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Reportaje:MAPA LITERARIO DE ARGENTINA

La disidencia de cartón

La ensayística argentina se divide en zonas resguardadas. La tradición disidente es invocada pero rara vez practicada. Una serie de contraseñas y un sistema de favores mutuos consolidan un reparto de prestigios sabiamente custodiado. Cátedras universitarias, periodistas de suplementos culturales, funcionarios de secretarías, diplomados a cargo de centros de cooperación, animadores de vernissage, destilan un vapor de conformismo y acartonamiento.

En el ensayo histórico argentino la discusión se repite con puntualidad. Por un lado, los que ofrecen argumentos y datos sobre las virtudes de la república del fin del siglo XIX gobernada por una élite que integró a la nación, construyó el Estado, modernizó el país al trazar las vías de comunicación, promovió la educación popular e hizo de esta tierra la bendición de millones de habitantes del viejo mundo. Por el otro, los que condenan a la misma clase dirigente por haber masacrado a los indios, entregado las riquezas al imperio inglés, despreciado a los criollos, desconfiado de los inmigrantes, hacerse dueño de todas las tierras y crear una democracia restrictiva mediante el voto calificado.

El abuso de los años de la dictadura es el ganapán de una literatura hábil en la obtención de premios y de lo que hay que callar
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Con el peronismo la historia es de nunca acabar entre los que lo consideran una lacra que nos desmoronó como sociedad y cultura instalando el latrocinio sistémico y universal, educando para abajo, distribuyendo el oro conseguido con las guerras europeas para después con los bolsillos vacíos llorar desdichas, inventar geopolíticas fantasiosas que dan vergüenza aliándose con el Eje, en suma arruinando el país, quizá para siempre, y los que ven en el Líder al padre del pueblo, aquel que integró a las masas mediante la justicia social, la dignidad del trabajador y la soberanía nacional.

J. J. Sebreli, Natalio Botana, son algunos de los exponentes más sólidos de la primera versión; Horacio González, José Pablo Feinmann, de la segunda. Para salir de nuestro atolladero histórico, recomiendo los libros de Tulio Halperín Donghi y los de Félix Luna.

¡Qué bien escribe César Aira!

Perdone el lector este descontrol, pero cada vez que me pongo a escribir de ciertas cosas me falta el aire, necesito salir a flote, respiro un poco, digo qué bien que escribe César Aira, y me sumerjo nuevamente.

El ensayo literario propone

una tesis gótico-romántica muy seductora. Nos dice que los escritores son seres que en la penumbra de las noches de niebla, cuando todo el mundo duerme, se reúnen junto a un grupo de elegidos -lectores y críticos- y les cuentan los secretos del día. El narrador está destinado a transmitir la contraversión de la historia oficial. Macedonio Fernández, Roberto Arlt, hasta el polaco Gombrowicz, son utilizados para legitimar críticos profesionales que tienen malestar universitario. Es bueno coleccionar malditos, fracasados, locos, algún suicidado, exilados, torturados y asesinados para presentarse en la sociedad letrada. El líder de esta logia literaria es Ricardo Piglia.

¡Qué bien escribe Cés...!, perdón.

No hablaré del uso y abuso de los años de la dictadura del proceso que es el ganapán de una literatura hábil en el manejo de la obtención de premios y de lo que hay que callar. Se trata de nuestra bastardeada memoria. Hablar del terrorismo de Estado y de sus criminales sin asumir responsabilidades en la aventura guerrillera más siniestra de nuestra historia -por las víctimas que causó, fundamentalmente en el propio bando- es una labor permanente de ciertos poetas de prestigio, por ejemplo, Gelman. Sobre este tema, sugiero leer el trabajo honesto y lúcido Poder y desaparición, de Pilar Calveiro.

El ensayo filosófico sufre de melancolía. La crisis de la modernidad ambientada en un cabaret de Berlín años treinta, sin música, sin mujeres, sin cigarros, de la mano de la tragedia de Benjamin, la de Karl Krauss, la palabra sabia de Sholem y Jabès, la alteridad solemne de Levinas, todo esto enfrascado en una denuncia al entretenimiento posmoderno que aplana los valores, toda esta plegaria en nombre del culto a la palabra perdida por los vates recuperada, de un progresismo de incienso y órgano..., ¡qué bien escribe César!

Beatriz Sarlo se especializa en el ensayo edificante y liviano. Combina temas de prestigio como Borges y Eva Perón, despega y vuelve a tierra con el mismo desperfecto que el avión presidencial. Le falla una turbina. Su último libro es una crónica de banalidades que le sirven para arrepentirse públicamente por haber estado del lado de la justicia asesina revolucionaria.

Mejores son los ensayos de Josefina Ludmer -que acompaña la teoría gótica de Piglia-, porque los temas son más interesantes, a pesar de un feminismo que con pudor académico le hace condenar por machistas a escritores de 1880 al mismo tiempo que adora a un temible varón como David Viñas, excelente ensayista por lo demás.

Hay escritores que no pertenecen a ninguna cofradía y realizan una labor valiosa y solitaria. Javier Auyero ha escrito ensayos sobre la relación de dirigentes políticos de segundo nivel y sectores populares en las zonas marginadas. Describe la cultura de la supervivencia con un Estado ausente, en la que se teje una red de solidaridades y un sistema de lealtades que la soberbia de muchos desprecia con el nombre de populismo. Por el lado del ensayo académico, José Emilio Burucúa realiza un fino trabajo de erudición, asombroso en un país en el que apenas circulan documentos de la historia europea. Su libro sobre la sacralidad y la risa en los siglos XV y XVII es ejemplar.

El ensayo de actualidad no se

edita necesariamente en libros. Se publica con su formato breve en diarios y revistas. Así lo hace Julio Nudler, nuestro mejor periodista de análisis económico y editor de suplementos, además de especialista en tangos judíos.

Hay un tipo de ensayista editor, que realiza una labor de pensamiento en la selección del material, y en los comentarios que acompañan lo publicado. Rafael Cipollini que ha editado un excelente libro con los manifiestos de las vanguardias artísticas argentinas, y Christian Ferrer, uno de nuestros mejores lectores, que, además de sus ensayos sobre el anarquismo, edita la revista Artefacto.

Recomiendo los ensayos de César Aira -Copi, Pizarnik, Trompeta de mimbre, como su diccionario de autores latinoamericanos- además de los pequeños fragmentos ensayísticos de sus novelas.

Tomás Abraham es profesor de la Universidad de Buenos Aires y autor de Situaciones postales, finalista del Premio Anagrama de Ensayo en 2002.

Cacerolada a las puertas del Congreso argentino en abril de 2002.
Cacerolada a las puertas del Congreso argentino en abril de 2002.REUTERS

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