El tiempo como bien escaso
Objetivamente tenemos más tiempo libre que nuestros antepasados, pero el aumento de las cosas que hay que consumir, incluido el ocio, y la aceleración del estilo de vida generan estrés por falta de tiempo. Atreverse a desafiar el ritmo de vida moderno es el reto y la solución.
Pobres de tiempo. El escritor y catedrático de la Universidad de Salamanca David Anisi es uno de los economistas que sostienen una interesante tesis con la que estoy de acuerdo, y que la economía ortodoxa todavía no ha integrado: al igual que hay pobres de bienes, hay pobres de tiempo. No es de extrañar. Si de algo oímos lamentarse al ciudadano que habita las urbes de Occidente es de la falta de tiempo. Una de mis aficiones es la de escribir relatos cortos, de una frase o un párrafo. Uno de ellos viene ahora a colación: "Érase una vez un hombre que se quejaba de que nunca tenía tiempo, lo que enojó mucho (¡pero que mucho!) a sus minutos, quienes habrían jurado que duraban como los demás". Efectivamente, ¿puede hablarse de escasez de tiempo cuando el tiempo es una variable sobre la que no podemos actuar, cuando el tiempo es el mismo para cada persona, sea cual sea su condición?
Solamente puede explicarse la teoría de la escasez de tiempo si se comprende que el tiempo se ha convertido en una de las piezas clave para el desarrollo de las economías a través de dos mecanismos: la productividad y el endeudamiento.
La productividad como devorador de tiempo. Ser más productivos significa mejorar en eficiencia: producir las cosas más deprisa, en menos tiempo. Si, por ejemplo, una fábrica elabora 100 metros de tela en diez horas y, gracias a mejoras continuas, consigue fabricarlas en ocho horas, se afirma que su productividad ha aumentado, pues ha liberado dos horas de las diez que precisaba. Estas dos horas podrían dedicarse a pasear, dormir o charlar. Pero lo que se suele hacer es trabajar las mismas diez horas y producir más cantidad, pasando de 100 a 125 telas. La cuestión aparece cuando hay que decidir qué hacemos con las 25 telas de más de que ahora disponemos. Una posibilidad es la de exportarlas, pero otra es la de conseguir que nuestra población las adquiera. En cualquier caso, alguien ha de absorber esa oferta. Si llevamos este ejemplo al nivel de un país entero o de todo un planeta, estamos hablando de que aumentos de productividad se traducen en incrementos de producción, consumo y renta. Y ahora viene la paradoja: consumir requiere ¡tiempo! ¡Y ese tiempo tendrá que detraerse de tiempo de leer, pasear o charlar! En definitiva, el crecimiento económico produce riqueza material, pero (en el límite) genera pobreza de tiempo, escasez temporal.
El futuro como objeto de negocio. ¿Podemos imaginar algo más surrealista que hacer del futuro un producto que se venda y adquiera? Pues es lo que venimos haciendo los seres humanos desde que inventamos lo que se llama "préstamo". Los escolásticos ya adivinaron que, en el largo plazo, un préstamo era una venta de tiempo y que el tiempo era un derecho esencial e intrínseco al ser humano. No pretendo insinuar que el endeudamiento sea desdeñable, pues es un motor básico de las economías. Sin embargo, como todo en la vida, hay una justa medida para las cosas. En España, el endeudamiento de las familias ha pasado del 30% de la renta bruta disponible en 1983 a más del 90% en 2005. Son muchas las personas que sienten que han hipotecado su vida, que se han atado a una hipoteca a treinta o cuarenta años que de alguna forma coarta su libertad, movilidad laboral, posibilidades de cambio profesional o asunción de riesgos.
Más tiempo libre, pero más que hacer. Los dos mecanismos que hemos descrito son parte de los causantes del extendido sentimiento de no ser dueños de nuestro propio tiempo. Afortunadamente, el Estado del bienestar nos ha liberado ¡un 7% de tiempo más del que tenían nuestros antepasados! Este tiempo se concentra fundamentalmente en festivos, pues las estadísticas revelan que las horas trabajadas por día se han reducido, pero levemente. En cambio, fruto del aumento de "cosas" a engullir y de la aceleración del modus vivendi, los estudios sociológicos han medido un 20% más de tareas que las personas desean hacer en el tiempo libre. Es entonces cuando llega el estrés por falta de tiempo. Tiempo hay más, pero se espera que hagamos tal número de cosas que tenemos la sensación de que no hay suficiente. Lee Burns, un economista norteamericano, describe este hecho como la "paradoja de la buena vida". Tenemos tanta ansiedad por acometer todo lo posible, que acabamos por no disfrutarlo. Tenemos una vida más rica, pero menos satisfactoria. Hemos pasado de lo cualitativo a lo cuantitativo. No importa el cómo, sino el cuánto. Es uno de los graves errores del ser humano porque la vida no es más rica por aglutinar un mayor número de experiencias, sino por el modo en que las vivimos.
Una de las soluciones ha sido la de presentarnos tiempo de consumo como tiempo de ocio. Pero, claro, el ciudadano tiene que pagar todo eso. Así, se encuentra frente a otra terrible elección: si trabaja más tiempo, tendrá más dinero, que podrá emplear en más ocio. Ahora bien, en el momento en que disponga de ese dinero no tendrá tanto tiempo para disfrutarlo.
Una vida más sencilla. Muchas personas suspiran por una vida más simple. Cada año recibo uno o dos correos electrónicos de algún profesional que se despide de la corporación o la empresa en la que está y comunica que se va a África con una ONG, o a una isla a abrir un pequeño motel. Sin necesidad de irse tan lejos, hay opciones alternativas. Atreverse a desafiar el trepidante ritmo que la sociedad impone es un reto. Si lo conseguimos, tal vez algún día hagamos del tiempo un bien abundante. Y es que, como me dijo en cierta ocasión un taxista cubano al que yo achuchaba para llegar a tiempo no recuerdo adónde, "amigo, la prisa mata".
Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor. Junto a Álex Rovira, ha publicado el libro 'La buena suerte', con casi dos millones de ejemplares vendidos en el primer año y los derechos adquiridos para 34 idiomas.
Filias y fobias
El profesor Richard Layard, de la London School of Economics, publica los resultados de un interesante estudio que compara el tiempo dedicado a diversas tareas con la felicidad que las personas dicen que les produce.
Por orden, las tareas que más alegrías dan son: el sexo, vida social después del trabajo, salir a cenar, descansar, comer, hacer deporte y rezar. A todas estas actividades, la sociedad dedica el 23% del tiempo semanal.
Las actividades más odiadas son, empezando por la más rechazada: el rato de desplazamiento por la mañana para ir al trabajo, trabajar, el tiempo de desplazamiento que supone volver del trabajo a casa, ¡cuidar de los niños! y las tareas del hogar. A estas cinco actividades, la sociedad dedica el 42% del tiempo semanal.
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