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Columna
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Empresarial

La llamada cumbre de Peñíscola ha certificado una evidencia: hay crisis industrial, al menos en los sectores tradicionales, y es necesario afrontarla. Lo que viene a desmentir el discurso oficial de la Generalitat, marcado por un triunfalismo voluntarista que a veces se parece demasiado al papanatismo más soez. Hay crisis, pues, y ello obliga a repensar las cosas, a debatirlas y hacer algo por corregirlas. He aquí una revolución. El nivel de deterioro de nuestro debate político y civil es de tal magnitud que lo normal se ha convertido en excepcional y nuestros empresarios han de escenificar, en una convocatoria masiva llena de solemnidad, su autonomía a la hora del análisis, de la reflexión y puede que también, indefectiblemente, de la acción. Si no fuera bastante expresivo de la deriva de la economía valenciana el hecho de que la industria pierde peso específico mientras la construcción duplica su aportación al PIB, la consulta de la balanza comercial, donde las importaciones casi equilibran ya a las exportaciones, y los síntomas que cotidianamente ofrece el devenir de las empresas, con sus expedientes de regulación y sus problemas de competitividad, bastarían para entender que la aceleración del mercado, las tensiones que causa la globalización, el tirón invencible de la deslocalización hacia áreas donde el trabajo intensivo es más rentable y el protagonismo imparable de la innovación exigen estrategias contundentes en capital humano, tecnología y formación. La cumbre empresarial lo ha constatado con claridad, mientras la patronal libra su particular pulso interno por la dirección de lo que ha de ser una nueva etapa, en la que el oficialismo carecerá casi por completo de valor. Puede pagar cara el empresariado la actitud seguidista del corto plazo y de la tentadora dolce vita que adoptó con los gobiernos de Eduardo Zaplana. Fue un grave error. Ahora, la urgencia es mayor. La cumbre empresarial ha reclamado una política económica ambiciosa y audaz. En la dicotomía entre eficiencia o periferia, la economía valenciana se juega nuestro futuro. No parece que el gobierno de Francisco Camps quiera darse por enterado, pero se acabó la era de la ficción.

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