"Hacía mucho que la catedral no se llenaba"
El pueblo natal de Ratzinger recuerda que a los cinco años ya quería ser cardenal
Varios pueblos y ciudades de Baviera (sur de Alemania) celebraron ayer como propio el nombramiento como Papa de su hijo predilecto Joseph Ratzinger. Las estaciones de la vida de Benedicto XVI hacen de la búsqueda de sus raíces un verdadero vía crucis. Mientras Ratisbona, donde Ratzinger mantiene su residencia en Alemania, reunía miles de fieles en una misa de agradecimiento, Múnich celebraba el encumbramiento de su ex arzobispo, y Marktl, su pueblo de nacimiento, se asemejaba a un circo lleno de equipos de televisión de todo el mundo en busca de rastros de la infancia del Papa. Tuvieron poco éxito.
Nacido en Marktl am Inn el 16 de abril de 1927, Ratzinger ya había vivido en cuatro localidades distintas cuando llegó al seminario de Freising en 1945. Su padre, comisario de gendarmería, cambió con frecuencia de destino. Cuando la familia llevaba seis años en Marktl (nombre que significa "mercadito") y el pequeño Joseph sólo contaba dos, tuvieron que mudarse a Tittmoning. De ahí, a Aschau, y luego, a Traunstein, donde Joseph fue a un colegio de curas.
"Tendré que ir con más frecuencia a Roma", asegura su hermano de 81 años
En Marktl sólo una anciana lo recuerda, aseguró ayer el alcalde, Hubert Gschwendtner, en un encuentro con la prensa. El edil pidió que no se la moleste por respeto a su avanzada edad. Sólo una pila bautismal construida en piedra arenisca en 1856 que se exhibe en el museo del pueblo sirve de testigo del primer sacramento recibido por Joseph Ratzinger.
Y es que la familia Ratzinger no era oriunda del pueblo a orillas del Inn -afluente del Danubio- a apenas 15 kilómetros de la frontera austriaca y de Braunau, el pueblo donde nació Hitler. Su madre, Maria Rieger, procedía de Mühlheim, mientras que su padre, Joseph Ratzinger, nació en Rieckering en una familia de campesinos. Los Ratzinger eran muy creyentes, más aún él que ella, y relativamente longevos: su padre murió a los 82 años; su madre, a los 79, y su hermana, a los 70.
Los calificativos que quienes le conocen utilizan hoy para describir al Papa definían también el carácter de su padre: un hombre recto, parco en palabras y humilde. Su madre, ama de casa, tricotaba ropa a los niños para no tener que comprarla. Era una familia de orígenes humildes. Benedicto XVI, que a los cinco años ya dijo que de mayor quería ser cardenal, tuvo dos hermanos mayores: Georg y Maria.
Georg se ordenó sacerdote el mismo día que él. Fueron juntos al seminario y su estrecha relación se afianzó aún más durante los nueve años que Joseph vivió en Ratisbona. Georg dirigió durante décadas el coro de la catedral de Ratisbona, los Regensburger Domspatzen. A sus 81 años, la elección de su hermano en el cónclave le supuso tal vuelco de emociones que lo único que supo decir fue "Tendré que ir con más frecuencia a Roma".
Georg Ratzinger no tiene a nadie. Su única familia es su hermano Joseph, que a partir de ahora apenas tendrá tiempo para ir a verle a Ratisbona. Su hermana Maria murió en 1991 tras una vida dedicada a acompañarle y llevar su casa en cumplimiento del encargo que le hicieron sus padres: "Cuida de tus hermanos". Nunca se casó ni tuvo hijos. Su vida era su hermano Georg, cuentan hoy en Marktl. La casa donde nació Ratzinger, en el número 11 de la plaza del Mercado de Marktl, pertenece hoy a una familia formada por una mujer y sus dos hijos, que tuvo el buen tino de desaparecer al escuchar el "habemus papam". En la fachada, una placa recuerda al que desde 1997 es hijo predilecto del pueblo.
Ratzinger tiene una larga vinculación con la ciudad de Ratisbona, ciudad donde están enterrados sus padres. Allí sigue empadronado desde que en 1969 llegó para dar clases de Teología en la universidad. Con frecuencia vuelve a ocupar su casa, en la calle Bergstrase del barrio de Pentling, cuando quiere descansar del ajetreo vaticano y visitar a su hermano.
"No hay un bávaro que no esté orgulloso del nombramiento de Ratzinger", asegura Edmund Stauffer, prelado y decano del cabildo catedralicio jubilado. "Lo conozco desde el año 1969", explica el sacerdote, de 81 años. "Será un buen Papa porque es un teólogo extraordinario con una espiritualidad grandiosa y sabe relacionarse con la gente", asegura Stauffer, que de vez en cuando aún oficia misas en la catedral "para echar una mano".
La misma noche de la fumata blanca cuatro mil fieles de Ratisbona acudieron a una misa en la catedral. "¡Hacía mucho que la catedral no se llenaba tanto!", exclamaba ayer el sacristán, Josef Dommer. Dommer quedó impresionado cuando conoció a Ratzinger en Navidad de 2003. El cardenal sustituyó al obispo, que estaba enfermo, en el oficio de la misa del gallo. "Me dio la impresión de ser un hombre sereno, bondadoso, paternal y muy sencillo en el trato".
Como "una persona modesta, con una profunda amabilidad y un gran pensador" lo describe el obispo de Ratisbona, Gerhard Ludwig Müller, miembro durante cinco años de la Comisión Teológica Internacional, que preside Ratzinger.
En un español fluido gracias a sus estancias como profesor invitado en la Facultad de Teología de San Dámaso en Madrid, Müller destacó ayer la "espiritualidad y la profundidad personal" de Ratzinger. "Un Papa no es un funcionario cualquiera", explica el obispo, "sino el representante en la Tierra de Jesucristo, nuestro redentor y salvador". "Su corazón está siempre con la filosofía y la teología", señaló el obispo.
En la misa que ofició el martes a las diez de la noche, los fieles aplaudieron en pie durante varios minutos cuando el obispo de Ratisbona aclamó: "Un ciudadano ratisbonés es el nuevo santo padre". Mientras los habitantes de Ratisbona consideran a Ratzinger vecino y conciudadano, la edición muniquesa del diario Bild celebraba en las páginas interiores: "Un muniqués es Papa". En la portada, un escueto "Somos Papa" expresaba la forma en que la católica Baviera se siente representada por su teólogo predilecto.
Si bien amplios sectores de la población alemana ven con mirada crítica el férreo conservadurismo de Ratzinger, Baviera está totalmente entregada a su Papa.
Mientras tanto, en la protestante capital prusiana, Berlín, el diario izquierdista Die Tageszeitung se hacía eco de la intransigencia dogmática del nuevo Papa con una portada completamente negra y la expresión: "¡Oh, Dios mío!".
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