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Tribuna:EL DEBATE SOBRE LA REFORMA DEL ESTATUTO VASCO
Tribuna
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Un fantasma recorre España

Un fantasma recorre España. Es el de los nacionalismos filoindependentistas y los independentismos. Surgió en Cataluña a fines del XIX con las "Bases de Manresa", Prat de la Riba y demás, saltó al País Vasco con Sabino Arana, luego a Galicia. Se lo quiso conjurar creando autonomías para todos. Han traído algunas ventajas, como la atención directa; también problemas graves. Son compatibles, si no se desbordan, con el Estado y la nación.

Pero como remedio contra el independentismo, ya se ha visto, no han funcionado. Es un peligro para todos. Un cáncer que, en este momento, amenaza muy seriamente la unidad de España. ¿Cómo exorcizarlo? Con pomadas no, ciertamente. Y son pomadas las que, en este momento, intentan aplicarse.

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Ha habido una enorme falta de autoridad por parte de los Gobiernos españoles para hacer compatibles el Estado y las autonomías que se sabe. El PP funcionó bien frente a ETA, y esto se mantiene. Pero no es sólo ETA. Ya se vio el otro día que sus diferencias con el PNV eran más bien de táctica y que, cuando la táctica lo exige, van juntos a cara descubierta. ¿Es que no había manera de alejar del Parlamento vasco a los que ilegalmente entraron y votaron? ¿No se podía alejarlos, como se hace con los maltratadores?

Ésta es una de las infinitas debilidades. La distinción tajante entre nacionalismo democrático y no democrático era, diríamos prudentemente, exagerada. Todos lo sabíamos.

Hay debilidades de base. Por ejemplo, los partidos independentistas incumplen el artículo 6 de la Constitución, así como el 2, que habla de la "indisoluble unidad"; jamás habrían debido ser admitidos. Por ejemplo, el maltrato que sufre el español, y aquellos que lo hablan, en diversos lugares de España, va contra el artículo 3 (lo llama, equivocadamente, castellano). Y no pasa nada, todo sigue adelante.

¡Y quieren reformar la tal Constitución para hacerla más a su favor! Yo, al contrario, en la Constitución o fuera, incluiría preceptos que, sin mengua de las autonomías, son ya necesarios. Por ejemplo: que el Estado prima sobre ellas, no tiene por qué ir de tú a tú ante tribunales que a veces lo desautorizan frívolamente, a veces no son escuchados. Por ejemplo, habría que incluir la educación en la lista de las competencias del Estado (no está ni en una ni en la otra lista); sin mengua, por supuesto, de aquello que sea realmente propio de tal o cual autonomía. Por ejemplo, haría falta una Ley Electoral que restableciera una igualdad hoy inexistente que ha hecho que partidos nacionalistas sin mayoría en sus propios territorios se hayan enseñoreado de ellos durante años y años.

Ahora, el señor Ibarretxe pide negociar de igual a igual y que el conflicto no se resuelva a tortas. Claro que no, el llamado conflicto debe resolverse aplicando la Constitución, gracias a la cual está él donde está. Y no es el sospechoso de violarla, ayudado por Batasuna o ETA, da igual, el que tiene que decidir cómo se aplica, sino su guardián: el Gobierno español. No es cuestión de negociar, es cuestión de volver a la ley.

Tampoco decide el pueblo vasco. El pueblo vasco es un concepto en alguna medida étnico, en alguna medida (pero no mucha) cultural, político en ninguna medida, ni ahora ni antes. Menos que el pueblo castellano, por ejemplo, que no reclama independencia, sino que le dejen vivir. Pero ahí está el mito: desde el plan Ardanza para acá, erre que erre.

¿Cuál es la situación?, digo, la situación en general. Todos lo saben: los partidos nacionalistas y ahora los independentistas hacen de comodín o bisagra y ejercen un poder infinitamente superior al de sus votos. González tuvo que pactar con Pujol, Aznar con Pujol y los vascos; en honor al primero defenestró a Vidal-Quadras e inutilizó su partido en Cataluña. Y ahora muchos catalanes, yo se lo he oído, cansados de la prepotencia de Pujol (que, después de todo, es un hombre inteligente y aceptaba ciertos límites) se han pasado a Maragall. Mala jugada. Éste se ha aliado con los independentistas, gravita más o menos hacia ellos, a ver lo que saca. O sea: la cosa ha ido a peor.

