Los Juegos Olímpicos y el nacimiento de la tragedia
En este cuarto tomo de la Historia Universal de EL PAÍS se explica cómo una vez al año los griegos de la Antigüedad clásica olvidaban sus disputas y se enfrascaban en los juegos panhelénicos. Los Olímpicos se celebraban en Olimpia, los Píticos en el santuario de Delfos; ambos se celebraban cada cuatro años; los Nemeos reunían en Nemea cada tres años a los participantes y los Ístmicos cada dos en Corinto, una de las ciudades más céntricas del mundo heleno. Estos últimos eran los más animados, aunque no tenían un carácter sagrado como los otros. A los juegos concurrían atletas, corredores, jinetes y músicos de los cuatro puntos cardinales del extendido territorio helénico, desde Marsella y el sur de Italia hasta Cirene en el norte de África, o de Bizancio y las colonias que hoy están situadas en Turquía. Los premios para los vencedores consistían en trípodes, vasos de bronce y otros objetos de valor para la época. En la Ilíada, Aquiles otorga cinco premios a otros tantos competidores en una carrera de carros: el primero es una esclava y un trípode; el segundo, una yegua de seis años con su cría; el tercero, un gran caldero de bronce nuevo; el cuarto, dos talentos de oro, y el quinto, una urna con dos asas. En este periodo histórico se inició el teatro a partir, entre otras cosas, del culto místico al dios Baco. El término tragedia viene de tragos, cabra, porque los devotos en sus ceremonias o bailes iban disfrazados de sátiros con el cuerpo cubierto con una piel y larga cola sujeta a la cintura. Una cabra era el premio para el coro que realizara mejor la interpretación. Luego, los actores comenzaron a llevar máscaras que exageraban los rasgos faciales para dar el debido carácter al personaje, y la boca tenía una gran abertura para proyectar y aumentar la voz. El teatro mejor conservado en la actualidad es el de Epidauro; fue construido por Policleto el Joven a finales del siglo IV antes de Cristo.
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