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Enseñanzas del 'tsunami'

Joseph E. Stiglitz

Se pueden extraer muchas enseñanzas del tsunami que tanta devastación y pérdida de vidas ha provocado en Asia. Demostró el poder de la globalización, a medida que la televisión iba mostrando en vívidas imágenes por todo el mundo la destrucción de hogares. De hecho, en momentos como éste es cuando el mundo parece verdaderamente una aldea global. Naturalmente, dio la impresión de que la noticia del alcance del desastre tardaba un poco más en llegar al rancho que Bush tiene en Crawford, Tejas. Pero, al final, el presidente decidió interrumpir sus vacaciones y ofrecer cantidades de ayuda que se revisaron sucesivamente al alza, en una competencia mundial que prometía beneficiar a quienes necesitaban ayuda desesperadamente. La ayuda de EE UU pareció tacaña en comparación con las cantidades ofrecidas por países con una riqueza mucho menor que la estadounidense. Australia, un país con poca población, ofreció más del doble de la asistencia estadounidense, Japón prometió casi un 50% más, y Europa prometió más de cinco veces más. Esto llevó a muchos observadores a reflexionar sobre el hecho de que el país más rico del mundo es, en general, el más mísero en ayuda exterior; mucho más si se compara con la cantidad que gasta en guerras y defensa.

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Se trataba de un desastre internacional, así que era apropiado que Naciones Unidas tomara las riendas para coordinar las tareas de asistencia. Por desgracia, en un esfuerzo que se consideró ampliamente como otro intento de socavar el multilateralismo, Estados Unidos trató de liderar el "grupo principal", dirigiendo el programa de asistencia y haciendo caso omiso de los esfuerzos que ya se estaban llevando a cabo en la región y por parte de Naciones Unidas. Sea cuál sea su motivo, Estados Unidos decidió después unirse a las tareas de Naciones Unidas. La retórica utilizada por el Gobierno estadounidense para salvar las apariencias de que se había apresurado a reunir ese grupo principal en ausencia de otros esfuerzos se dejó pasar sin aspavientos. La respuesta de algunos países de la región fue verdaderamente impresionante, demostrando en qué medida han llegado a establecer gobiernos eficaces y efectivos. Se abordaron miles de detalles: Tailandia envió embajadores a la parte afectada del país para ayudar a atender las necesidades de sus ciudadanos, ayudó a quienes habían perdido su dinero y sus pasaportes a volver a casa, proporcionó atención sanitaria a los heridos, estableció sistemas para identificar los cuerpos, y lidió con las dificultades planteadas por la escasez de bolsas para cadáveres y la falta de instalaciones mortuorias frigoríficas. Los países que, como Tailandia, consideraron que tenían las finanzas controladas, pidieron que la asistencia se dirigiera a otros. Solicitaron, sin embargo, una cosa: una reducción de barreras arancelarias y un mayor acceso a los mercados extranjeros. No querían donaciones, sólo la oportunidad de conseguir ingresos. La respuesta, al menos en el momento de escribir esta columna, ha sido en general un silencio estrepitoso.

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Por otra parte, el G-7 realizó una contribución considerable al ofrecer una cancelación parcial de la deuda. Esto es especialmente importante para Indonesia, con una deuda de 132.000 millones de dólares (de los cuales, 70.000 millones los debe a acreedores públicos o garantizados por organismos estatales). Incluso sin el tsunami, esta carga habría sido un enorme obstáculo para el desarrollo del país cuando por fin se estaba recuperando de la crisis financiera de 1997. De hecho, hay en cualquier caso un argumento atractivo a favor de reducir la deuda indonesia, dado que buena parte de dicha deuda se adquirió en préstamos solicitados por el Gobierno corrupto de Suharto. Los prestamistas sabían, o deberían haber sabido, que no todo el dinero iba a parar al desarrollo indonesio. Es más, parte de la deuda se adquirió durante la crisis de 1997-1998, que se agravó y profundizó por las políticas impuestas por el FMI.

Nadie pretende que podamos prevenir o alterar las fuerzas de la naturaleza. Más bien, tenemos que aprender a soportarlas. Ahora hay llamadas a mejorar los sistemas de alerta de tsunamis. Pero en un aspecto, el calentamiento del planeta, ya hemos recibido una alerta temprana. La mayoría de los países así lo han reconocido y se han reunido en Río y Kioto para hacer algo al respecto; no lo bastante, pero el Protocolo de Kioto estaba pensado sólo como un comienzo. Por desgracia, es probable que el calentamiento del planeta destruya algunos de los mismos países asolados por el tsunami. Es probable que islas llanas como Maldivas acaben sumergidas. Sin embargo, todavía no somos una aldea global. Después de poner en duda primero que existieran pruebas científicas del problema, el mayor contaminador del mundo, Estados Unidos, se niega ahora a hacer algo al respecto (aparte de predicar la moderación voluntaria, de la cual se dan pocas muestras, al menos en EE UU). La comunidad internacional todavía no ha decidido qué hacer con un miembro extraviado que no asume sus responsabilidades como ciudadano del mundo. Los optimistas dicen que la tecnología resolverá el problema. Los realistas observan que en la larga carrera entre el medio ambiente y la tecnología, parece que hasta ahora la tecnología ha ido perdiendo. La naturaleza, como hemos aprendido con el tsunami, tiene su propio calendario. A no ser que aprendamos a respetarla, todos perderemos el barco.

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