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COLUMNISTAS
Columna
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Los extraños inquilinos

La noticia de la captura de un extraño ladrón, con base de operaciones en la Costa Brava, turbó mi ánimo, y pronto comprenderán por qué. Empezaré desarrollando la tesis de El Extraño Inquilino. Verán, conozco a gente que cree en los fantasmas, en las casas habitadas por espíritus (el clásico ente con cadenas, a lo castillo inglés, o bien la versión tipo Los otros o El sexto sentido: muertos paralelos) y hasta en el síndrome de Poltergeist. De hecho, durante unos cuantos años residí en una pequeña y encantadora buhardilla madrileña, en un edificio que decían había sido erigido sobre un antiguo cementerio musulmán. Todo cuanto ocurría en la casa -desde la rebelión de los objetos hasta la desaparición de las llaves- era adjudicado por la mayoría del vecindario a semejante circunstancia. Sin embargo, yo siempre creí que entraba alguien de carne y hueso (El Extraño Inquilino). Incluso llegué a sospechar que, en mi ausencia, por mi piso se paseaban las monjas del convento de arrecogías de al lado, haciendo atrevimientos.

En esto debo de parecerme a Isabel II de Inglaterra. Fíjense que ni siquiera la más británica de las soberanas se ha salido nunca con la explicación de que los años horribles que le han ido cayendo encima se debieran a la existencia de un fantasma en palacio. Sin embargo, ella sería la menos indicada para negar que, de vez en cuando, se despierta en plena noche, hallando a diversos inquilinos fugaces -quizá admiradores que se pasan clandestinamente el secreto de la entrada clandestina a Buckingham Palace-, sentados a su real vera, en su propio lecho o tálamo, en amistosa actitud.

Sin pretender que ello también a mí me sucede, entre otras cosas porque Tonino daría señales de alarma (o le serviría un té al intruso, tengo un perro muy conciliador) si un desconocido penetrara en mi dormitorio conmigo dentro, tengo bastante claro que visitantes haylos. ¿O acaso creen que, cuando la casa se queda sola, como la Lola, nadie se hace con el secreto de su vulnerabilidad, simplemente para darse un garbeo de una habitación a otra, poner un CD en la cadena, ver una de mis joyas cinematográficas en DVD, o simplemente tumbarse a la bartola? ¿Cómo se explica, si no, que el mando a distancia perdido hace semanas reaparezca en la nevera, o que el nivel de anís El Mono descienda alarmantemente en su botella? Sin necesidad de ser ni un duende, ni un espectro, ni una malhumorada alma en pena, ni siquiera el marido de Demi Moore, hay Hombres Inexplicables que se cuelan en las casas cuando nosotros -y, sobre todo, nosotras- no nos encontramos en ellas. Y se dedican a enredar, sensibles posiblemente a ese punto de desorden que Toda Mujer necesita y que es incapaz de programar cuando vive felizmente sola.

Bueno, yo tenía esta fantasía y más o menos la cultivaba en silencio cuando la realidad irrumpió, en forma de noticia periodística que me informaba de cuán en lo cierto estuve y estoy. Pues la hábil policía autonómica de Catalunya, conocida como Mossos d'Esquadra (guapísimos/as, en general y porque hacen mucha gimnasia), detuvo en plena acción a un caballero (llamado individuo o elemento en las crónicas) que acababa de robar una vivienda. Dicho hidalgo fue sorprendido cuando salía por la ventana de una mansión, cargado con unas piezas robadas. Mas, oh sorpresa, al investigar al hombre, los agentes comprobaron que había hollado más de 40 segundas viviendas, dedicándose mayormente a habitar en ellas durante unos días, a cuerpo de rey, o a robar en otros casos. No nos encontramos, pues, exclusivamente, ante un Amigo de lo Ajeno. El hoy preso es, ante todo, un artista que viene a apoyar mi tesis del Extraño Inquilino.

Pues si algunos hacen eso con las segundas viviendas, ¿qué no harán con las primeras cuando se encuentran solitas y desamparadas? Afirmo que semejante caballero merece mi gratitud, pues demuestra verazmente que no estoy loca ni senil, que fue él, o fueron los que, como él, nos visitan quienes pusieron a refrescar en la nevera mi mando a distancia.

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