Garnacha abulense

TIENE Telmo Rodríguez buen olfato -nunca mejor dicho- para detectar zonas potencialmente exitosas en el panorama vitivinícola español. Embarcado en una sólida aventura enológica, busca infatigable el viñedo menospreciado para arrancarle el secreto de un futuro provechoso. No ha dudado en acercarse a Cebreros, la olvidada, donde el vino es historia. Y trepar mil metros por sus montes pizarrosos para encararse al barranco donde se aferra la vieja garnacha abulense.

Aquí, donde la viticultura imposible se realiza con mulas, ha creado un proyecto de tinto asomado a la gloria. Quién habría de decir que donde se elaboraban vinos abocados, energéticos y saludables, pero rudos, Telmo Rodríguez iba a crear un tinto refinado, poderoso pero esbelto, potente pero tierno. El eje de su estructura aromática, sobre la que se fijan los frutillos rojos, las hierbas y especias, es una mineralidad rotunda, silícea, que aligera un vino con tendencias a la pesadez. Mineralidad que se confirma en la boca, con un sabor fresco que recuerda las cerezas en alcohol, hábilmente tocadas por la gracia del mejor roble.