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Reportaje:

Una modelo en la cocina

Con belleza, cerebro y talento, Padma Lakshmi, también conocida como la señora de Salman Rushdie, no necesita esforzarse demasiado para conquistar a un hombre por el estómago. Se ha convertido en una celebridad de la cocina internacional gracias a sus libros y un programa de televisión.

Conocí a Padma Lakshmi -modelo, actriz, cocinera, escritora y esposa del archiconocido novelista Salman Rushdie- en Kalustyan's, una tienda de comida india de Lexington Avenue, en Nueva York. Es un lugar diminuto, lleno de sacos de especias y tarros pegajosos de conservas, pero a Padma le ha gustado desde que llegó a Manhattan a principios de los años setenta. Y entiendo por qué. Es el decorado idóneo para una modelo como ella. Atrapada en sus diminutos pasillos, resplandece como una lámpara de araña en unos lavabos públicos. Dios, es hermosa, tan encantadora que, de hecho, en los primeros momentos de nuestro encuentro me sumí en una especie de estupor reverencial. Cuando con sólo una gentil sonrisa me ofreció su bolso Gucci y sus gafas de sol Costume National para poder mostrar sus encantos al fotógrafo, ¿creen ustedes que me sentí ofendida? No. Sencillamente me quedé allí, junto a los palmitos, como un maldito perchero.

Aparentemente, Lakshmi compra habitualmente en Kalustyan's, o, para ser más exactos, envía a su asistenta a hacerlo con cierta regularidad. Ella y Rushdie, con quien se casó en abril de 2004, se preocupan por guardar la línea y están a dieta, así que casi todas las noches cenan pescado. "Me estoy aficionando a hacer conservas", dice muy animada (cuando la grabadora está en marcha, pasa inmediatamente a voz en off; en cuanto se apaga, corta inmediatamente el suministro y te deja fría y resentida). "Coge seis limones, cúbrelos con sal y déjalos en un lugar oscuro durante seis meses. Es una conserva típica del sur de India. Después, mi asistenta sale a buscar un buen filete de pescado y lo marino con las conservas", dice la señora Rushdie, y añade que sirve el pescado con espinacas secas, pero sin carbohidratos. Aparentemente, es debido a que sufre una común pero perturbadora enfermedad conocida como mi pequeña barriguita.

Pero no pasa hambre, no hace dietas "A mí no me funcionan", afirma. "Paso mucha hambre, como el hijastro al que no dejan comerse la tostada".

La misteriosa habilidad de Lakshmi para seguir delgada aun dándose festines de reina fue el motivo por el que la modelo empezó a escribir sobre cocina. "Tuve que perder nueve kilos que había ganado para una película cubana. De modo que varié un poco mis recetas habituales: en lugar de mantequilla utilizaba aceite de oliva, y en lugar de nata, yogur". Una noche cocinó para algunos actores. Más tarde resultó que esos actores le hablaron a Harvey Weinstein, jefe de la productora Miramax, imperio cinematográfico y editorial, sobre "una modelo realmente delgada que cocina". Poco después asistió a un estreno en el que pudo hablar con Harvey y su esposa, Eve. Todo el mundo quiere saber lo que come una modelo, les dijo. Eve sintió curiosidad, y antes de que pudiera decir "pollo al coco", Miramax le había editado su primer libro, Easy exotic, una recopilación de recetas internacionales de bajo contenido en grasas que también incluía muchas fotografías de la autora luciendo lo que parecía un camisón. Pronto a la modelo le propondrían hacer su propio programa semanal en la televisión, en Food Network, llamado Padma's passport. Padma Lakshmi apareció en uno de los programas, enfundada en un atrevido vestido de seda, e improvisó un kheer (un pudin hecho con arroz) mientras explicaba el profundo significado de sus ingredientes (la leche representa un vínculo con nuestra madre, mientras que el azúcar nos recuerda la dulzura de la vida, dijo).

