Dólar en mínimos
La depreciación del dólar está convirtiéndose en una seria amenaza a la estabilidad económica y financiera internacional. La generalizada falta de confianza en la corrección de los dos desequilibrios, exterior y fiscal, de la economía estadounidense ha llevado a una preocupante baja el tipo de cambio de la principal moneda del mundo frente a algunas monedas, el euro entre ellas. Como ya ocurriera durante la Administración de Reagan, la economía estadounidense se ha hecho absolutamente dependiente del ahorro del resto del mundo para financiar su exceso de gasto, público y privado. La financiación de un déficit público cercano al 5% del PIB está requiriendo más que nunca del concurso de los inversores exteriores, particularmente de los principales bancos centrales asiáticos que no dejan de acumular en sus reservas instrumentos financieros emitidos por el Tesoro de aquel país.
La razonable presunción de que la segunda Administración de Bush no va a llevar a cabo modificaciones significativas en su política fiscal, manteniendo las reducciones de impuestos pasadas y el ritmo de crecimiento del gasto militar y en seguridad, no permite establecer un suelo a ese desplome del tipo de cambio, que la actual Administración contempla con complacencia. Son las economías de la eurozona las que en mayor medida están soportando esta caída del dólar, sin que, a diferencia de otros bancos centrales, el europeo (BCE) se dé por aludido. El resultado es un endurecimiento de las condiciones monetarias de la zona, además del consiguiente deterioro de la capacidad competitiva de las exportaciones, única vía de contribución al crecimiento para algunas economías como la alemana. El único paliativo viene por el abaratamiento de la factura del petróleo, en la medida en que sigue denominándose en dólares, pero en modo alguno puede llegar a compensar la pérdida de competitividad, incluida la de las exportaciones españolas.
De persistir esa apreciación de la moneda europea, y en ausencia de mecanismos de coordinación multilaterales que limiten su extensión, el BCE tendrá que abandonar su manifiesto tancredismo y considerar reducciones de tipos de interés con el fin de evitar males peores, hoy ya no tan distantes.
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