'Cayo Largo'
EL PAÍS presenta mañana, por 8,95 euros, uno de los grandes filmes de John Huston
Iba a escribir algo sobre Cayo Largo. Quizá iba a recordar una época en la que el cine era tan grande que, cuando aún estaban pegados en las paredes los affiches de Cayo Largo, cima del cine en blanco y negro, ya se estaban pintando los decorados de Cantando bajo la lluvia, explosión del cine en color. Al tiempo, en el Imperio de Oriente los herederos de Eisenstein estaban desbaratando su legado y en provincias se producían películas de obreros a los que les robaban las bicicletas o de putas felices a las que sus chulos llevaban en sus bicis a merenderos.
Seguramente hablaría de la curiosa experiencia narrativa del cine. Inventor de la acción, del diálogo breve para no cansar a un público en su mayoría analfabeto o poco alfabetizado, las películas mudas influyen en los literatos, les acostumbran a la acción, a ver a los personajes deambular, gesticular, a ver sus espaldas. Y los grandes escritores se lanzan a escribir obras en las que brilla lo kinésico el mismo día en que los cineastas se dejan de carreras alocadas y saltos acrobáticos, y, conquistado el sonido, empiezan a construir obras de teatro.
Cayo Largo es una obra de Maxwel Anderson, un dramaturgo importante, de pomposa retórica moral, que se vendió a los dineros de Hollywood, adaptada por Richard Brooks y dirigida por Huston, un literato de la cámara que encierra a sus personajes en una casa y les pone a filosofar y a sufrir, y a padecer la angustia del tiempo como en la mejor de las obras de teatro, acercándose mucho más que con unos prismáticos en la fila uno. Para desconcierto de especialistas en cine y literatura.
Podría escribir sobre la genialidad de Huston, su director, un grande entre los grandes. Grande del cine, grande de la literatura y grande de la lucha por la convivencia. El autor de, por ejemplo, La reina de África, una joya. O quizá podría recordar que Huston era un chulo insoportable, un pretencioso alcohólico pendenciero, una falsificación de brigadista. El director de, también por ejemplo, La Biblia, una mierda. Porque todo eso cabe decir de un tipo capaz de tener un padre y una hija como los que él tuvo. También me vendría a la cabeza hablar de la estética de los estudios. Y éste era de Warner, el propietario de Robinson y de Bogart. Del blanco y negro de Karl Freund, el fotógrafo de Metrópolis.
Lo más seguro es que me enredase en la figura de Edward G. Robinson, con un puro, en una bañera, una imagen que se adhiere a las paredes de la memoria con la misma fuerza que todas las personificaciones y mitologías del mal; porque el mal es muy fotogénico en tanto el bien es invisible. El bien es un coñazo. Y eso lo sabía Huston. Por eso, al malo del puro en la bañera, le opone otro malo, Bogart, siempre con un cigarrillo en los labios. Hoy no habría película: no les dejarían entrar en el hostal, por fumadores...
A lo mejor me daba por alabar la habilidad de situar la historia claustrofóbica en el paisaje de Florida, tan aparentemente benigno, pero tan lleno de huracanes como los personajes de Cayo Largo.
Creo que siempre acabaría recordando que mientras en los estudios americanos se rodaba Cayo Largo, en los estudios Chamartín se adaptaba a José María Pemán. Y que aquí no había bañeras donde meterse con el puro. Los malos del cine español eran los moros, los franceses o los comunistas. Nadie se imaginaba a un comunista metido en una bañera y fumando un puro. Los comunistas españoles vestían chaquetas de cuero y tenían gorra militar. Además, no sé por qué, eran gordos.
Y la rubia que había por aquí era Mary Martin, condenada al infierno desde el mismo momento en que salía de la peluquería con la permanente. De todo eso iba a escribir. Algo parecido a crítica de cine, pero de repente he reparado en que yo no he visto nunca Cayo Largo.
He visto, eso sí, una versión radiofónica ilustrada con imágenes. No estoy muy seguro tampoco de que la haya visto íntegra.
La he entrevisto muchas veces. La primera en una sala de butacas chirriantes, el cine Astur de Madrid, con el peculiar olor a pies rancios de los años cincuenta. Luego la he vuelto a semiver, años sesenta, rodeado de cinéfilos y gameros que no te dejaban parar un momento, un codazo en cada elegante movimiento de cámara, otro codazo a cada frase ingeniosa. La medio vi los años setenta y ochenta, noventa y cien. En bares o en el entorno familiar, con gente haciendo ruidos, con hijos protestando porque era en blanco y negro, con interrupciones descorazonadoras que anunciaban productos para el hogar... con matracas telefónicas.
Pero no he oído nunca hablar a aquel tipo de la bañera. Siempre lo escuché doblado, no sé si por Rafael Luis Calvo u otro eminente actor español de radio. De una radio que sonaba detrás de la pantalla y que había usurpado los tonos de voz, los matices de aquellos actores... Como si quitasen la música de Max Steiner y pusieran Los sitios de Zaragoza.
Ahora, por fin, podré verla en versión original, detener la imagen, retroceder... Tener una relación con la película como la que tengo con los libros. Entre el acto colectivo y el individual voy a poder pasar a ser lector, no espectador. Estoy seguro de que me va a gustar mucho más ahora que ya no hay apenas guerra fría, ahora que ya han muerto su creador y sus intérpretes...
Probablemente sea la primera vez en que guarde el deleite para mí mismo.
No será lo mismo que en el Astur Cinema. Pero Cayo Largo siempre es cine. La fascinación del movimiento. La magia de aquel cabrito, fumándose un puro metido en la bañera. A lo mejor, ya que estoy solo, me doy un homenaje y me enciendo un habano, y descuelgo el teléfono...
Este texto se incluye en el libro-DVD de Cayo Largo que mañana pone a la venta EL PAIS al adquirir el diario al precio de 8,95 euros
Bogart-Huston, una larga amistad
Cayo Largo (1948). Principales intérpretes: Humphrey Bogart, Edward G. Robinson, Lauren Bacall, Lionel Barrymore, Claire Trevor, Thomas Gomez, Harry Lewis, John Rodney, Marc Lawrence, Dan Seymour, Monte Blue y William Haade. Productor: Jerry Wald. Director: John Huston. Guión: Richard Brooks, adaptación de una obra de teatro de Maxwell Anderson. Fotografía: Karl Freund. Música: Max Steiner.
1948 fue un año decisivo en la carrera y filmografía de John Huston, pues dirigió dos películas importantes: El tesoro de Sierra Madre, que le valió los oscars al mejor director y guionista, y Cayo Largo, con la que Claire Trevor consiguió el Oscar a la mejor actriz de reparto. Los dos filmes tenían como protagonista a su gran amigo Humphrey Bogart, con quien ya había trabajado en su primer largometraje, El halcón maltés, realizado en 1941.
Babelia
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