Los tesoros y misterios de los antiguos tracios se exhiben en Caixafòrum
311 objetos, muchos de oro y plata, invitan a descubrir una cultura llena de misterios
Espartaco y Orfeo. El esclavo convertido en gladiador y el legendario músico centro de una de las grandes doctrinas de la inmortalidad del mundo antiguo eran tracios. Guerreros feroces, célebres como jinetes y gente de gran sensibilidad capaz de crear objetos maravillosos y concepciones espirituales luminosas, los tracios son uno de los grandes pueblos de la antigüedad, pero poco conocidos. Estimular el interés por ellos es el propósito de la exposición Los tracios, tesoros enigmáticos de Bulgaria, que Caixafòrum exhibe en Barcelona, con 311 obras, hasta el 31 de julio.
El hecho de que la sociedad tracia fuera iletrada, sin una escritura propia (en las inscripciones usaban el alfabeto griego), ha revestido de misterio a este pueblo indoeuropeo que habitaba en Europa suroriental y al que se conoce esencialmente por intermedio de los escritores griegos y romanos. Las fuentes nos hablan de unas gentes con dinastías reales y aristocracia, esclavos, santuarios naturales en los que se realizaban sacrificios cruentos -especialmente de caballos-, tumbas tumulares y una religión centrada en la fe en el sol, hijo de la diosa madre y encarnación de la perfección y la inmortalidad. La fe en la inmortalidad, a través de la virtud y en un más allá benigno diferente al tenebroso Hades griego, es uno de los aspectos principales de la cultura tracia y su gran contribución al mundo clásico a través del orfismo.
El despliegue de belleza y valor arqueológico y material de la exposición resulta sobrecogedor. Se exhiben conjuntos tan sensacionales como los tesoros de Panagyurishte -formado por nueve vasijas de oro de diseño exquisito, con un peso total de más de seis kilos-, Borovo -compuesto por objetos de plata con dorados- y Rogozen, acumulaciones de riqueza que hacen entender por qué a los aristócratas tracios se les daba el atributo de zibytides, resplandecientes.
La panoplia del temido guerrero tracio, émulo de Ares, está representada por armas espectaculares: un casco de bronce con cuernos finos semejantes a antenas, otros con protectores en forma de barba; grebas, corazas, espadas y cuchillos. Entre las piezas individuales figuran algunas tan hermosas como un pequeño ciervo de bronce del siglo VII antes de Cristo de conmovedora elegancia, o un protome -escultura que adorna el final de los vasos en forma de cuerno, los ritones, tan característicos de los tesoros tracios- que representa un corcel alado y que, de fulgente oro como es, combina dos de los elementos centrales del universo tracio: los caballos y el sol.
La exposición, con material de una treintena de museos búlgaros y ordenada cronológicamente, cubre un amplísimo periodo de tiempo: desde el neolítico -cuarto y quinto milenios antes de Cristo- hasta el sometimiento de los tracios a Roma (Tracia deviene provincia romana en el 46 después de Cristo). El trayecto por la exposición atraviesa momentos como la guerra de Troya -Homero hace la primera referencia a los tracios que se conoce:
en la Ilíada se alinean con los troyanos contra los griegos-, la ocupación persa de Tracia, el gran reino de los odrisios (la principal tribu tracia), la rivalidad con Atenas, la conquista macedónica de Tracia (rematada por Alejandro Magno, que hizo de los tracios una de sus mejores fuerzas de choque: en la batalla de Hidaspes se enfrentaron con sus espadas a los elefantes indios) y el despliegue de la cultura helenística en el territorio.
Diseñada para impactar emocionalmente, la exposición se abre en un espacio que evoca un bosque y en el que se refiere el mito de Orfeo. En el primer ámbito de la exhibición se muestra parte del célebre tesoro de Varna, y se muestra un sello prototrácico que podría ser el primer testimonio de escritura. En otro se han ampliado pinturas de vasos griegos para ofrecer la imagen clásica del tracio: un jinete con capa de colores, sombrero, dos lanzas y botas hasta la rodilla.
Babelia
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