El libro 'Easy exotic' ganó el premio Versailles Cockbook Fair al mejor autor novel en 1999, y tuvo buenas ventas (el fotógrafo le dice a Lakshmi que le vuelve loco su receta de rajma, un plato vegetariano del norte de India a base de chile). El libro es un auténtico batiburrillo: recetas de Marruecos, España e Italia se mezclan con pequeños relatos sobre la infancia de la autora en India o cómo la animó una sopa de crema de zanahoria en un restaurante parisiense después de que cancelaran una sesión de fotos para Glamour que llevaba esperando mucho tiempo. "De hilar guirnaldas de limón para la diosa Durga y dividir los prasadam o alimentos sagrados para los niños, pasé a asociar la comida no sólo con la feminidad, sino también con la pureza y la divinidad", escribe. "A diferencia de la mayoría de los occidentales, también he pasado del vegetarianismo (me educaron en el más estricto de los hogares brahmin) a comer carne". Pero, como apuntaba un crítico, en esencia te hace pensar dos cosas. Una, que la salsa para espaguetis de la página 37 parece sencilla y deliciosa; es decir, ¿qué dificultad puede tener mezclar unos tomates de lata con una pizca de orégano y ajo? Y dos, nadie tiene ese aspecto tan bello y glamouroso mientras cocina espaguetis.

Lakshmi está a punto de terminar su segundo libro, motivo por el que ha aceptado esta entrevista y de paso llevarme a una de sus tiendas predilectas (lamentablemente, no puede cocinar para mí: a los periodistas no se les permite visitar el hogar de Lakshmi y Rushdie, ni siquiera conocer su emplazamiento exacto). "Este próximo libro será mucho más extenso. Quiero que trate sobre los hábitos alimentarios de la gente hoy día. No dispongo de cuatro horas para estar en la cocina. La mayoría de la gente no las tiene. Quizá muchos tienen una asistenta que lo limpia todo después. Es un placer comer algo que se ha cocinado lentamente. Pero quedarse ahí mirando…". También le gustaría hacer más televisión. "Cuando era pequeña, en Estados Unidos había un programa llamado The frugal gourmet. Me gustaría hacer un programa así. No explicar sólo cómo se limpia un pollo para cocinarlo, sino también lo bueno que es el jengibre para las náuseas o inhalar azafrán para el asma".

Al salir de Kalustyan's nos dirigimos a otra zona de Nueva York, a Chinatown, en busca de pescado (no le importa balancear una enorme lubina cerca de su vestido floreado, pero sí le preocupa que sus tacones, tan altos como el Empire State, se le llenen de escamas). Luego hacemos un trato y vamos a una pizzería del Upper East Side, Serafina. La propietaria es una amiga.

"Empezaba ya a tener náuseas del hambre que tengo", dice mientras hojea la carta. Pide pizza como para alimentar a todo el reparto de la serie de televisión Los Soprano. De queso, con atún y, la más lujosa de todas, pizza con trufas blancas. De todo esto, ¿cuánto engulló la señora Lakshmi? Pues bastante. El envite de la modelo a la pizza podría compararse con el de un roedor. Mordisquea hambrienta el sabroso centro de la pizza antes de apartar a un lado del plato los bordes. Los apila como cascarillas de maíz en los márgenes de un campo polvoriento.

Padma Lakshmi nació en Madras. Llegó a Estados Unidos cuando tenía sólo cuatro años, después de que sus padres se divorciaran. A partir de entonces pasaba gran parte del año en Nueva York con su madre, enfermera, y las vacaciones, con sus abuelos, en el sur de India (habla tamil e hindi). "Mi primer recuerdo culinario es el pepinillo", dice. "Incluso de niña, ya era rara. Me gustaba el pepinillo. Trepaba por las estanterías de la despensa de mi abuela. Guardaba el bote de pepinillos arriba del todo. Una vez se me cayó el tarro y lo rompí. Estaba totalmente desconsolada. En el colegio teníamos tamarindos. Yo era tan alta que los chicos me aupaban para cogerlos. Picante y ácido. Ésos son los sabores que me gustan". Pero en cuanto llegaba a Nueva York se sentía distinta a los demás, especialmente porque su confiada madre la mandaba al colegio con una fiambrera llena de curry vegetal. "Todos decían: '¡Uj! ¿Qué es eso?'. Ellos llevaban esos pequeños bocadillos de manteca de cacahuete y mermelada".

Al acabar el instituto fue a una "escuela de bellas artes, cara y liberal": Clark University, en Massachusetts. Cuando se encontraba en España estudiando para su tesis doctoral fue descubierta como modelo. "Todo ocurrió de la forma más tópica. Estaba en un bar. Me mostré más altiva de lo que me convenía. Les dije: 'Estoy aquí para hacer mi tesis', y ellos me respondieron: 'Sí, pero puedes ganar 5.000 dólares al día". Se ríe con ganas. "No era lo más estimulante del mundo, pero cuando trabajas con fotógrafos como Ellen von Unwerth y Helmut Newton es emocionante, ¿sabes?". Así que, ¿ganó mucho? "Sí, gané mucho dinero. Pagué la hipoteca de mi madre y el préstamo para mis estudios. Se me daba bien el dinero. Fundía gran parte de él, pero también ahorraba". Con las deudas cubiertas y con su trabajo académico terminado regresó a Los Ángeles, donde vivía su madre entonces.