Esos partidos crecen y crecen. Son vistos como la onda del futuro, y la victoria tiene admiradores. Pueden remunerarlos con mil puestos y ventajas y con la satisfacción de mandar. Crecen, así, en votos. Y aspiran cada vez a más y más. Es la línea de las apetencias humanas: cuando nadie hace frente, todo parece mollar. El Estado se ha desarmado, ha armado a un rival. Y los españoles procedentes de otras regiones, que han hecho la riqueza de Cataluña y el País Vasco, viven acomplejados, asustados otras veces, o bien huyen. Limpieza étnica se llama a esa figura.

Se ha creado falsamente, para esas regiones españolas, una imagen deformada, revanchista. Cataluña es una región hermosa y próspera, grata (hasta ahora) para el que iba allí. ¿Pero qué necesidad había de hostigar a la lengua española, de llenar el país de letreros "está usted entrando en Cataluña" (ya lo sabíamos), no mencionar a Madrid en las autopistas? Ingenuo e infantil. Cataluña es demasiado para precisar de eso, podemos vivir juntos perfectamente. Somos unos y los mismos, en realidad, mirando en perspectiva. Sin negar las diferencias.

E igual Galicia. Pero el mito culmina en el País Vasco. Un país tan bello, tan próspero también: gracias, entre otras cosas, a la ayuda de España. Esencialmente, es un país español, su cultura y su vida son esencialmente latinas y españolas, los grandes vascos han sido grandes españoles; lo esencial de su literatura es literatura española. Desde el obispo Zumárraga, que evangelizó México (en español) y dejó escritas las primeras palabras en vasco.

Las diferencias son adjetivas, muchas veces anécdotas: sólo que se cultivan. Pero ahora, ya ven: anuncian el referéndum de PNV-ETA y el Gobierno no se atreve a prohibirlo, sin más. Debería atreverse a aplicar la Constitución (el artículo 155, en este caso) para hacer regresar al Gobierno vasco a la legalidad. El señor Ibarretxe dice que esto es poco sensato. Pero lo sensato es que sea el Gobierno (y el Senado) quien decida, y que él obedezca.

Bueno, me adelanto: a lo mejor al final tendrán que aplicar el tal artículo. La buena voluntad, la paciencia de Zapatero es evidente. Se carga de razón. Pero tendrá que tomar decisiones. Ésa es la obligación del gobernante, en situaciones límite. Cuanto antes, mejor. Un cáncer no se cura de otro modo.

En fin, adonde iba. Las autonomías son muy respetables cuando están en su papel, no cuando se pasan. Sobre todo: no pueden condicionar la solución. No son iguales al Gobierno. ¡Qué insolencia la de la propuesta de negociación de tú a tú!

Entonces, la solución está en ir a la raíz del problema. La discordia y la mala sangre entre los dos grandes partidos, PSOE y PP, no tan diferentes, he insistido muchas veces, tiene que pasar. Es la que ha hecho crecer, hace crecer, a todo ese virus antiespañol, dañino para todos, insisto: para todos. Ha dejado margen de maniobra a mínimos partidos que apoyan a un gran partido contra otro y a otro contra uno, y así han crecido hasta perderse de vista. Una broma de mal gusto, algo que con la democracia tiene poquísimo que ver.

Hay que parar esa lucha suicida, hay fórmulas diversas. Y lograr, con ello, en primer término, un fortalecimiento del Estado, como he dicho arriba. Después, un arrinconamiento de mínimas fuerzas que están ahora engalladas. Y si hace falta aplicar la ley, se aplica. Más Gobierno es lo que hace falta.

Los antiguos cretenses se mantenían en una discordia permanente. Pero si llegaba de fuera un enemigo, se unían otra vez. Es el sincretismo: la unión de los cretenses. Creo que ha llegado la hora de ese sincretismo aquí en España. Acabarían todos por unirse a él.

Este pacto PSOE-PP es el que propuse en mi Carta abierta a Zapatero, publicada en Abc. Dirigía esta idea a muchos españoles. Ahora dirijo la misma idea a otros muchos españoles, desde EL PAÍS. Ésta es la única radical terapéutica contra el fantasma, contra el cáncer.

No es ya peligro para unos o para otros, lo es para todos. Alguien tenía que decirlo. Yo soy uno entre los muchos que así piensan. Y tengo libertad para decirlo. Después de todo, he venido escribiendo, desde los sesenta y los setenta, en unos y otros periódicos, no sólo en estos dos. De distintas ideas. Creo que en todos, si se reflexiona, cabe esta idea.

Al menos como propuesta, como telón de fondo necesario. Como recurso si todo se envenena. El voto contra el plan Ibarretxe puede ser un comienzo. El tiempo de las condescendencias, las sonrisas y los pequeños favores, todo perfectamente inútil, ha pasado.

Francisco Rodríguez Adrados es miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia.

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