La otra voz
Cualquier conversación con Susan Sontag comenzaba siempre con idéntica pregunta: ¿Qué nuevos autores han aparecido? Y tras escuchar la lista más o menos extensa que había que improvisar para ella, indefectiblemente solicitaba una opinión personal y, sobre todo, las razones de esa opinión. A través de este invariable ritual, repetido en cada uno de sus viajes y de sus encuentros, la escritora ya en la cumbre de su fama daba pruebas de mantener intacta la curiosidad que animó las páginas de Contra la interpretación, el libro casi juvenil con el que obtuvo un inmediato reconocimiento. En él señala que el objetivo de la crítica es explicar lo extraño, lo excepcional. Y para explicarlo era preciso conocerlo, estar atenta a su aparición, muchas veces tímida y hasta fugaz, evitando que obras de valor no obtuviesen la atención y el aprecio que merecían.
Sus opciones políticas, en especial a partir de la guerra de la antigua Yugoslavia, fueron en gran medida una exacta continuación de sus juicios sobre el arte y la literatura. Convencida de la importancia de preservar Sarajevo contra la pretensión de pureza, de imperativa uniformidad, que enarbolaban los sitiadores, se embarcó en el proyecto de estrenar Esperando a Godot. Por este motivo hubo de compartir durante meses la suerte de la ciudad y de sus habitantes, convertidos en emblema de una experiencia cada vez más extraña y excepcional, como los libros y obras de arte que la seducían: la experiencia de la convivencia ciudadana frente a la quimera de las identidades colectivas. Desde entonces, el trágico recuerdo de Sarajevo no dejó de estar presente ni en su conversación ni en sus escritos.
Durante los últimos años denunció sin descanso los riesgos de que la guerra contra el terrorismo, una guerra concebida como un conflicto sin final, acabase destruyendo los sistemas democráticos y, en último extremo, la paz y la estabilidad mundiales. Las críticas cada vez más acerbas contra la política de los Estados Unidos las hacía como estadounidense, convencida de que de este modo contribuiría en la medida de sus posibilidades a conjurar los inciertos peligros que se cernían sobre su país y, además, a que el resto del mundo siguiese reconociendo en él una de sus mayores y más admirables riquezas: la voz crítica, la otra voz. Una voz como la de Susan Sontag.
Babelia
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