Tenía intención de dar clases de teatro en institutos. Entonces llegó un cazatalentos de Italia y ella le siguió a Milán. Dos mil dólares prestados por su madre y dos maletas eran todas sus posesiones. "Fue liberador. Una oportunidad de ser lo que yo quería. Borrón y cuenta nueva. Además, ya conocía la popularidad que da el ser modelo. La gente venía entre bastidores para hacerse una foto conmigo. Reconozco que era algo que me seducía. En Clark había niños que iban a clase en BMW descapotables, mientras yo comía espaguetis con cebolla y queso parmesano para pagarme los libros. Así que la moda fue una forma de nivelar el campo de juego", dice.

Durante esa época trabajó para algunos de los grandes diseñadores: Cavalli, Ungaro, Ralph Lauren, Isaac Mizrahi, y al ser la única modelo asiática del circuito, cada vez se fijaban más en ella. Además hablaba italiano. "A la gente le era fácil entrevistarme". Finalmente, para su sorpresa, le ofrecieron copresentar un programa de televisión, Domenica In.

Trabajó en el programa media temporada antes de conseguir un papel en una película cubana, en la que le pidieron que cogiera peso. "Soy licenciada en arte dramático", dice. "Siempre he dicho que si tenía la oportunidad de dedicarme a aquello para lo que me había preparado, aprovecharía la oportunidad". Y todavía espera triunfar como actriz, a pesar de varios reveses que ha sufrido hasta la fecha (su papel en Glitter, todo lo que brilla, en 2001, un espantoso vehículo para Mariah Carey, fue prácticamente suprimido, y Boom, un thriller de Bollywood sobre tres supermodelos que roban unos diamantes que pertenecen a un mafioso indio, fue vapuleada por la crítica). "Es brutal", dice. "Al menos en la moda puedes irte a casa y consolarte: no es algo personal, buscaban una rubia. Pero en el cine piensas: ¿qué estoy haciendo mal? Tengo un título. Trabajo y me preparo con un profesor". Suspira. Cree que el color de su piel puede jugar en su contra.

¿Le ha preocupado alguna vez que los demás la consideren una niña mona? "La propia arrogancia de la gente les impide ver cómo eres de verdad. Me aburre la gente que no me juzga por lo que soy. Siempre se sorprenden cuando me pongo a hablar de negocios. Estaba trabajando con un guionista en un libro al que tenía opción de compra, y le pasé unas notas. Después me dijo: 'No me gusta cuando eres así. Te prefiero cuando ríes mientras te tomas una cerveza'. 'Pues lo siento', le dije, 'soy yo quien te paga'. A la gente le desconcierta alguien que es femenino, pero fuerte a la vez. No es que las chicas guapas no sean inteligentes. Es que las mujeres no son fuertes". Todo esto suena muy convincente, hasta que, de algún modo, ella misma desmerece sus argumentos añadiendo: "Pero te engañaría si te dijera que mi nuevo apellido no ha resuelto el problema sobre mi inteligencia. Creo que la gente da por hecho que si alguien de ese calibre…".

Lakshmi conoció a Salman Rushdie, el hombre que la puso en nuestro punto de mira, hace cinco años, en la fiesta de inauguración de la desaparecida revista Talk, de Tina Brown. "Creo que, de hecho, fue Tina quien nos presentó", dice. "Pero allí había mucha gente interesante: Madonna, Demi Moore… Yo era como un pececito en medio del océano". Estuvo encantada de conocerle: "En India es muy famoso. Es como Faulkner para los estadounidenses o Dostoievski para los rusos". ¿No se sintió intimidada? "¡No! Él estaba muy alejado de mi mundo. No se me ocurrió hacer comparaciones entre nuestras vidas, y tampoco cumplidos. ¡Me daba igual! Sería como compararme con Clinton. ¿De qué serviría?". ¿Le gustó Rushdie? "Nunca hubiera creído que podría gustarme, pero es muy carismático, tiene un gran sentido del humor, es atractivo, encantador, sabe coquetear y le encantan las mujeres". Lo único que no le gusta de él es su barba.

