Irak y África derraman su dolor sobre Nueva York
Los conflictos y dramas del mundo irrumpen en el festival literario PEN World Voices
El horror de Abu Ghraib tiene una consistencia espesa. Las torturas de los soldados estadounidenses a los presos iraquíes emergieron en el debate que sobre Irak tuvo lugar el martes en el PEN World Voices de Nueva York. El encuentro reveló cuán encontradas siguen estando las posiciones en torno a un conflicto que ha dejado un paisaje de violencia y desolación. Un paisaje que se repite en muchos lugares de África, pero con una gran diferencia. La guerra de Irak sigue siendo visible, mientras que lo que ocurre en el resto del continente, y así lo hicieron ver los participantes en otra cita del festival, no le interesa ya a nadie. África se ha vuelto invisible, a pesar de las voces de quienes expresan que, por encima de todo, "África vive".
¿Qué puede hacer allí un escritor? ¿Dar noticia de su decepción y pesimismo?
Cuando saltaron a la luz las torturas de Abu Ghraib, Kanan Makiya fue incapaz de escribir una sola línea. Nacido en Bagdad, de donde salió en los años ochenta de manera definitiva, se encontraba visitando su país durante aquellos días. Trabajaba en documentar los horrores cometidos durante los gobiernos de Sadam Husein, y llevaba recopilada una abrumadora colección de testimonios filmados que mostraban el lado más perverso de un régimen que se había sostenido gracias a la delación, la tortura y el aniquilamiento del adversario.
"Estaba paralizado", dijo Makiya, un prestigioso analista político de cuanto ocurre en Irak que ha publicado varios libros al respecto y que colabora en distintos medios anglosajones. Algo muy profundo le impidió expresarse, contó, y cuando leyó el artículo de Susan Sontag sobre Abu Ghraib compartió su rechazo al horror y la ignominia. "En su texto", recordó, "no había sin embargo ni una palabra sobre las terribles torturas infligidas por el régimen de Sadam". Y entonces se preguntó si era posible escribir de las torturas de los soldados estadounidenses sin escribir de las otras, de las que había cometido la salvaje dictadura que había destrozado su país.
Lo que uno escribe y para quienes escribe son cuestiones que están íntimamente ligadas. Makiya explicó que eso le había dicho Edward Said hace muchos años, cuando empezó a denunciar los horrores de Sadam, y que él entonces se había encontrado como alguien que escribe en una lengua equivocada en un momento inoportuno.
Tampoco corren tiempos demasiado propicios para escuchar los horrores de Sadam. Ahora, cuando la devastación que ha desencadenado la invasión estadounidense para derrocar al tirano ha convertido Irak en un país de ruinas, Abu Ghraib es el nombre en el que resuenan todas las contradicciones del proceso. La poetisa iraquí Dunya Mikhail, una de las primeras escritoras que han contado con el apoyo del PEN para ver traducida su obra en Estados Unidos, lo expresó así: "Frente a la magnitud de las torturas de Sadam, lo de Abu Ghraib es insignificante, pero se suponía que los estadounidenses venían a abrirnos el camino hacia la democracia y la libertad. ¿Cómo era posible, entonces, que hubieran aprendido tan pronto los procedimientos de sus enemigos?".
El debate Los escritores e Irak, además de con la poetisa y el ensayista iraquíes, contó con el periodista estadounidense Mark Danner, que ha cubierto las elecciones en Irak y que publicó en 2004 un libro sobre Abu Ghraib, y con el escritor indio Pankaj Mishra. Este último, en un momento de su intervención, quiso subrayar cuán difícil resulta tratar con las emociones que ha desencadenado la guerra. "Las víctimas que padecieron los bombardeos y que vieron cómo sus ciudades se caían a trozos, ¿cómo podían situarse ante lo que, les decían, suponía el fin de sus tribulaciones con la dictadura y la posibilidad de acceder a la democracia?".
Hubo en el encuentro una extraña tensión soterrada. Makiya se esforzaba en explicar que las últimas elecciones abren una ventana de esperanza. Danner describía un país en el que reina una atmósfera de paranoia. Devastación, controles policiales, el terror ante los coches bomba. Y la inmensa incógnita sobre lo que pasará cuando las tropas estadounidenses se retiren, además de los tremendos gastos de seguridad que hay que desembolsar aún para hacer habitable un país deshecho. "La democracia no es un talismán que todo lo arregle, es sólo el principio de un proceso cargado de obstáculos", dijo Danner.
