El maremoto como castigo divino
Víctimas de Meulaboh creen que Alá ha golpeado en respuesta a los pecados de los indonesios
Desde el pasado 26 de diciembre, Tantawi, un soldado de 42 años, vaga cada día durante horas y horas en medio de un desierto de escombros buscando restos de la ropa que llevaban su hijo de siete años y su hija de cuatro, cuando el maremoto desintegró el barrio en el que vivían junto al puerto de Meulaboh, en la costa oeste de la isla de Sumatra. Él estuvo tres horas en el agua agarrado a un tronco antes de poder regresar a tierra y ver que gran parte de esta ciudad de 60.000 habitantes había desaparecido y, con ella, sus dos pequeños. De las 3.800 personas que residían en el barrio, entre ellas centenares de militares y policías, sólo ha sobrevivido la cuarta parte.
Tantawi tiene los ojos llorosos, pero no llora. Ya sólo quiere encontrar los cuerpos y enterrarlos. "No puedo estar triste, todo el mundo aquí está en la misma situación. La misma tristeza, el mismo dolor", dice, mientras mira sin ver los cascotes que se extienden en todas las direcciones. En centenares de metros a su alrededor no queda un muro en pie. En la bahía se mecen dos barcos de la Armada de Singapur sobre agua color chocolate, llegados para ayudar a la población. Tantawi, como dicen todas las víctimas del desastre cuando se les pregunta, sólo encuentra una explicación a la tragedia: la ira de Dios. Y cuenta una historia para justificar por qué se levantaron las aguas para tragarse decenas de miles de personas en la provincia de Aceh. "La noche antes del maremoto una persona con un gorro blanco [como el que llevan algunos imanes] se presentó en un local situado a un kilómetro de aquí, en el que había gente bailando sin ropa, y les dijo: 'Por favor, no hagáis eso. Si seguís, seréis castigados'. A continuación, se dirigió al mar y desapareció. Pero la fiesta continuó hasta el amanecer. Esa misma mañana se produjo el maremoto".
Asegura este soldado que la historia se la han contado los vecinos del local de prostitución, uno de los tres que había en la zona, al que, según reconoce, a veces iban militares. La carretera que unía el local con Meulaboh ha sido destruida por el seísmo y no se puede acceder por ella. En medio de la desolación, se mantiene en pie la mezquita de Babul Jannah (La Puerta del Paraíso), el único edificio que, como muchos otros lugares, aguantó el ariete de las olas. "Dios nos ha castigado, pero ha protegido las mezquitas, porque son la casa de Dios", dice Zainuddin, de 54 años, imán del templo de Mesjid Alhidayah, situado en otro barrio. Indonesia es el país musulmán más poblado del mundo.
"Nos ha castigado porque mucha gente comete malos actos y no sigue los dictados del islam, hay quien no reza cinco veces al día. Además, muchos líderes políticos son corruptos", dice Zainuddin. En el templo de Mesjid Alhidayah se refugiaron Mukhsin, de 35 años; su esposa, Darliani, de 28; su madre y su hija de tres años. "Mi mujer y mi madre se agarraron a una verja, y yo me abracé a una columna de la sala de oraciones. El agua nos subió casi hasta el techo. Mi hija gritó: 'Vamos a morir. Pero logramos aguantar". En esta mezquita -un edificio construido en 1927, coronado por una elegante cúpula-, rodeada de cocoteros, se salvó medio centenar de personas: unas dentro, otras subidas en el techo. Comparado con la devastación alrededor, el templo salió casi indemne.
"La historia demuestra que cada vez que se ha ofendido a Dios, se produce una catástrofe. Hay muchos criminales, mucha gente que no sigue los mandatos del islam, hay nepotismo y corrupción [en el Gobierno]", añade Tarmizi, de 35 años, que se dedica al comercio de aceite de coco. "En este momento tan duro para nosotros no hay gobernador provincial, ya que está encarcelado por corrupción", se queja. "Dios nos ha puesto a prueba".
El castigo divino, según Syahbuddin, de 62 años, que sobrevivió al subirse a un mango, pero perdió a su madre y a su hermana, llegó en forma de serpiente. "El mar se levantó como una cobra", dice, mientras representa la forma con el brazo doblando la muñeca hacia delante.
En algunas zonas de Meulaboh flota aún el hedor de la muerte. En el centro de la ciudad, un camión recogió ayer a media mañana varios cuerpos que habían aparecido durante las labores de desescombro. Junto a una barca hundida en un canal fue recuperado otro cadáver, cuya espalda sobresalía del agua. Pocos metros aguas abajo, gente en sandalias lavaba objetos en el mismo líquido negro. "Ayer fueron 50, pero pensamos que hay cientos de fallecidos debajo de esos edificios", afirma un vecino mientras señala una pila de casas desplomadas.
Las labores de limpieza de las calles y de demolición de los miles de viviendas derruidas avanzan lentamente a pesar de la ayuda de las excavadoras enviadas por el ejército de Singapur. La tarea es gigantesca, y los barcos, coches y troncos se apilan en los laterales de la calzada. Junto al mar, Tantawi sigue esperando encontrar un rastro de sus hijos. "Mi mujer tuvo un sueño ayer. Soñó que regresaban, y que la abrazaban, pero no le decían nada, no hablaban", asegura. A su espalda se recorta en el cielo La Puerta del Paraíso.
El Ministerio de Asuntos Exteriores tiene los teléfonos de información 91 379 16 25, 91 379 16 27 y 91 379 16 28. Para donativos, las ONG ofrecen: ACNUR 91 369 06 70; Cruz Roja 902 22 22 92; Unicef 902 255 505; Intermón Oxfam 902 330 331; Acción Contra el Hambre 902 100 822; SOS India 902 22 29 29
; Bomberos Unidos Sin Fronteras 91 467 12 16; Médicos del Mundo 902 286 286; Movimiento por la Paz-MPDL 91 429 76 44; Save the Children 902 01 32 24; y Médicos Mundi 902 10 10 65.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.