_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Empresarial

La llamada cumbre de Peñíscola ha certificado una evidencia: hay crisis industrial, al menos en los sectores tradicionales, y es necesario afrontarla. Lo que viene a desmentir el discurso oficial de la Generalitat, marcado por un triunfalismo voluntarista que a veces se parece demasiado al papanatismo más soez. Hay crisis, pues, y ello obliga a repensar las cosas, a debatirlas y hacer algo por corregirlas. He aquí una revolución. El nivel de deterioro de nuestro debate político y civil es de tal magnitud que lo normal se ha convertido en excepcional y nuestros empresarios han de escenificar, en una convocatoria masiva llena de solemnidad, su autonomía a la hora del análisis, de la reflexión y puede que también, indefectiblemente, de la acción. Si no fuera bastante expresivo de la deriva de la economía valenciana el hecho de que la industria pierde peso específico mientras la construcción duplica su aportación al PIB, la consulta de la balanza comercial, donde las importaciones casi equilibran ya a las exportaciones, y los síntomas que cotidianamente ofrece el devenir de las empresas, con sus expedientes de regulación y sus problemas de competitividad, bastarían para entender que la aceleración del mercado, las tensiones que causa la globalización, el tirón invencible de la deslocalización hacia áreas donde el trabajo intensivo es más rentable y el protagonismo imparable de la innovación exigen estrategias contundentes en capital humano, tecnología y formación. La cumbre empresarial lo ha constatado con claridad, mientras la patronal libra su particular pulso interno por la dirección de lo que ha de ser una nueva etapa, en la que el oficialismo carecerá casi por completo de valor. Puede pagar cara el empresariado la actitud seguidista del corto plazo y de la tentadora dolce vita que adoptó con los gobiernos de Eduardo Zaplana. Fue un grave error. Ahora, la urgencia es mayor. La cumbre empresarial ha reclamado una política económica ambiciosa y audaz. En la dicotomía entre eficiencia o periferia, la economía valenciana se juega nuestro futuro. No parece que el gobierno de Francisco Camps quiera darse por enterado, pero se acabó la era de la ficción.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_