La fotógrafa más seductora
Musa de los surrealistas, modelo y fotógrafa, feminista y amante libertina, Lee Miller, bella e indomable, retrató a grandes artistas del siglo XX. Como reportera de guerra fue de las primeras en captar todo el horror de los campos nazis. Una exposición en Londres descubre sus obras.
La personalidad de Lee Miller encierra cientos de secretos, y su biografía permite reconstruir un singular capítulo de la historia social, política y artística del siglo XX. Nacida en 1907 en una granja de Poughkeepsie, en el Estado de Nueva York (Estados Unidos), Miller hizo de Europa su principal hogar. También la razón de su existencia a partir de su encuentro, forzado por ella, con el fotógrafo y artista surrealista Man Ray en su estudio de París.
Al morir en Londres, a los 70 años, abatida por un cáncer incurable, Miller dejó un legado artístico en torno a los 40.000 negativos fotográficos. Fue su único hijo, Anthony Penrose, quien los descubrió abandonados en el ático de la finca campestre familiar, al sur de Inglaterra, reuniéndolos con el tiempo en el fondo de los Archivos Lee Miller.
Una exposición en la National Portrait Gallery, de Londres, recupera, a partir del próximo 3 de febrero, algunos de los mejores retratos fotográficos de la colección particular de la independiente e indomable artista. Se exhiben alrededor de 120 imágenes en blanco y negro, tomadas entre 1930 y 1970, que iluminan los cinco grandes apartados sobre los que giró el trabajo de Miller: retratos de estudio de celebridades; retratos informales de artistas; retratos íntimos de amigos; mujeres colaborando en Inglaterra en tareas de guerra, y víctimas civiles de la II Guerra Mundial, incluidos supervivientes de los campos de concentración nazis.
El comisario de la muestra es Richard Calvocoressi, actual director de la Galería Nacional de Arte Moderno de Escocia y experto en la obra de la fotógrafa estadounidense. "Cuanto más me sumerjo en el trabajo de Miller, más convencido estoy de que, esencialmente, ella era una retratista. El retrato fue una parte integral de su vida, y las fotografías de hombres, mujeres y niños conforman cerca de dos tercios del total de sus imágenes", señala en la introducción a su monográfico Lee Miller: retratos de una vida, punto de partida de la presente exposición antológica.
"La Lee Miller que ahora he descubierto es muy diferente de la mujer con la que me pelee durante tantos años, y me pesa mucho no haberla conocido mejor. Este pesar lo compartirán muchos, pues Lee sólo desveló una pequeña parte de sí misma a cada persona". Con esta reflexión cierra Anthony Penrose una reveladora biografía de su madre, profesional de alma inquieta, famosa por sus trabajos delante y detrás de la cámara. El dramaturgo inglés David Hare establece, por su parte, una relación entre talento y talante: "Miller descubrió su identidad como artista en la experiencia de su propia adversidad. Estaba acostumbrada a provocar histeria en los demás, mientras ella permanecía, esencialmente, tranquila en su interior", escribe en el catálogo de la exposición.
Fotografiada por los grandes profesionales de las revistas de moda y retratada por maestros como Pablo Picasso, ella, a su vez, enmarcó con su cámara a la élite social y artística del siglo XX. En su legado abundan imágenes de pintores como el propio Picasso, Max Ernst, Joan Miró y muchos más; escritores como T. S. Elliot y Dylan Thomas; actores, compositores, cantantes, aristócratas e innumerables amigos y amantes. Entre estos últimos, Man Ray, con quien Miller aprendió el lenguaje surrealista tras presentarse en su estudio, en 1929, reclamando el puesto de asistente.
La relación entre ambos fue turbulenta -de acoso por parte de Man Ray, según el dramaturgo Hare-, pero la amistad entre ambos perduró, a pesar de las vicisitudes. "Formaba parte del manifiesto surrealista el que los artistas podían acostarse con quien ellos escogieran. Los hombres eran libres; las mujeres, musas. Pero cuando Lee, en su relación con Man Ray, reclamó su libertad correspondiente, Man Ray estuvo a punto de enloquecer de celos. Lee se fue de París, retornando a Estados Unidos y asentándose más tarde en Egipto, para escapar de lo que ahora llamaríamos el acoso de Man Ray", señala Hare en el catálogo de la muestra.
Man Ray nunca se distanció del círculo de Miller. En 1937 aparece con amigos comunes en una atrevida escena campestre en el jardín de la residencia de Picasso, en el sur de Francia. Nueve años más tarde, Picasso posa para Miller con Roland Penrose, un artista británico y rico coleccionista de arte contemporáneo que por entonces era amante de Lee, y que se convertiría en su segundo marido tras divorciarse ella del industrial egipcio Aziz Eloui Bey. En 1976, Man Ray pidió a la estadounidense que presidiera un homenaje organizado para él en reconocimiento de su trayectoria artística. Para entonces, Miller había abandonado la fotografía tras aceptar poco antes uno de sus últimos encargos periodísticos: una serie fotográfica de Antoni Tàpies en su estudio de Barcelona.
