Defensor de los jóvenes antiglobalización
Mucho antes de que las dolencias de Juan Pablo II entraran en una fase irreversible, el cardenal Dionigi Tettamanzi era ya el más citado entre los llamados a sucederle. Su carácter amable, su capacidad de comunicarse, su sólida formación teológica y su nacionalidad hacían de él el papable número uno. Cierto que no le acompaña la prestancia física. Es diminuto y más bien rechoncho, pero los sostenedores de su candidatura insisten en que su físico recuerda enormemente al de Juan XXIII, uno de los pontífices más venerados.
Sin embargo, algo ha ocurrido en los últimos tiempos que ha puesto en serios aprietos esta candidatura, al confrontarla con la de dos o tres nombres italianos, como el del arzobispo de Florencia, Ennio Antonelli, o el del patriarca de Venecia, Angelo Scola. Entre bastidores se comenta que ha perdido la simpatía del Opus Dei, un movimiento muy influyente en el Vaticano. Aunque defensores tampoco le faltan.
Dionigi Tettamanzi nace en la localidad milanesa de Renate el 14 de marzo de 1934. Estudia teología en el seminario y obtiene el doctorado en esta materia en la Universidad Gregoriana de Roma. Su carrera eclesiástica no ha sido fulgurante, pero sí sólida, y siempre bajo la égida de Karol Wojtyla. Comienza en 1989, cuando fue nombrado arzobispo de la diócesis de Ancona-Osimo. Dos años después pasa a la más influyente diócesis de Génova, cargo que le vale, en 1998, la púrpura cardenalicia. El nombre de Tettamanzi era poco conocido hasta el verano de 2001, cuando Génova acoge una de las más convulsas reuniones del G-8.
Centenares de miles de manifestantes se dan cita en la ciudad para protestar contra la política de los poderosos. Contagiado por la situación, Tettamanzi sale en defensa de sindicalistas y jóvenes rebeldes. "Asistimos a una contraposición neta entre capital y trabajo", escribe en Avvenire, órgano de la Conferencia Episcopal italiana. "En el bazar de la aldea global, los que llevan la peor parte no son los empresarios sino los hombres y mujeres que trabajan". Y añade, "el beneficio no es el valor absoluto del hombre".
Contra todo pronóstico, las frases no gustan en algunos sectores. Y Tettamanzi comienza a ser visto poco menos que como un revolucionario. Aunque sigue escalando posiciones. El Papa le nombra arzobispo de Milán, una de las principales diócesis del mundo, en sustitución del carismático Carlo Maria Martini. Pesan en su haber los años de colaboración estrecha con el pontífice y los sólidos apoyos en la curia.
Tettamanzi tiene que competir en Milán con la alargada sombra de Martini, sin su capacidad retórica ni su prestancia física. Sin embargo, poco a poco, sin forzar la máquina y recurriendo al mismo estilo abierto y dialogante de su antecesor, se va haciendo con el cargo. Apoyos mediáticos no le faltan. Los principales diarios italianos han dado amplio espacio al arzobispo de Milán en los días de la agonía y muerte de Juan Pablo II. El cardenal no es, sin embargo, políglota, y su cambio de rumbo puede tener consecuencias muy negativas para su candidatura.
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