Aire fresco dentro, humos fuera
Hubo en Roma un tiempo en que uno salía a la calle a respirar aire fresco. Ahora, con la ley antitabaco, el aire fresco se encuentra en los bares y la humareda está fuera, porque se fuma a la intemperie y porque Italia sufre la enésima alarma de polución ambiental, hasta tal punto que han prohibido parcialmente el tráfico en los centros urbanos. Quién iba a decir que los italianos se encontrarían un día sin volante y sin pitillo. Cómo cambian las cosas. Antes del lunes pasado, la gente se ponía el abrigo para salir y se lo quitaba para entrar. Ahora las cosas funcionan al revés. En la calle hace calor porque los empresarios de la hostelería han descubierto que resulta más barato caldear el exterior con diez estufas gigantes que instalar dentro todas las máquinas extractoras, purificadoras, aislantes y señalizadoras que la ley impone sobre las casi inexistentes, y muy buscadas, "zonas de fumadores".
Quien no fuma está encantado, como era de esperar, y quien fuma, cosa menos esperable, también. Eso dicen las encuestas: el 97% apoya la ley
Habrá quien piense que exagero (y tendrá razón), pero a una calle estrecha del centro romano le bastan dos bares con calefactores en la terraza para ponerse en primavera. El jueves por la mañana, sin ir más lejos, la terraza del Ciampino, un clásico de los desayunos en la plaza de San Lorenzo in Lucina, estaba abarrotada de gente. Y desprendía tanto calor que, pese a los 7 grados oficiales, el quiosquero de la plaza tuvo que quitarse el jersey.
La "ley salvapulmones" del ministro de la Salud, Girolamo Sirchia, es en general inatacable. La mayoría de la población, que no fuma, tiene todo el derecho del mundo a no fumar por delegación los cigarrillos de los 12 millones de italianos adictos al pitillo, de los cuales tres millones sufren, según datos en poder del ministerio, una "dependencia profunda" de la nicotina. (¿Cómo saben esas cosas? ¿Existe un censo secreto de fumadores con un subapartado de "irrecuperables"?).
Quien no fuma está encantado, como era de esperar, y quien fuma, cosa menos esperable, también. Eso dicen las encuestas: el 97% de los ciudadanos apoya la ley (el 81% entre los adictos), aunque uno de cada tres querría un referéndum y dos de cada diez fumadores piensan frecuentar muy poco bares y restaurantes en un futuro próximo. Los sondeos no hablan de las "patrullas de consumidores" que vigilan que se cumpla la ley y llaman a la policía en cuanto echan en falta un cartelito de prohibición; a ojo, uno diría que una gran mayoría de italianos serían partidarios de que esos inquisidores vocacionales se entretuvieran de otra forma.
El ministro Sirchia no sólo aspira a proteger la salud de quien no fuma. También quiere llevar por buen camino, por las buenas o por las malas, a quien sí lo hace. La ley contiene detalles evidentemente disuasorios, como las especificaciones técnicas requeridas para crear una sala de fumadores. Debe ser más fácil sacarse el pasaporte en Corea del Norte que montar un restaurante con ceniceros en Roma. ¿Por qué los letreros que dicen "zona de fumadores" han de ser luminosos, y si se estropean se cierra el local? Y más: ¿alguien se hace una idea de lo que significan 30 litros de aire limpio por segundo y persona, según impone la ley? Como la cima del Everest en un día de viento, supongo.
Para sorpresa general, la ley se cumple. Más o menos, porque esto es Italia, pero se cumple. Eso es lo más llamativo de esta primavera artificial con aceras recalentadas: en un país donde la legislación se considera orientativa como mucho, resulta que se prohíbe fumar en todos los locales públicos, en el puesto de trabajo y hasta en la escalera de casa, y la gente apaga el cigarrillo. Quienes piensen que esas cosas nunca pasarán en España pueden prepararse: simple cuestión de tiempo.
Como ocurrió en Nueva York, y después en Irlanda, la prohibición hace perder una parte de la clientela a bares y restaurantes (un 30% menos durante la primera semana en Italia, dice la patronal) pero con el tiempo se asume. Y reduce un poco el consumo de tabaco: un 10%, dicen los estudiosos del asunto. Un contertulio de la famosa Vinería de Campo di Fiori (rarísima sin humo: parece más grande, más luminosa y menos íntima, la gente incluso habla más bajo), fumador ávido e incluido sin duda entre los tres millones de tabacómanos de gravedad, decía el martes que aprovecharía el "tirón" para desengancharse. Parecía tan entusiasta como un personaje de Woody Allen ("He dejado de fumar; viviré una semana más, y seguro que en esa semana llueve todos los días"). Pero el simple propósito era ya un éxito.
El ministro Sirchia dijo el otro día que después de las leyes antitabaco llegaría una campaña contra el alcohol. Es curioso, porque Silvio Berlusconi, cuando era constructor, prohibía a sus vendedores que fumaran, que bebieran y que comieran ajo. Si yo perteneciera al lobby del ajo italiano, empezaría a preocuparme.
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