"Sus más imperecederos retratos son probablemente los de artistas. Se mezcló socialmente con ellos durante toda su vida adulta, tuvo relaciones sentimentales, se casó con un artista, escribió sobre artistas y vivió rodeada de magníficos ejemplos de sus trabajos. Le gustaba fotografiar a los artistas junto a sus obras o mientras las realizaban. Se aprecia una empatía en muchos de estos retratos que es casi tangible", comenta Calvocoressi.
Hay capítulos oscuros en la vida de Lee Miller. A los siete años, el hijo de un amigo de la familia abusó sexualmente de ella, transmitiéndole una enfermedad venérea. "Sus padres pidieron consejo a un psiquiatra para prevenir el inevitable trauma emocional. Su consejo fue convencer a Lee de la disociación del sexo y el amor: el sexo era un acto físico sin ninguna conexión positiva con el amor", cuenta Anthony Penrose.
A los 14 años, su primer amor se ahogó al caerse de un bote en el que ambos remaban en un lago próximo a la granja familiar. Y desde la adolescencia acostumbraba a posar desnuda, a veces junto a varias amigas, a petición de su padre, Theodore, un gran aficionado a la fotografía. Padre e hija mantuvieron siempre una estrecha relación. "Lee estaba ya desarrollando las estrategias de supervivencia que le servirían tan bien -y tan mal- para el resto de su vida", escribe Hare.
Pocos meses después de ser madre, en septiembre de 1947, otro tipo de nubarrones atormentaron el espíritu de Miller. La paz se extendía por Europa al tiempo que ella perdía la ilusión y el entusiasmo que antaño le habían ayudado a reemprender el vuelo. Cayó en una fase depresiva agudizada por un alto consumo de alcohol. Sin ganas de experimentar con la cámara, sólo descubrió un ligero alivio a la apatía cultivando una última disciplina artística: la alta cocina.
La desgana de Miller estaba directamente relacionada con el síndrome que afecta a los más apasionados corresponsales de guerra. Sin la adrenalina de la acción urgente, ya no vio sentido alguno en la fotografía profesional. Porque fue durante la II Guerra Mundial cuando se sintió plenamente realizada. Pudo haber regresado a Estados Unidos, pero prefirió quedarse en Londres para marchar, a la primera oportunidad, al frente europeo. En la capital británica documentó gráficamente el esfuerzo de decenas de mujeres, los refugios subterráneos contra los continuos bombardeos alemanes o la contribución en tareas civiles de artistas como Henry Moore. La revista Vogue publicó sus fotografías de la guerra, aunque las más impactantes de esa época se editaron en el libro Grim Glory: pictures of Britain under fire, publicado en 1940.
Miller tuvo que librar una dura batalla personal para ir a la guerra. El ejército británico no concedía entonces acreditaciones a mujeres fotógrafas, y la frustración crecía en su interior con encargos para reportajes de prensa que ella consideraba triviales. En el ejército de Estados Unidos encontraría su salvación al obtener el pertinente salvoconducto para acudir al frente. La ya corresponsal de guerra desembarcó en Normandía al mes de la invasión aliada y, según sus biógrafos, fue la única periodista testigo del bombardeo y sitio de Saint-Malo. Los censores británicos revisaron los carretes que ella envió a revelar a la Redacción de Vogue en Londres y eliminaron todas las imágenes con rastros de la entonces nueva munición secreta: napalm.
Probablemente, Miller fue la primera fotógrafa en entrar en París con los aliados, el 25 de agosto de 1944. Allí se reencontró y retrató a sus viejos amigos, Picasso y Jean Cocteau entre ellos; captó imágenes de la actuación de Fred Astaire para las tropas estadounidenses y otras escenas de las primeras jornadas de la liberación. Por encargo de sus editores, fotografió a la escritora Colette. Por entonces acompañaba sus reportajes gráficos con textos redactados por ella. Sufría en su faceta de escritora, pero describía con mucha personalidad lo que veía en las pasarelas, en los estudios de sus amistades o en el campo de batalla.
Nueva York y Londres demandaban más novedades sobre los altos modistas parisienses, pero Miller estaba obsesionada por avanzar con las tropas norteamericanas hacia el centro de Europa. Acompañada por su compatriota el periodista Dave Scherman, asistió a la liberación de los campos de concentración nazis en Dachau y, posteriormente, en Buchenwald. Los crematorios del primero llevaban cinco días sin operar y las pruebas del genocidio eran evidentes. Miller envió a Vogue una serie de fotografías de los horrores de la guerra con una instrucción muy clara: "Os suplico que creáis que esto es cierto".
Esa noche, Scherman fotografió a Miller bañándose en el cuarto de baño que Hitler utilizaba en sus estancias en Múnich. De la cercana residencia de su amante, Eva Braun, Miller escribió en julio de 1945: "Eché una siesta en su cama. Fue cómodo, pero macabro, quedarse dormida sobre la almohada de una joven y un hombre muertos y estar contenta de que estuvieran muertos".
Alemania se rendía poco después. Paradójicamente, ahí comenzó el declive de Lee Miller. Expresó su estado de ánimo en una carta que nunca llegó a enviar a su esposo, Roland Penrose: "Éste es un mundo nuevo y desilusionador. Paz con un mundo de canallas que no tienen honor, ni integridad, ni vergüenza no es por lo que todos luchamos".
'Lee Miller. Retratos' podrá verse en la National Portrait Gallery, de Londres, desde el 3 de febrero hasta el 30 de mayo.
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