La Ucrania industrial recela del cambio
Donetsk, feudo de Víktor Yanukóvich, aspira a la autonomía para compensar un previsible triunfo de la oposición
La provincia de Donetsk, la más poblada de Ucrania con casi cinco millones de habitantes, es una de las principales impulsoras de la federalización del país, asunto del que el favorito de la contienda electoral, el liberal Víktor Yúshenko, no quiere oír ni hablar, como dijo en el reciente debate televisivo con su contrincante, el primer ministro Víktor Yanukóvich. La provincia de Donetsk, patria chica de Yanukóvich y donde éste obtuvo el 96% de los votos en noviembre pasado, centro de la industria metalúrgica y del carbón, rusohablante, es odiada por los naranjas, que la consideran cueva de mafiosos e inspiradora del separatismo.
"Falso. No somos separatistas, pero sí somos partidarios de un sistema federal, de una redistribución de los ingresos en favor de quienes producen", explica el gobernador, Anatoli Blizniuk. No necesariamente la solución debe pasar por crear una federación, opina, por su parte, el presidente del Parlamento provincial, Borís Kolésnikov. "El modelo puede ser la Alemania federal, donde un 70% de los ingresos quedan en el lugar donde se generan y sólo un 30% va al centro", especifica su portavoz, Elena Bondarenko.
La población teme que Yúshenko aplique una política económica de corte liberal
"No somos separatistas, pero sí partidarios de un sistema federal", dice el gobernador
El Legislativo y la Administración provinciales ocupan en Donetsk el mismo edificio que en la época soviética era sede del comité provincial del Partido Comunista, la máxima autoridad de entonces. A diferencia de lo que había en otras ciudades de la Unión Soviética, la plaza frente al edificio nunca la ha adornado una estatua de Lenin, que en la ciudad sigue existiendo, aunque ubicada en la esplanada que lleva su nombre, frente al Teatro de Drama. Más aún, a la entrada del pequeño bulevar que da a la sede de la Administración de esta provincia rusohablante se alza, paradójicamente, una de Tarás Shevchenko, poeta y pintor del siglo XIX, símbolo de las aspiraciones nacionalistas de los ucranios.
Lo que desean Donetsk y otras 16 de las 27 regiones que tiene el país es terminar con la injusticia que para ellas supone tener que entregar la mayoría de lo que ganan a Kiev, a las autoridades centrales, para que éstas después redistribuyan el dinero. Esta situación favorece a las regiones occidentales, afirman, esas mismas que apoyan al liberal Yúshenko, que son dependientes económicamente y que, por lo tanto, deben ser subvencionadas, mientras que las orientales son dinámicas y es allí donde se crea la mayoría de la riqueza del país. Donetsk, por ejemplo, ha generado en los 11 primeros meses del año el 26% de la producción industrial de Ucrania, explica la prestigiosa economista local Galina Gubernia.
En el apogeo del enfrentamiento entre los partidarios de Yúshenko y Yanukóvich, el Parlamento provincial de Donetsk aprobó la convocatoria de un plebiscito para pronunciarse a favor o en contra del sistema federal. También otras provincias orientales llamaron a referéndum, pero 10 días antes de estos nuevos comicios fueron desconvocados.
Los líderes regionales partidarios de obtener una mayor autonomía formaron un consejo jurídico para que los especialistas ofrezcan sus recomendaciones sobre la mejor manera de impulsar la reforma política y administrativa dentro de los marcos legales. Esto significa que la élite de las regiones rusohablantes e industriales no desea ir a un enfrentamiento con Yúshenko si, como es previsible, éste gana las elecciones. Prefieren llegar a un compromiso, que creen posible, para descentralizar el poder.
En la ciudad de Donetsk, que da nombre a la provincia, la pujanza económica se ve a simple vista: por sus anchas avenidas y acogedores bulevares transitan muchos Mercedes y automóviles de otras marcas de lujo; aquí y allá hay exclusivas boutiques y tiendas caras; los cafés y restaurantes se han multiplicado en los últimos tiempos y han surgido excelentes hoteles. Hay dinero, mucho dinero en esta ciudad moderna que, sin embargo, está llena de contradicciones y paradojas.
Una de éstas es la herencia -positiva en este caso- de los tiempos soviéticos, en los que los espectáculos culturales eran baratísimos. Lo siguen siendo: baste decir que las mejores butacas para escuchar Iolanta, del compositor ruso Piotr Chaikovski, valían esta semana en el Teatro de Ópera y Ballet de Donetsk sólo 10 grivnas, lo que equivale más o menos a un euro y medio. Casi frente a su hermoso edificio está el gris cine Shevchenko: allí una buena entrada para ver a Richard Gere en su última película, ¿Bailamos?, costaba tres veces más cara.
Las desigualdades sociales en este centro industrial son grandes, pero las autoridades se preocupan por desarrollar una política social que cubra las necesidades básicas de sus habitantes. Y la reforma de los servicios comunes que se planea introducir también prevé subsidios para que las personas de bajos recursos puedan afrontar la subida que se avecina de los precios de la electricidad, agua y gas en las viviendas. Y lo que temen los donetskinos es que con la llegada al poder de Yúshenko se aplique una política económica liberal que ponga fin a las prestaciones sociales que ahora reciben.
La situación de Donetsk es mejor que en otras partes: las pensiones están por encima del sueldo mínimo legal -352 grivnas, o unos 50 euros, contra 273- y el sueldo medio alcanza las 710 grivnas, mientras que la media nacional es de 386. Esto sitúa a Donetsk en el primer lugar entre las regiones ucranias por el monto de las pensiones y en el segundo por el de los sueldos, detrás de Kiev. Pero ocupa el penúltimo puesto en materia de medio ambiente y salud.
El principal problema que afronta Donetsk -y que comparte con su vecina, la provincia de Lugansk- está relacionado con la industria del carbón. La gran mayoría de las minas no son rentables y habría que cerrarlas, ya que es más barato comprar el carbón en el extranjero que producirlo aquí. Las autoridades locales reconocen esta realidad y están de acuerdo en que habría que ir clausurando las minas, pero este proceso, advierten, debe ser paulatino e ir acompañado de un programa de recapacitación para los cientos de miles de personas que trabajan en la industria.
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