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Reportaje:EL PAÍS | Clásicos españoles

'Novelas ejemplares'

EL PAÍS ofrece mañana, lunes, por 1 euro, la colección de narraciones de Miguel de Cervantes

Andrés Trapiello

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A Cervantes le cupo, más que la suerte, el destino de dar con un género literario nuevo. Lo cuenta en el prólogo de estas Novelas ejemplares. Dice: "Me doy a entender, y es así, que yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana, ya que las muchas novelas que andan impresas en ella son todas traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías sólo, y no imitadas o hurtadas; las engendró mi ingenio y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la imprenta". Harto se alaba Cervantes. Él mismo sabe que si la queja trae descrédito (y muchas veces se queja Cervantes también), la tasa de uno mismo, lo abarata. Pero no puede evitarlo. Y debería hacernos pensar por qué un hombre de sobradísimo talento necesita aderezarse tanto, y a su edad. Los pocos años excusan estos galleos, pero ¿no entristece ver a un hombre que peina canas echando mano del sahumerio en beneficio propio? De hecho, no hay prólogo en que no lo haga. Prólogos, por otro lado, maravillosos desde muchos puntos de vista. Volverá a florearse a propósito del teatro, cuando publique sus comedias. Pese a no dejar de recordar su "acostumbrada modestia" y tildarlas de "toda perfección", considera que también fue él "el primero que representase las imaginaciones y pensamientos del alma", y no digamos cuando, en el prólogo a la segunda parte del Quijote, refiriéndose al Persiles, novela en curso, dice que ésta, "en opinión de mis amigos, ha de llegar al extremo de bondad posible".

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Sí, a Cervantes, primero en las letras y el ingenio, le han arrumbado a la segunda y aun tercera fila. La vida lo ha tratado mal, ha conocido la cárcel, en su matrimonio no ha encontrado probablemente lo que esperaba ni tampoco en los amigos y protectores, y ha llegado a viejo pobre y sin crédito. Por eso Cervantes ha de alabarse, por eso Cervantes se queja. Seamos sinceros: ¿qué diríamos hoy (críticos, académicos, escritores y yo y tú, hipócrita lector) de un contemporáneo nuestro que se adornara sin recato como lo hace él? No hay la menor duda: haríamos lo que hicieron sus paisanos: desconfiaríamos. Pero sólo porque la primera novela ejemplar de Cervantes fue su propia vida, supo novelar tan bien las vidas ajenas. Claro, que no todo es sencillo. "Mejor será gastar el tiempo en contar las propias que en procurar saber las vidas ajenas", le dice Cipión a Berganza. ¿Contradicción? Ni mucho menos. En Cervantes su vida, las ajenas y la vida vienen a ser la misma cosa, y librado el primer escollo del prólogo, ni una queja ni una indiscreción vanidosa. Todo está bien encajado, todo bien barajado, sin que acertemos a distinguir lo real de lo ficticio y lo verdadero de lo falso, porque en ese género nuevo que él se ha sacado de la manga ésta es ley suprema del arte de narrar: la verosimilitud. En el comprensivo, en el compasivo Cervantes nos lo creemos todo, hasta que puedan hablar dos perros.

Doce novelas componen este libro. Hagamos su breve historial. Cervantes era al publicarlo un anciano. Tenía 66 años. Le quedaban tres para morir y seis dientes traspillados. Sólo dos libros suyos habían visto la luz, la Galatea, de hacía casi 30 años, y la primera parte del Quijote, de hacía ocho. Un fracaso y un gran éxito. En los tres que le quedaban iba a publicar otros tres libros, las comedias, un poema de bombos mutuos, la segunda parte del Quijote y póstumo, al año de morir, otro más, el Persiles. Así que cuando dio a la imprenta sus novelas ejemplares era, como quien dice, autor de medio libro y una vida deshecha. Le importaba, pues, poner atención en ese lance. No quería, tras haberle costado tanto alcanzar un discreto reconocimiento, dar un traspiés. A esas alturas o vive de su pluma o él y las cuatro mujeres que dependen de él se morirán de hambre. Escoge y repertoria Cervantes el argumento de estas novelas con amena finura. Todas son distintas. Quiere que sus lectores se entretengan, y acaso que aprendan de ellas. Que se diviertan, que rían, que piensen. De ahí el título de ejemplares que les da. No sólo a ejemplos morales se refiere, sino a todos aquellos que nos hacen disfrutar de la vida y celebrarla. Y si Cervantes es siempre festivo, aquí lo es en grado sumo celebrando el amor, la amistad, la lealtad, el valor. Hay que vivir, parece repetirnos, mientras observa la comedia humana. No echamos nada en falta. Lo popular y lo aristocrático, lo culto y lo castizo, los fantaseos juveniles y las ilusiones perdidas, y todo en ese estilo inigualable suyo chispeante de gracia y gravedad sentenciosa que hace que aún nos preguntemos por la fórmula mágica de ese contar insuperable. La respuesta la daría él mismo: "Lo que se sabe sentir, se sabe decir", nos dice en El amante liberal, y esa frase debería figurar en la entrada de todas las Escuelas de Letras y casas editoriales como en el templo de Apolo en Delfos figuraba aquel "Conócete a ti mismo". ¿No se refieren esas dos frases a idéntico ideal?

El cuándo y el cómo se escribieron importaría saberlo también. Dejemos dicho únicamente que quizá las escribiera durante 13 años, de 1598 a 1612, en algunos casos, siguiendo el modelo italiano de Boccaccio, Bandello o Ariosto, a los que mechó de autores patrios picarescos. En otros la invención es suya y sólo suya. Quedémonos ahora con la idea general de estas novelas. Una la dedica al mundo de los gitanos, otra al de los pícaros, algunas a las intrigas amorosas y a los celos, otras a las aventuras y a los cautivos, y todas son entretenidas y aunque las haya mejores y peores, ninguna fatiga, en todas está Cervantes con sus detalles. El artificio de Las dos doncellas quedaría por ejemplo compensado con el portentoso desenredo (y desenfado) de El coloquio de los perros, una de las 10 mejores novelas de nuestra lengua. En ésta es precisamente donde encontramos también algo que viene al pelo: "Los cuentos unos encierran y tienen la gracia en ellos mismos, y otros, en el modo de contarlos". Por si acaso, Cervantes procurará que sus novelitas sean ejemplares de forma y fondo. Su vida, las ajenas vidas, las vida siempre renovadas, siempre iguales. En todas y cada una de estas páginas habló de sí mismo y de tal modo, con tan sentimiento, que parece que lo estuviera haciendo de todos y cada uno de sus lectores, por separado, de cada uno de nosotros, sin fatigarse, sin fatigarnos, convencido de que la literatura es volver a empezar siempre, por aquello que decía su Licenciado Vidriera: "Ningún camino hay malo como no se acabe". Y así, acabado El coloquio de los perros dan ganas otra vez de empezar con La gitanilla, hasta el fin de los tiempos.

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