El consenso de Madrid
Habla poco, pero en cuatro trazos el financiero George Soros captó el sentido de lo que llamó "el consenso de Madrid" en la lucha contra el terrorismo, en torno a tres ejes: la condena a la muerte de inocentes por actos que persiguen objetivos políticos; la necesidad de respetar los derechos humanos al enfrentarse al terrorismo, y de empujar la democracia para socavar los apoyos a los terroristas.
El secretario general de la ONU fue más operativo al presentar las líneas maestras de su "estrategia global para combatir al terrorismo". Como elemento añadido insistió en la necesidad de ayudar a los Estados con medios insuficientes para luchar contra esta lacra, que tiene consecuencias económicas para países ricos y pobres. Según el Banco Mundial, el 11-S arrojó a la pobreza a 10 millones más de personas.
A la espera de la Agenda de Madrid, que se presentará hoy como colofón de esta cumbre, el consenso definido ayer no sería manco, si fuera real, si efectivamente, más allá de algunos foros, existiera esa "comunidad de democracias". No es nada seguro que la democracia sea la nueva divisoria del mundo que ahora cree ver la Administración de Bush. Como recordó Kenneth Roth, director de Human Rights Watch, quizás por Guantánamo, Abu Ghraib o la externalización de la tortura, Bush habla mucho de libertad, pero escasamente de derechos humanos.
Ayer mismo, en la cumbre, su ministro de Justicia, Alberto Gonzales, también habló mucho de libertad, pero sólo una vez mencionó la necesidad de que la lucha fuera coherente con "los derechos y libertades individuales". Una cierta alergia a hablar de "humanos".
Los llamamientos a introducir la defensa de los derechos humanos en la lucha contra el terrorismo fueron ayer constantes, especialmente por Annan. Lo contrario, rebajarlos o no respetar el derecho internacional, facilitaría los objetivos de los terroristas, como coincidieron en valorar expertos y políticos.
Otro elemento del consenso de Madrid es el apoyo a la definición de terrorismo que ha propuesto el grupo de alto nivel a Annan. Debe permitir avanzar hacia una Convención general al respecto, en vez de parcelar los diversos niveles de la lucha,como en las 12 convenciones sectoriales aprobadas hasta la fecha por la Asamblea General de la ONU. El terrorismo se define como "cualquier acto (...) destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a un civil o a un no combatiente, cuando el propósito de dicho acto, por su naturaleza o por su contexto, sea intimidar a una población u obligar a un Gobierno o a una organización internacional a realizar un acto o abstenerse de hacerlo".
Las definiciones las carga el diablo. En este caso, se podría considerar que toda persona armada -policías, soldados o colonos con fusiles- es suceptible de ser atacada sin caer en el terrorismo. Pero estos casos, incluido el terrorismo de Estado, están cubiertos por otras convenciones sobre conflictos armados. Sea como sea, nunca se ha avanzado tanto en esta definición, aunque los países islámicos y árabes -de escasa presencia en la cumbre- se resistan a adoptarla porque consideran que no toma suficientemente en cuenta su seguridad nacional.
Lo importante no es tanto centrarse sobre la definición como sobre lo que se puede hacer con esa definición. Debe ser un punto de partida, no de llegada. No hay excusa para no avanzar rápidamente hacia esa convención global que pide Annan, y que ya está redactada en un 80% a falta, justamente, de un acuerdo sobre la definición. En Madrid se ha marcado el camino. Y ha quedado patente que con el 11-M, España sufrió y mucho, pero no perdió la cabeza.
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