Aanjar, ciudad liberada
El espionaje sirio abandona la población que ha sido su sede en Líbano durante 30 años
Aanjar, durante casi 30 años capital de los servicios secretos sirios en Líbano, es una ciudad libre. Los responsables de la red de espionaje devolvieron antes de partir hacia Damasco a sus propietarios las llaves de una treintena de chalés que en su día fueron requisados para servir de oficinas y albergue de los agentes del Muhabarat. Ayer, la euforia se palpaba en las calles de esta población situada en el corazón del valle de la Bekaa, a pocos kilómetros de la frontera de Siria, como si para nada le importaran las voces que desde el Parlamento de Beirut anunciaban que las elecciones legislativas empezarán a celebrarse el 29 de mayo.
Henri Baghdassarian, de 68 años, respira hondo. Su ciudad acaba de ser liberada. Los 7.000 vecinos de la villa, en su mayoría pertenecientes a la comunidad armenia, se disponen a festejar el acontecimiento, mientras él ha optado por recorrer por primera vez en muchos años el recinto de la vieja ciudadela omeya, convertida hasta hace poco en residencia de un centenar de agentes de los servicios secretos sirios.
Baghdassarian ha recobrado con todas sus atribuciones el trabajo de guía en las ruinas, y ha acompañado a sus primeros visitantes entre las piedras. Pero ayer no sólo habló de historia antigua, también lo hizo de historia moderna, de los últimos acontecimientos vividos en su pueblo y de la salida de las tropas sirias, que habían convertido este recinto arqueológico en una "ciudad prohibida".
Las huellas de los funcionarios sirios aún son palpables en el recinto, especialmente en el interior y exterior de los viejos comercios construidos en el siglo octavo, que fueron utilizados en algunos casos de cocina, y en otros, de dormitorio. En el suelo, junto a las entradas de los habitáculos, aún humean las hogueras en las que los agentes quemaron antes de partir documentos confidenciales y personales, mientras apuraban y arrojaban entre las matas las últimas botellas de whisky, de Chateau de Musar o de arnak, la bebida local.
"El patio del Gran Palacio de verano de los califas de Damasco no servirá nunca más de campo de fútbol de los espías de Bachar el Asad", comenta con convencimiento el guía, tratando de dar por acabada una historia que se inició en 705, cuando la ciudad fue construida para alojar a 12.000 habitantes, y que finalizó ayer con la salida de los últimos soldados y agentes de los servicios secretos sirios.
Itidal Abdel Rahmane, de 52 años y vecina de Aanjar, ha roto también el silencio. Esta mujer recuerda que a lo largo de las tres décadas de ocupación los agentes sirios se llevaron a una decena de jóvenes del pueblo y que durante todo ese tiempo prohibió a sus familiares, bajo amenazas, interesarse por ellos, como si quisieran así transmitirles de manera indirecta la noticia de sus muertes.
"Queremos la cabeza de Rustom", aseguraban a gritos los vecinos en referencia descarada hacia el jefe de los servicios secretos militares sirios, el general Rustom Ghazale, que durante los últimos años ha vivido en un rincón privilegiado de la ciudad, en uno de los chalés más lujosos y modernos requisado a un notable del pueblo.
La residencia del odiado general la ocupan ahora las tropas libanesas, que han colocado a lo largo de su perímetro alambres de púas y han declarado la vivienda "zona militar cerrada". Los soldados del Gobierno de Beirut también han declarado "cerrado" un enorme almacén conocido por los vecinos como la "fábrica de las cebollas", en la que se asegura que se encerraba y torturaba a los detenidos. Algunos insinúan que cientos de cadáveres están enterrados en sus cimientos. Por un momento, la alegría de Aanjar se convierte en escalofrío.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.