La mirada oblicua
Rigor histórico. Capacidad crítica. Valentía para una reflexión moral. Aptitud cinematográfica. Talento interpretativo. De todas estas virtudes pueden presumir los artífices de El hundimiento, una película que, desde su estreno en Alemania (en el mes de septiembre de 2004), se ha convertido en un fenómeno social.
Hasta ahora, el cine no había mostrado los últimos días de Adolf Hitler en su búnker con tal nivel de realismo. Las intentonas televisivas supuestamente espectaculares (la última, en 2003, Hitler: the rise of evil, con Robert Carlyle como protagonista) y los olvidables filmes centrados en otorgar una oportunidad interpretativa a su protagonista (caso de Hitler, los últimos 10 días, producción de 1973 protagonizada por Alec Guinness) se habían sucedido.
EL HUNDIMIENTO
Dirección: Oliver Hirschbiegel. Intérpretes: Bruno Ganz, Thomas Krestchmann, Alexandra Maria Lara, Ulrich Matthes, Juliane Köhler. Género: drama histórico. Alemania, 2004. Duración: 150 minutos.
Pero El hundimiento, contada desde el punto de vista de una de las secretarias del dictador, se constituye como un verdadero esfuerzo por estrujar conciencias y por mostrar a las nuevas generaciones (y a las viejas que aún sigan con su autismo moral) la barbarie del nazismo.
Adolf Hitler es un personaje que se presta más a la caricatura (sin ir más lejos, El gran dictador, de Charles Chaplin) que a la introspección. Por eso la película resulta en diversos momentos tan audaz. Lo fácil hubiera sido presentar al führer como una alimaña incapaz de mostrar el más mínimo sentimiento.
Lo difícil es crear secuencias en las que el máximo responsable de la muerte de seis millones de judíos saque a la luz su ternura con los niños (arios). El error está en pensar que Hitler era un animal. No. Hitler era un ser humano que se comportaba como un animal. "Si vamos a perder la guerra, es irrelevante el destino del pueblo", dice en una de las líneas de diálogo.
Joachim Fest, historiador alemán, escritor del libro en el que se basa la película; Bernd Eichinger, fascinante profesional (con 37 años financió la costosísima adaptación de El nombre de la rosa), autor del guión y productor; el director Oliver Hirschbiegel, creador de la interesantísima El experimento (2001), y Bruno Ganz, con una memorable interpretación cargada de registros, son los nombres que han llevado a todo un país a su penúltimo análisis ético.
Retrato de Hitler
Bruno Ganz ofrece el retrato de un hombre colérico que, según esta visión, parece tener más capacidad para mostrar crueldad que inteligencia. Quizá los inteligentes (e igual de implacables en su mayoría) estaban a su lado, aunque un escalón por debajo.
El hundimiento es el minucioso dibujo de un microcosmos encerrado en un búnker. Donde igual se puede ver la borrachera de un inepto en medio de su última celebración que el suicida pacto final de un par de militares. Donde las cenas con vajilla de lujo y exquisitos modales se celebran frente a las agónicas reuniones de los altos mandos. Todo ello con los hijos de Goebbels jugando en cualquier esquina y gritando que están deseando ver "al tío Hitler".
Y, como imagen final, la arriesgada (y efectiva) presencia de la persona real en la que se basa el personaje central de El hundimiento: la secretaria. Su reflexión en el epílogo deja en el espectador el mismo nudo en la garganta que le produce a ella haber visto por fin en un espejo su mirada oblicua.
Babelia
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