La casita de chocolate
Conforme envejezco me entusiasman más y más los cuentos navideños de Nuestro Tiempo. Por ejemplo, el que ha colocado a un huerfanito de humildes orígenes, Bernard Kerik, al frente de la lucha antiterrorista mundial, gracias al fabuloso currículo de este hombre que se ha hecho a sí mismo, alcanzando la fama y (mejor aún) la fortuna gracias a su infatigable aportación al Fabuloso Mundo de la Seguridad. Que, por si aún no lo saben, es el gran negocio del tercer milenio, la casita de chocolate del cuento de Hansel y Gretel, actualizado.
Siguiendo con el buen señor Kerik, no me resisto a relatar la historia de este gran hombre (no sólo ha recibido las bendiciones de Bush, Jr.; también las de la reina Oprah Winfrey en uno de sus espectáculos televisivos contraindicados para los diabéticos). A nuestro héroe, un maestro le auguró que no llegaría a ninguna parte. Claro que el profesor debía de estar hablando de otra cosa (cultura, por ejemplo), desconociendo que su pupilo sólo estaba interesado en La Cosa propiamente dicha: artes marciales.
En efecto. Nuestro jovencito se sacó el diploma de cinturón negro y a continuación se metió en el ejército. Allí (lo leo en la web de Oprah) "encontró la autoestima en el código militar de honor y deber". Tan bien le fue que a los 21 años, recién licenciado, nuestro ejemplar muchacho encontró un empleo de segurata al servicio de No, no pienso decírselo. Tendrán que adivinarlo. Pista uno, se trata de una familia real. Pista dos, se trata de una familia real que tiene petróleo y carece de democracia. Pista tres, se trata de todo ello y de un país del que procede Osama Bin Laden. Pista cuatro, se trata de la familia real del país petrolero que ha ayudado a hacer fortuna a la dinastía Bush. ¿Me siguen?
Bernard Kerik cumplió con su deber mientras estuvo al lado de los jeques cantamañanas, y aunque del sustancioso pastón con que sin duda le recompensaron no habla, lo más importante es que (sigue instruyendo Oprah) salió de allí "con un sentido del honor y de la integridad que hasta entonces no había conocido". Estaba listo para dar el siguiente paso en su deslumbrante educación. Se hizo funcionario de prisiones y entró en una de Nueva Jersey en calidad de oficial corrector. La dejó hecha un guante. Y también aprendió "cómo conducir hombres, cómo liderar gente, cómo ser un buen manager".
Cuando acabó de ponerlos a todos tiesos y, gustándole de su oficio hasta los andares, sintió que le faltaba algo, se hizo policía de Nueva York, departamento del que llegó a ser capo totale después de haber convertido Broadway con la 42nd. St. en el paraíso de Micky y Minnie Mouse. Fue en el NYPD donde el Destino había reservado a nuestro Huerfanito una Manifiesta Mejora venida del no hay mal que por bien no venga. El alcalde Rudolph Giuliani fue el hada madrina que, previo paso heroico por el fatídico 11-S (aquí los gritos condenatorios de rigor; muy sentidos, por cierto), y al retirarse de su mandato al frente de la ciudad, montó la Compañía de Seguridad de sus vidas.
La Giuliani Partners (que cobró cuatro millones de dólares por descubrirle al Gobierno mexicano que la policía de Ciudad de México es corrupta) marcha viento en popa no sólo porque (no me cabe la menor duda) su titular goza de gran prestigio en el mantenimiento de la Ley y el Orden, sino porque, desde el 11-S, la casita de chocolate no ha hecho más que crecer y crecer y multiplicarse y abrir sucursales. En la delegación de Irak, el socio de Giuliani fue el encargado de organizar el plan de entrenamiento de policías iraquíes (en una antigua base soviética, sita en Hungría), y, aunque el éxito no parece haberle sonreído, en realidad le ha sonreído brutalmente. Porque, a mayor inseguridad, mayor necesidad de Hombres Valerosos que se hicieron a sí mismos y, sorprendentemente, se forraron por el camino.
En lo que a mí respecta, me encanta Bernard Kerik, con su cráneo afeitado, su bigotazo y ese aire que tiene de personaje de una película hollywoodiense para niños memos navideños. Es ideal.
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