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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elecciones a ciegas

Sin testigos, casi a ciegas, y en una situación de ocupación militar y terrorismo muy activo, se van a celebrar el 30 de enero las primeras elecciones democráticas en Irak. Es evidente que estos comicios van a ser algo más que "imperfectos", como los ha calificado ya la Administración norteamericana. Definitivamente desechada la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, EE UU no tiene hoy otra justificación para la guerra, la ocupación y su presencia allí que el establecimiento de una democracia por imperfecta que sea. En la creación de un régimen con legitimidad reconocida por la mayoría y que recupere la soberanía nacional radican todas las esperanzas de acabar con la guerra de baja intensidad que se cobra diariamente vidas iraquíes y de los ocupantes. Sólo un éxito, por limitado que sea, de estas elecciones puede crear una situación por la que deje de ser un puro sarcasmo la afirmación del presidente George W. Bush de que la intervención "ha valido la pena".

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Es difícil creer que nos podemos encontrar pronto, pase lo que pase el día 30, en una situación poselectoral en la que los iraquíes vayan a poder gozar de mayor seguridad y protección de sus vidas y derechos. El boicot a las elecciones de los principales grupos de la comunidad suní y las amenazas masivas de los principales grupos terroristas ya ponen en evidencia que el nuevo Gobierno tendrá enfrente a los mismos enemigos que el Gobierno provisional y las fuerzas ocupantes. Sin embargo, no deja de ser un considerable paso en la dirección correcta que la mayoria chií y la comunidad kurda, así como otros sectores de la sociedad iraquí, hayan hecho oídos sordos a las amenazas y asesinatos y llamen a acudir a las urnas aunque lo hagan por motivos distintos: los chiíes, para consolidar su hegemonía como mayoría, y los kurdos, para conquistar su autonomía. Un aplazamiento de las elecciones crearía probablemente más problemas de los que resolvería. Y sería considerado como un triunfo del terrorismo. Nadie puede predecir los efectos de estas elecciones, ahora y en estas condiciones. No cambiarán los planes del terrorismo y no se puede descartar una guerra civil con un levantamiento de la minoría suní, que ve peligrar el poder y los privilegios de que gozó bajo Sadam Husein.

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Las elecciones se celebran casi sin testigos. La inseguridad ha expulsado a la prensa internacional independiente. Sólo estarán presentes los periodistas empotrados en unidades militares americanas o británicas. Tampoco habrá un sistema de observación internacional fiable.

La ubicación de las urnas se dará a conocer días antes. En cuatro zonas suníes, incluida Bagdad, será difícil que se pueda siquiera votar. Por temor a atentados, los votantes no conocen aún los nombres de los candidatos. Se harán públicos después de las elecciones. Pese a todo, de las elecciones surgirá una asamblea constituyente y un Gobierno en todo caso más legítimo que el precedente y todos los anteriores.

Es evidente que Bush no puede permitirse, antes de iniciar su segundo mandato el día 20, el fracaso que sería un aplazamiento. Las elecciones distan de ser genuinamente democráticas por las circunstancias reinantes en Irak. Pero son la única vía de crear una situación que aleje la pesadilla de eternizar la presencia militar allí y permita perfilar una retirada que no sea una humillación y una catástrofe política, militar y geoestratégica de consecuencias imprevisibles.

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