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Reportaje:

El hombre que ató Turquía a Europa

El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, de 50 años y ex alcalde de Estambul, es un islamista moderado y un político pragmático empeñado en la modernización de su país

Juan Carlos Sanz

Los 25 líderes de la UE se quedaron con la boca abierta cuando el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, les dijo que no firmaba el reconocimiento de Chipre. La cumbre europea ya había terminado oficialmente a primeras horas de la tarde del viernes y los gobernantes se disponían a descorchar ya las botellas de champaña, según relató a la prensa el ministro de Exteriores luxemburgués. "Alegó que no le era posible firmar en un tono bastante agresivo, radical...", se quejó Jean Asseborn, "pero aquí, en Europa, no nos comportamos como vendedores de alfombras".

Con uno de sus habituales alardes de firmeza de carácter, de chico de barrio de Estambul apasionado por el fútbol, marcó el gol de su vida. De la misma forma que Margaret Thatcher regresó a Londres con su cheque europeo tras un largo forcejeo con sus socios comunitarios, Erdogan volvió a su país con una fecha para el inicio de las negociaciones de adhesión: el 3 de octubre del año que viene. Después de 41 años de espera a las puertas de Europa, un turco de 50 años y bigote cortado a cepillo sorteó el escollo del veto chipriota con un regateo legal, sin arrugarse el traje a medida ni asumir cláusulas de salvaguarda humillantes.

Erdogan se formó en un seminario coránico al que acuden los muchachos sin recursos
Su éxito europeo le ha catapultado a la dimensión de líder histórico
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El hombre que ha logrado amarrar Turquía a Europa sólo ocupa el poder desde marzo del año pasado. Su partido había barrido en las elecciones legislativas celebradas cuatro meses antes, pero Erdogan, ex preso político, no pudo presentarse a los comicios. En 1999 cumplió una condena de cuatro meses de cárcel por "incitación al odio religioso". La lectura de una poesía islámica en un mitin le inhabilitó de por vida para la política y le obligó a abandonar la alcaldía de Estambul. Recuperado con rapidez de su caída política, abrazó la fe del pragmatismo. La perseverancia en la consecución de sus objetivos y el carisma que emana de su franqueza le convierten en un nuevo líder de la Turquía contemporánea. Erdogan sigue la estela de los grandes reformadores como Mustafá Kemal, Atatürk, el fundador de la república que occidentalizó por decreto a los antiguos súbditos otomanos. O de modernizadores como Adnan Menderés, en el campo político, o Türgut Ozal, en el económico.

El nuevo líder de 70 millones de ciudadanos turcos que aspiran a ser europeos se crió en un distrito popular de Estambul, aunque su familia procede de la costa del mar Negro. "El ascenso al poder de Erdogan y los islamistas moderados del Partido de la Justicia y el Desarrollo representa el relevo de las anticuadas élites de Estambul por una nueva generación de dirigentes pragmáticos procedentes de Anatolia", explica un diplomático de la UE basado en Ankara.

Frente a los exquisitos alumnos del Liceo Galatasaray, nacidos para mandar tras estudiar en Europa o EE UU, Erdogan se formó en un imam hatip, el seminario coránico al que acuden los muchachos despiertos sin recursos. Mientras, vendía por las calles los populares simit, las rosquillas con sésamo que mordisquean a todas horas los estambulíes. Poco después de graduarse en la Universidad de Mármara se incorporó como economista a la Empresa Municipal de Transportes de Estambul.

La Universidad marcó su carrera política. Allí coincidió con el profesor Necmettin Erbakan, fundador del islamismo político turco y efímero primer ministro entre 1996 y 1997. Erdogan se integró junto con otros jóvenes profesionales -como Abdulá Gül, su actual número dos y ministro de Exteriores- en el Partido del Bienestar de Erbakan, que ganó las elecciones de 1995. Su política antioccidental, que estrechó lazos con Irán, y descaradamente confesional, desencadenó una contundente reacción del Ejército y los sectores laicos de la sociedad turca para forzar la dimisión de Erbakan.

El golpe blando sorprendió a Erdogan al frente del Ayuntamiento de la principal ciudad turca, donde se había forjado una leyenda de incorruptible y eficaz gestor. El Partido del Bienestar fue proscrito por los tribunales, mientras el alcalde de Estambul era encausado por apología del integrismo por haber recitado en un acto público un antiguo y belicoso poema otomano: "Las mezquitas son nuestros cuarteles, los alminares nuestras bayonetas, las cúpulas nuestros cascos y los creyentes nuestros soldados".

Cuando Erdogan salió de la cárcel ya no era un afligido meapilas populista. Rompió con el integrismo y se adhirió a una visión más moderada del islam, que permite, por ejemplo, estrechar la mano de las mujeres para saludarlas o compartir la mesa con un mandatario extranjero que bebe vino. Se desembarazó también de la vieja guardia política de Erbakan y sus beatos septuagenarios y se embarcó en el proyecto de crear el partido islámico moderno que le llevó al poder, desde donde ha tenido que lidiar para no verse engullido por el conflicto en el vecino Irak o para hacer frente a la ola de atentados que golpeó Estambul.

Pero el pragmatismo político no le ha librado de sus contradicciones religiosas. Su mujer, Emine, ha tomado el té con Laura Bush en la Casa Blanca, a pesar de ir cubierta con el pañuelo islámico, pero no puede ser recibida por la esposa del presidente de la República de Turquía en el Palacio de Çankaya por "exhibir un símbolo religioso" en un recinto oficial del Estado laico. Y para eludir la misma prohibición, sus dos hijas estudian en universidades de Estados Unidos, donde los bedeles no cierran el paso a las jóvenes que llevan el velo.

En una polémica iniciativa que estuvo a punto de minar su credibilidad en Europa hace apenas tres meses, el primer ministro turco intentó reintroducir en el Código Penal turco el castigo del adulterio con penas de cárcel, en contra del criterio del Tribunal Constitucional. "Es lógico, el partido en el poder es ante todo un movimiento conservador, que defiende los valores de la Anatolia profunda", precisa un diplomático occidental en Ankara. Erdogan y sus seguidores declaran que sólo aspiran a ocupar un espacio político confesional en un Estado laico, similar al de los democristianos alemanes, y no a imponer ley islámica.

Casi nadie habla ya en Turquía de una agenda oculta del líder islamista moderado. El éxito de su programa de acercamiento a Europa, al que ha dedicado sus mejores esfuerzos durante dos años, parece haber catapultado a Erdogan a la dimensión de líder histórico mientras la oposición socialdemócrata y laica turca sigue lastrada por sus disputas internas. Entre sus partidarios se escuchan ya voces que propugnan la reforma de las instituciones para crear un régimen presidencialista, de corte francés o estadounidense. No en vano las hercúleas tareas que aguardan a quien tenga que dirigir en los próximos años los pasos de Turquía hacia Europa van a exigir amplios poderes y el respaldo directo de un pueblo que intuye su futuro.

Erdogan saluda ante de comenzar la rueda de prensa que dio ayer tras su llegada al aeropuerto de Ankara. A su lado, el ministro de Exteriores, Abdulá Gül.
Erdogan saluda ante de comenzar la rueda de prensa que dio ayer tras su llegada al aeropuerto de Ankara. A su lado, el ministro de Exteriores, Abdulá Gül.EFE

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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