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DESAPARECE EL AUTOR DE 'TRES TRISTES TIGRES'
Columna
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La casa de los libros

Juan Cruz

Esa casa es un templo. Antes, en los 70, Miriam y Guillermo tenían a la entrada del 53 de Gloucester Road una planta enorme, de color verde intenso, que daba luz a toda la habitación.

Pero de esa casa, en esa década, lo que sobresale es la planta verde: como si isla -el amanecer en el trópico- se hubiera afincado allí para quedarse. En esos años -a mediados de los 70- cuando Guillermo había descrito el swinging London que él redescubrió para el mundo con el ritmo que le dio su literatura... Oírles a ambos contar ese ambiente era como asistir a una película, o a una novela que él nunca escribiría luego: la tenía en la memoria, y la memoria era común. No había una sola historia de ese tiempo que no contaran al unísono. No era un matrimonio: era una galaxia.

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En esta casa Londres pasaba por el Caribe, menuda fiesta. Pero aquel Cabrera Infante que había creado para Tres tristes tigres una sinfonía sin la cual ya no se podía escribir -ni hablar- el cubano, desposeído entonces de la isla, había sido herido por la pérdida de la tierra, la pérdida de la madre, y en general la pérdida del tacto sentimental que le hicieron a él y que hicieron su literatura... Había estado adaptando al cine una novela imposible, Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, y ese libro y su historia (la de Guillermo, la de Lowry) acabaron con el inestable equilibrio del intenso exiliado...

Una película, Vanishing Point, cuyo guión está transido por la capacidad de silencio de que fue capaz, es asimismo la explicación filmada del vértigo mental en el que vivía Guillermo desde que dejó Cuba, desde que Cuba se convirtió en una memoria sin remedio, en la mayor memoria herida de su vida aquí, la Cuba del cine y de la música, la Cuba de la perplejidad de la noche, la Cuba perdida...

Tres tristes tigres, su ritmo, es un trasunto de esa película, como es también consecuencia del amor por el ritmo, interior y exterior, de La Habana...; leer Tres tristes tigres era entonces viajar ya a un país imposible, en el que sin embargo se asentaban aún las fuentes de su imaginación; ahí, en esa novela, estaba Guillermo en estado puro, pero cuando conocías a Miriam veías que también estaba Miriam hablando... No se conoce caso de simbiosis mayor de una pareja...

Este Guillermo de Vanishing Point, y de Bajo el volcán, era, en 1974, el Guillermo que te recibía en el más íntimo de los silencios, acosado entonces por el nervous breakdown del que lo rescató Miriam, mucho más que los médicos... Le cuidaba con la atención de los hermanos invariables, te describía su silencio como si le estuviera interpretando, y ese amor por el hombre herido era también el cariño por la historia que a ambos se le había interrumpido...

En esos instantes prolongados de su vida silente, Guillermo te miraba como si quisiera salir de aquel laberinto y despertar otra vez en una isla sin cocodrilos barbudos; el alimento de su vida eran las noticias que venían de la isla, y también las noticias que nunca vendrían de la isla... En ese periodo no recibían habitualmente a los amigos, hasta que Guillermo recuperó el habla, y siguió siendo él mismo... Allí estaba, fumando sus puros, contando sus historias..., siguió siendo, al unísono con Miriam, el hombre que mejor cuenta historias en castellano, y en cubano.

Después de ese ingreso en los infiernos de la enfermedad y del silencio, ya acudíamos con más facilidad a visitarles, a reírnos con ellos en la casa donde seguía, enhiesta e insular, la planta verde que parecía una casa. Detrás de Guillermo, miles de libros que parecían un imponente cuadro cambiante... En el suelo, desparramados alrededor de su Smith Corona y de las restantes máquinas de escribir que fueron sus compañeras ruidosas (necesitaba el ruido, como si aún estuviera en Lunes de Revolución), más libros y más papeles, y sucesivamente recuerdos de las hijas, Carola, Ana, y de los nietos... ¡Y los gatos, qué presencia la de los gatos!

No había un solo día en aquella casa en que no hubiera flotando una noticia, una risa, una voluntad insular... Y a veces también se olían los guisos cubanos, y las palabras cubanas: Guillermo habla -¿hablaba?, cómo cuesta hablar en pasado- un inglés perfecto, pero también hablaba un cubano inconmensurable; no es verdad que en él fueran habituales los juegos de palabras: lo que había en él era un amor extraordinario por el idioma... En su novela más famosa hay un millón de juegos, pero el que más me llamó la atención, siempre, es ese final en el que ya aquel ritmo desenfrenado de la vida hace decir a su personaje principal, quizá él mismo, "Ya no se puede más".

Vinieron, pues, mejores tiempos, Guillermo recuperó la salud, viajó por todas partes, siempre con Miriam a su lado, gentil, inteligente, elegante, de broma le decíamos que la verdadera contadora de historias era ella..., y hablaban de gente, y siempre recalaban en Cuba y en sus aledaños, y era como si estuviera aún con ellos aquella planta de luz verde que tantas veces nos iluminó, hasta que fue un recuerdo...

Era, es, Guillermo Cabrera Infante un hombre de una cultura inconmensurable, a quien un hachazo de hace muchos años robó la alegría que luego recuperó, gracias a Miriam, hasta que la historia, el cansancio, la enfermedad, la malandanza del tiempo cruel que cayó sobre él como una plaga en los últimos años le hicieron decir "ya no se puede más", y se fue dejándonos atrás un magisterio que es como una inmensa planta verde a cuya sombra todos aprendimos a reír mejor también en los tiempos sombríos.

SCIAMMARELLA
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