Dos primaveras
Su cuerpo percibió la primavera antes de que su cerebro lograra procesar la información. No es la primera vez que le pasa, pero nunca -¿nunca?, se pregunta a sí mismo un instante después de afirmarlo- le había dado tan fuerte. Entonces se asombra de la fragilidad de su memoria, la inconstancia de su piel desmemoriada, la caprichosa indolencia del tiempo que se descascarilla como una fruta vana, traviesa o traidora, quizá traviesa y traidora a la vez. Piensa en todo esto y no le gusta. No le gusta porque le duele, porque es incómodo, es inútil, absurdo, loco, ridículo, imposible. O no. Tal vez no. Eso es lo peor, y por eso no quiere ni pensarlo, pero lo piensa, y al hacerlo siente un escalofrío tormentoso y terminal, agradable, desagradable, agradable de nuevo, y así hasta el infinito.
Su cuerpo percibió la primavera antes de que su cerebro lograra procesar la información. No es la primera vez que le pasa, pero nunca, nunca, y él no necesita preguntarse nada a sí mismo, le había molestado tanto. Preferiría vivir en otoño, una estación de languidez perpetua, la promesa de un tiempo capaz de deshilarse despacio, de avanzar hacia la oscuridad con pasos lentos, cansados. Entonces se asombra de su impiedad, la insensibilidad que le cerca con una terquedad inexorable, secándolo todo lentamente. Piensa en todo esto y no le gusta. No le gusta porque no lo entiende, no lo entiende, y sin embargo sabe que tendría que haberlo pensado, haberlo entendido, haberlo hecho antes. O no. Tal vez no. Sí, se dice a sí mismo, sí, pero eso es lo mismo que tirar la mitad de su vida a la basura.
Los dos hombres se cruzan en la escalera. El primero sale de la que todavía es su casa. El segundo sube a la que va a dejar de serlo. En la calle, el sol calienta, los colores vivos toman las aceras, una brisa tibia y compasiva acaricia las piernas recién depiladas. Pero esa alegría no llega a la escalera, fresca, oscura, indecisa entre el cobijo que presta a los vecinos en los días más duros del invierno y el alivio que supone para ellos en los días infernales del verano. En este paraje ambiguo, destemplado, aislado sin culpa y sin remedio de la realidad, se cruzan dos hombres que meditan con tal intensidad que se miran como si no se conocieran, como si no llevaran quince años encontrándose, mirándose, hablándose en esta misma escalera.
-Hombre, Mariano -ahora bajo, y miro a ver si está Águeda, que seguro que no, porque siempre está ocupada a esta hora, y entro, y le pido hora a la recepcionista para una limpieza de cutis, y si me mira raro, le digo que es para mi mujer, y voy a la cita yo, y ya está-, ¿qué tal?
-Bien -ahora subo, y le digo que tenemos que hablar, que esto no puede seguir así, que no se ponga nerviosa, que deberíamos ser capaces de arreglarlo como personas civilizadas, que los niños ya son muy mayores y que yo no puedo más, de verdad que ya no puedo más-, ¿y tú, Chema?
-Bien, también -y que sea lo que Dios quiera, porque yo no puedo más, y no es culpa mía, no es culpa mía, porque yo no quería que me pasara esto, yo me lo he encontrado, debe de ser el destino, pero no puedo seguir así, de verdad que no puedo, porque es que ya no necesito ni verla, es que la veo todo el rato aunque no quiera, y me ahogo, siento como que me ahogo, y un día de estos me voy a morir, eso es lo que siento, que me voy a morir-. Trabajando, ya sabes
-Sí, claro -y yo lo siento mucho, Auxi, yo lo siento, porque te he querido mucho, de verdad que te he querido mucho, ahora no entiendo por qué, no entiendo cómo pudo suceder, pero sé que es la verdad, y lo recuerdo, recuerdo aquel amor que era más grande que yo, y te recuerdo a ti, cuando eras una mujer y no un loro, un disco rayado, una cadena perpetua de reproches estúpidos, injustificables, agotadores; yo te quería, Auxi, te quería, pero ya no te quiero-, como todos.
-¿Qué le vamos a hacer? -por eso lo voy a hacer, lo voy a hacer ahora mismo, ahora mismo voy y pido hora, y el día de la cita, me tumbo en la camilla y cuando me pregunte que qué quiero, le digo, que me hagas lo que tú quieras, eso quiero, y a ver qué pasa-. Bueno, pues eso, que hasta luego.
-Hasta luego -y estoy hasta por decirle que tengo un lío por ahí, porque yo creo que eso la ayudaría, odiarme le ayudaría, le vendría mejor que la verdad, porque la única verdad que puedo contarle es que no la soporto, que todo lo demás me da lo mismo-. Yo voy a subir un momento a casa, porque me he dejado las gafas
Y entonces, sólo entonces, los dos se miran a los ojos, dudan, se miden, desconfían de la primavera.
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