Al principio, mantuvieron una relación por teléfono, y fue entonces, dice, cuando se enamoró. "Él estaba en Londres y yo viajaba mucho por la promoción de mi libro. Estaba siempre sola en habitaciones de hotel, así que hablábamos mucho". ¿Era consciente de que estaba interesado en ella? "¡Dudo que lo estuviera! Nunca admitimos la situación. Pero teníamos las defensas bajas, al igual que las ideas preconcebidas sobre cómo era el otro".

Pero ella era, literalmente, la mujer ideal de Rushdie, y ya había aparecido en libros que éste había escrito incluso antes de conocerse (la modelo Lauren Hutton, que había leído El suelo bajo sus pies, se le acercó y le dijo: "Tú debes de ser Vina", en referencia a la heroína de la novela). Fue casi como si él la hubiese evocado, y unos meses más tarde, ya separado de su tercera esposa, Elizabeth West, Rushdie se trasladó a Nueva York para estar con ella. Modeló a la heroína de Furia, su última novela, inspirándose en Lakshmi, incluso en la cicatriz que tiene en el brazo, fruto de un grave accidente de automóvil que sufrió de niña.

"Estamos unidos por nuestras luchas personales", afirma. "Ninguno de los dos es totalmente occidental o totalmente oriental. Hemos encontrado en el otro un hogar propio". Pero su relación siempre ha sido motivo de cotilleo: que si están juntos, que si no lo están, que si él no la considera suficientemente intelectual. "Sí, gracias a Dios no les presto demasiada atención. Intenté, y sigo intentando, forjarme una carrera cinematográfica. Además, soy estadounidense. No tengo motivos para estar en Londres. Él tiene hijos en Inglaterra, y es un padre muy activo. Así que se nos veía separados a menudo; estábamos solos y salíamos con nuestros amigos. Él llamaba a Nigella o a Marie Helvin. Pero ahora estamos casados. Nos verás asistir a estrenos. Le encanta salir. A mí me gusta estar en casa, en pijama, comiendo palomitas. Pero él se pasa el día entero encerrado en una habitación. Por la noche necesita ver gente. Le gusta mucho la cultura".

Su boda, que tuvo lugar en un ático de Manhattan, fue una celebración, en gran medida, hindú. El novio, de 56 años, llevaba un sherwani largo de color negro (un abrigo estilo Mughal) y una dupatta (bufanda) gris plateada. La novia, de 30 años, lucía un sarí púrpura. Entre los invitados se encontraban Steve Martin y Lou Reed. Pero lo mejor de todo, según ella, fue la comida, servida por Bukhara Grill, un restaurante de Nueva York. Padma contribuyó con sus propias recetas de curry de mango crudo y meen moilee (pescado con leche de coco), y había también bhelpurri, haryali, pollo, paneer poper y anacardos con pimienta negra, seguido de gujarati dal, gobi, camarones en salsa de mango, sharabi kebabi, arroz y paratha. El pudin consistía en carne dulce chum chum con sabor a rosas; lachedar rabri, un dulce de leche, y tila kulfi (helado indio con palo, servido en carrito de postres). Los invitados se llevaron a casa bolsas llenas de cosméticos Mac, la mezcla de especias de Padma y su receta de meen moilee.

Lakshmi considera que la comida es la "principal socialización de nuestro tiempo". Creo que con eso quiere decir que sirve para unir a la gente. ¿Pero es también una forma de conquistar a un hombre? (aunque sospecho que no debe de necesitar demasiada ayuda en ese terreno). "Sí, claro", afirma. "Compra unas uvas verdes sin pepita, quítales el tallo y congélalas. Se convierten en pequeños mármoles de una dureza increíble. Son fantásticas para servírselas a tu amante en la cama. Imagínate el resto. Pero utiliza las uvas verdes, nunca las uvas rojas, porque éstas manchan las sábanas. Consérvalas en el frigorífico, nunca se sabe cuándo una cita puede acabar en tu casa".

En este punto es tentador preguntarle si es una técnica que ha utilizado con su esposo -"es una enciclopedia andante; resulta un poco molesto", dice de él-, pero, lamentablemente, Padma ha mirado su reloj. "¡Son las cuatro!", exclama.

¡Clic! Se apagan las luces, se pone las gafas de sol y sale al trote. Los camareros, que antes eran una atenta multitud, desaparecen entre las sombras. Pobres. El único recuerdo que les queda de ella es un montón de bordes de pizza resecos.

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