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Columna
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Dinero

La política ha estado unida desde sus orígenes al dinero. Los enemigos de la política suelen caricaturizar esta relación original, insistiendo en las mil posibilidades de la corrupción. Hay políticos que reciben dinero de los dueños del dinero por hacer favores políticos a los dueños del dinero. Se trata de una relación comercial. Sin embargo, la verdadera hermandad entre la política y el dinero se basa en una relación política. Gracias a la política fiscal y a las inversiones públicas, los políticos intervienen en la realidad. El corazón de la política depende del modo en el que pensamos cómo se produce, se reparte y se invierte el dinero. Resulta lógico que haya una discusión política sobre el dinero entre neoliberales y socialdemócratas. Unos son partidarios de que cada monedero se quede con lo suyo, limitando no sólo la contribución de los ricos a la sociedad, sino las posibilidades de los pobres para salir de pobres. Esta ley de la selva y del más fuerte suele incomodar a los socialdemócratas, partidarios del equilibrio distributivo y la responsabilidad pública. Lo que resulta muy raro es que el debate político entre neoliberales y socialdemócratas se vea desplazado por una discusión entre catalanes y españoles. Está visto que los argumentos geográficos son tan convincentes como los intereses económicos a la hora de justificar limbos fiscales. Ya resultó significativa la falta de pasión política en el referéndum español sobre la Constitución europea. Políticos socialdemócratas y sindicatos defendieron con alegría una Constitución en la que el Banco Europeo consagraba su independencia del control político. Ahora la izquierda catalana quiere ponerle límites a la fiscalidad solidaria. Esto no hay quien lo entienda. Horas bajas, muy bajas para el ideal moderno de la democracia y la política, que son hoy un simple recuerdo melancólico frente a las inercias del mercantilismo.

Puestos a crear limbos fiscales, yo me atrevo a sugerir el modelo del Concordato como vía de ordenación territorial. Si lo disfruta la Iglesia de Roma, por qué no lo van a disfrutar las industrias catalanas. Se trata simplemente de no pagar impuestos ni sobre las rentas de las personas físicas, ni sobre el patrimonio, ni sobre las herencias, ni sobre los bienes inmuebles, y exigir que el Estado invierta con generosidad millones de euros para pagarlo todo, desde los sueldos de los profesores de religión hasta las reformas de los palacios arzobispales. La vía Concordato ofrece otras muchas ventajas, derivadas de la sustitución de la política por las esencias espirituales. A la muerte de Pasqual Maragall o de Carod Rovira, y espero que Dios les dé larga vida, hasta sus enemigos de la derecha afirmarían que eran unos santos. Y sus sucesores podrían ser elegidos, sin necesidad de políticos, por un Espíritu Santo catalán, que debe haberlo, justo, infalible y sapientísimo, al margen del compromiso social, y del internacionalismo moral, y de la conciencia de clase. El Espíritu Santo tiene trabajo en este mundo que renuncia a la política. Que empiece por mí y me ilumine. No comprendo nada; no comprendo ni siquiera a los que piensan como yo. Y pido excusas estilísticas por las veces que he empleado en este artículo andaluz la palabra política.

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