la armas nuevos territorios, que ya no rinde pleitesía a los héroes muertos en el campo de batalla, que acepta que entre democracia y escepticismo existe una correlación positiva, que asume por fin la igualdad de derechos entre sexos y se lleva bien con sus vecinos.
Que la realidad desmienta en parte los post de Sloterdijk -por ejemplo, todos los filósofos escogidos eran hombres- no preocupó al filósofo de moda, como tampoco al italiano Giacomo Marramao, para quien "Europa es el futuro de América", ni al portugués José Gil, para quien "la UE es una entidad huidiza". Una vez acabado el cupo de paradojas, Alain Finkielkraut probó una vez más que tener tablas en el arte oratorio ayuda a resucitar plateas. El filósofo francés criticó con gran brillantez el cosmopolitismo que a veces se defiende desde la UE -"mi ideal de Europa no es un aeropuerto"-, la tendencia "a poner la política bajo la autoridad del mercado", y se aplicó con gran don de la oportunidad una cita de Kundera -"soy un europeo que tiene nostalgia de Europa"-. Acabó con una constatación que ponía en cuarentena la convocatoria misma del encuentro: "Cada vez se habla más de cultura en todas partes menos donde debieran ponerse las bases para su existencia, es decir, en la escuela".
Rosa Regàs, directora de la Biblioteca Nacional española, se mostraba estupefacta ante un debate que no encontraba el camino. El crítico musical Juan Ángel Vela del Campo se congratulaba de la buena acogida que había obtenido en los talleres preparatorios del encuentro parisiense la experiencia del teatro del Liceo de Barcelona de retransmitir óperas en directo a más de 40 universidades. "Es una iniciativa europea que será adoptada por otros países", explicó. La cineasta Isabel Coixet coincidía en ello, al igual que la escritora Carmen Posadas.
El director de teatro Lluís Pasqual, la coreógrafa Blanca Li, el escritor y ensayista Jorge Semprún, la experta en patrimonio Rosario Díez del Corral, el escritor y académico Juan Luis Cebrián y el pintor y escenógrafo Eduardo Arroyo son algunos de los nombres que está previsto que asistan al encuentro, dentro de una delegación española en la que Carlos Alberdi, director general de Cooperación y Comunicación Cultural, reemplazaba a la ministra Carmen Calvo -que excusó su ausencia cuando fue invitada argumentando una cuestión personal, según informó ayer su jefa de prensa-, y en la que figuraban cantantes de distintos estilos como Luz Casal, Montserrat Figueras o Teresa Berganza, músicos como Jordi Savall, arquitectos como Ricardo Bofill o actrices como Marisa Paredes, entre otros.
El reparto de creadores europeos ilustres asistente es impresionante y hoy conoceremos los resultados de distintos talleres en los que ha participado gente como Constantin Costa-Gavras, Andrzej Wajda, Peter Brook, Stéphane Lissner, Patrice Chéreau, Michel del Castillo, Cees Nooteboom, Jeanne Moreau, Maximiliano Fuksas, Thomas Ostermeier, Michelangelo Pistoletto, Amin Maalouf, Ariel Goldenberg o Henri Loyrette.
La sombra del referéndum
La organización francesa lo había previsto todo menos el bochorno que, desde hace dos días, ha convertido París en una capital en manga corta. El Ministerio de Cultura galo preparó una gran carpa transparente, con sistema de calefacción incorporado, para ofrecer un almuerzo a todos sus invitados. El clima quiso sumarse a la fiesta, pero lo hizo con demasiado entusiasmo.
Antes de acabar el primer plato, escritores, ministros, funcionarios, pintores o bailarines parecían langostinos cocidos al vapor, boqueando ante una temperatura de más de treinta grados.
La anécdota meteorológica no pretende quitarle mérito a la convocatoria, que consiguió llenar las butacas de la Comédie Française y que mucha gente optase por seguir los debates desde el exterior, ante la pantalla preparada para tal eventualidad.
La sombra de un hipotético no francés en el referéndum que debiera confirmar la aceptación popular de la Constitución europea apenas ha interferido en las discusiones.
El filósofo Sloterdijk se atrevió a pedir, para el próximo 29 de mayo, "un sí saturado de noes, cuestión de moderar el optimismo". El resto de los ponentes, sin duda porque el complejo y farragoso texto constitucional no enamora, prefirió preguntarse "por esa figura espiritual que llamamos Europa" y recordarse que "la cultura no se hereda, sino que se conquista", una conquista que ayer pareció fuera del alcance de nuestros congestionados representantes.
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