Nada que contar
Durante el pasado Festival de Cannes, en una entrevista concedida a este periódico, el iraní Abbas Kiarostami reflexionaba de este modo sobre la irrupción de las cámaras digitales: "Antes pensaba que serían de gran ayuda para los jóvenes que empiezan. Ahora he visto películas tan malas en digital que me parecen un peligro. Deberían dar permiso para usarlas, como con las armas". Estas manifestaciones se incrustan en la mente del cronista durante la visión de Síndrome, primer largometraje como director del habitual intérprete Liberto Rabal, creado al alimón con su pareja en la vida real, Adriana Davidova, que ejerce de coguionista y de protagonista absoluta de la historia.
Con unas altísimas pretensiones y una imagen que, en ocasiones (siempre que no vaya acompañada de texto), transmite cierto gusto por el encuadre y por el movimiento, Síndrome se ve sin embargo sepultada por una historia no ya mal narrada, sino tan absurda como inexistente. Rabal y Davidova frivolizan sobre temas tan profundos y tan peligrosos como las enfermedades terminales, la adicción a las drogas, el sadomasoquismo, el incesto, la violencia de género o la demencia. Con unos diálogos mínimos, una rotunda ausencia de información sobre los personajes y unas interpretaciones de aficionados (a Davidova, por ejemplo, no se le entiende casi nada por culpa de sus carencias en la dicción y su empeño en susurrar cada frase), la película acusa los mismos males que ya lastraban Las noches vacías, el corto realizado por el tándem hace cuatro años. Y es que se quiere hablar de demasiadas cosas y excesivamente elevadas, cuando en realidad da la impresión de que no se tiene absolutamente nada que contar.
SÍNDROME
Dirección: Liberto Rabal. Intérpretes: Adriana Davidova, Javier Albalá, William Miller. Género: drama. España, 2005. Duración: 95 minutos.
Babelia
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