Unas horas después, y en un edificio próximo, fueron África y sus escritores los otros protagonistas de la tarde del martes. La cita fue diferente. Y es que en el festival literario del PEN, uno de los formatos preferidos es el de la lectura. Se suben los autores al estrado, donde hay un micrófono, y uno detrás de otro van desfilando armados con sus libros. Dicen un par de cosas, y descargan un capítulo, un par de poemas, una narración.
La diversidad del continente, las diferentes historias de cada país, la variedad de sus lenguas, la riqueza de sus tradiciones, el idealismo de cuantos combatieron por liberarse del colonialismo, la corrupción de muchos de sus gobiernos y la virulencia de algunas opciones violentamente nacionalistas, la conciencia de estar abandonados: todo eso marca a África, que está también tocada por el hambre y la enfermedad. ¿Qué puede hacer allí un escritor? ¿Dar noticia de su decepción y pesimismo, recordar de dónde vienen y hacia dónde van, celebrar la belleza, denunciar el horror y la corrupción...?
Fue el surafricano Breyten Breytenbach el que disparó todas esas contradicciones, y luego sus colegas -Titsi Dangarembga (Zimbabue), Achmat Dangor (Suráfrica), Nuruddin Farah (Somalia), Zakes Mda (Suráfrica) y Ngugi Wa Thiong'o (Kenia)- las ilustraron con sus piezas literarias. La estadounidense Elizabeth Alexandr, el portugués Pedro Rosa Mendes y el alemán Uwe Timm, profundos conocedores de África, intervinieron también. Y todo cuanto dijeron no obedecía sino al deseo de sacar al continente del silencio, romper el cerco de indiferencia, reclamarle al mundo a gritos que África vive.
Las batallas de la libertad
De las actividades del PEN, una de las que mayor fama le han dado ha sido su incansable batalla por defender la libertad de expresión allá donde tiende a ser masacrada. Basta visitar la página web de la organización (www.pen.org) para saber de esta dimensión, y conocer la multitud de casos de escritores perseguidos, encarcelados, asesinados. Ayer, y durante una de las citas del festival de Nueva York, se entregaron los premios PEN/Barbara Goldsmith Freedom to Write Awards, que distinguen a aquellas figuras que han sufrido distintas agresiones de sus gobiernos por defender el derecho a la libertad de expresión.
Esta vez, los galardones han destacado la lucha de Alí al-Domaini y de Deyda Hidara. El primero, un relevante escritor de Arabia Saudí, fue encarcelado en su país el 15 de marzo de 2005, junto con otros 11 intelectuales, por criticar la reciente fundación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y por su voluntad de crear una organización alternativa que se ocupara realmente de estos derechos. El segundo, editor de periódicos y periodista, fue asesinado en Gambia el 16 de diciembre de 2004 por oponerse a una restrictiva ley de prensa que acababa de promulgar su Gobierno. Llegaron unos pistoleros y le dispararon en la cabeza. Murió en el acto.
Aparte de estos premios, pequeñas iniciativas han rescatado durante estos días las voces de los que las tienen amordazadas. En un encuentro en el bar KGB, Margaret Atwood y Rick Moody, entre otros, leyeron el pasado domingo diferentes textos que el PEN recibió de escritores que atraviesan, o han atravesado, momentos delicados por ejercer su derecho a la libertad. Entre otras, allí resonaron las palabras del cubano Raúl Rivero y del vietnamita Duong Thu Huong. Allí, en ese antiguo bar que fue hace años lugar de encuentro secreto de los agentes del KGB, pero cuyo nombre nada tiene ni tuvo que ver con la policía secreta soviética.
Los nombres que van cambiando y que significan, según para quien, cosas diferentes. Esther Allen, una de las directoras de este encuentro, comentaba ayer que las grandes líneas maestras del PEN pasan por momentos difíciles. "Denunciar la falta de libertad de expresión en determinados países dictatoriales y apoyar la lucha de los escritores que resisten presiones y torturas es necesario, pero cada vez más difícil de hacer cuando en el mundo tu presencia está tatuada con los nombres de Abu Ghraib y Guantánamo. ¿Con qué autoridad moral puedes ahora denunciar lo que hacen los otros? Por eso es tiempo de trabajar hacia dentro. Nuestras batallas pasan ahora por abrir Estados Unidos a los escritores de fuera. Hay también otra censura, la del mercado, y vamos a luchar contra ella: para que las voces de otras partes del mundo puedan atravesar ese invisible telón de acero".
Babelia
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