El espacio postsoviético
La política en el espacio postsoviético no se parece a la nuestra. La "revolución" en Kirguizistán acaba de confirmarlo tras las de Georgia y Ucrania. Los hombres que las encabezan son ex primeros ministros o embajadores del régimen derrocado. Sus partidos carecen de historia, no son conocidos por sus ideas de izquierdas o de derechas. Fue el caso de Saakashvili en Tiflis, antiguo ministro protegido de Shevardnadze; también fue el caso de Yúshenko en Kiev, ex primer ministro de Leonid Kuchma; y ahora es el caso de Kurmanbek Bakíyev, en Bishkek, el nuevo líder de Kirguizistán, hace apenas dos años primer ministro de Askar Akáyev. La fuerza propulsora de estas tres "revoluciones" ha sido la impopularidad del régimen en el poder que ha falseado el resultado de unas elecciones. El otro rasgo común de estas "revoluciones" es la presencia material de Estados Unidos que, aprovechando la fuerza del dólar, subvenciona los llamados movimientos de oposición. Fue flagrante en Ucrania y en Georgia, y ahora en Kirguizistán, donde Edil Baysolov, director de una unión de ONG locales, reconoce haber sido financiado por el Instituto Nacional Democrático estadounidense. El objetivo de EE UU sería sencillamente debilitar a los rusos en su coto privado en el Cáucaso, en Ucrania y ahora en Asia Central.
¿Qué sabemos de Kirguizistán? Durante la Guerra Fría, un escritor muy conocido, Chinguiz Aitmátov, aplaudido en Occidente por sus libros -que han sido llevados al cine en excelentes películas- tomó la iniciativa de invitar a personalidades de Occidente y del Este a una estación termal de las montañas de su país. Yo no pude participar en este encuentro, pero al regresar mis colegas franceses e italianos describieron este lugar como paradisíaco, digno de acoger los mejores coloquios pacifistas. No habían advertido el subdesarrollo de esta pequeña república de cinco millones de habitantes. Más tarde, Chinguiz Aitmátov se convirtió en embajador de su país en Bruselas para Bélgica, Francia, la Unión Europea y Dios sabe qué más. Hoy habla como si no tuviera nada que ver con Askar Akáyev y su régimen.
El derrocado presidente kirguizo también era conocido como físico y presidente de la Academia de las Ciencias. No era un apparatchik, sino un sabio, lo que no le impidió, nada más llegar al poder, prohibir el Partido Comunista, para gran satisfacción de Borís Yeltsin en Moscú. Desde entonces, las noticias de Kirguizistán provenían del cine de este país, como en el caso de Bratan (el gran hermano). En esa película, la miseria era descrita con el arte de la gran tradición cinematográfica de los años veinte. También había noticias sobre la lucha entre los clanes uzbeko y kirguizo en el valle de Fergana, pero este conflicto no atrajo la atención de la prensa y no duró mucho tiempo.
Kirguizistán reprodujo en pequeño el modelo de desarrollo ruso: una muy escasa capa de ricos y una gran masa de población que sobrevive no se sabe cómo. En ocasiones se producían sublevaciones, sobre todo en el sur, étnicamente diferente, y Akáyev utilizaba la fuerza para restablecer el orden. Debido a su participación en una operación de este tipo, Bakíyev fue obligado hace dos años a abandonar el cargo de primer ministro, que acaba de recuperar, además de ser nombrado presidente en funciones. Él mismo es originario del sur, tiene siete hermanos y está casado con una rusa.
No fue el único que había caído en desgracia. Rosa Otumbáyeva, una pequeña mujer con grandes gafas, que fue embajadora en EE UU y en Gran Bretaña, también fue cesada, al parecer más recientemente, de modo que es considerada como "el ala izquierda" del nuevo poder. La guerra de Irak supuestamente volvió más de izquierdas sus ideas. Otro hombre del nuevo poder, Félix Kúlov, ex miembro del KGB que pasó a ser jefe de Seguridad, fue condenado a 10 años de cárcel por abuso de poder. Poco después de salir de prisión, recuperó su antiguo cargo de jefe de Seguridad y se declara ahora candidato a las elecciones presidenciales del 26 de junio. Es más bien de "derechas".
En la prensa occidental ahora se ven reportajes sobre la inmensa riqueza de la familia Akáyev y las extravagancias de sus descendientes, la hija de 32 años y el hijo de 26. En realidad, vivían como oligarcas rusos, tras una fuerte red de protección. Y como cualquier oligarca ruso, organizaban fiestas en Bishkek para 600 personas, sin mirar demasiado hacia la izquierda o la derecha, para no ver a sus compatriotas que ganaban 10 dólares al mes. Sin embargo, Kirguizistán era considerado un país liberal; la oposición era tolerada, la BBC, la CNN y Euronews emitían libremente sus programas. No era como las siniestras dictaduras de Uzbekistán, Kazajistán o Tayikistán, sin olvidar el extravagante régimen de Turkmenistán. Como Akáyev no podía solicitar un tercer mandato presidencial, al parecer decidió proponer en su lugar a su hija o a su joven hijo.
Tras dos días de pillajes y otros desórdenes en la capital, la situación vuelve a su ritmo normal. Los 600.000 rusos apenas han sufrido, como tampoco la embajada de Rusia. En general, son los pobres diablos que no tenían dinero para marcharse o que tienen vínculos familiares con la población local. Tal vez estén más favorecidos que la gran masa kirguiza que saqueaba las tiendas de Bishkek. Pero tampoco se les ha visto durante las manifestaciones contra Akáyev ni en el sur ni en la capital.
Los estadounidenses aprovecharon la guerra de Afganistán para instalar su base en Kirguizistán y, desde hace casi cinco años, la vienen ampliando. Claro que los rusos abrieron su propia base en 2003. El embajador de EE UU, Stephen Young, es una importante personalidad local: envía a los estudiantes kirguizos a California, ha introducido a Kirguizistán en la Organización Mundial del Comercio (Rusia todavía no pertenece a ella) y, en definitiva, ha mantenido excelentes relaciones con el presidente derrocado y con la oposición. Por el contrario, Rusia no hace política en Asia Central. Vladímir Putin, de visita en Armenia, señaló con voz trémula que mientras que Europa se une, la Comunidad de Estados Independientes de la antigua URSS no hace más que dividirse... No se ha atribuido ninguna culpa, es la vida, nada tiene que ver con el capitalismo salvaje del cual Rusia es el promotor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.