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LA INVESTIGACIÓN DEL 11-M
Columna
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Preguntas y obsesiones

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, hizo ayer gala de una actitud de concordia en su comparecencia ante la Comisión de Investigación del 11-M, mientras el portavoz del Grupo Parlamentario Popular, Eduardo Zaplana, iba perdiendo fuelle según desgranaba un rosario de preguntas prestadas, adoptando una actitud sumisa, subsidiaria de Jota Pedro. Como si sólo los esfuerzos de este cíclope del periodismo pudieran salvarnos de la confusión, como si fuera el único capaz de dictaminar si vamos por la recta vía, el único detentador de la verdadera piedra de toque que establece los quilates de verdad encerrados en cada uno de los hechos. Pero es que, además, la interminable intervención del portavoz popular discurrió por el itinerario que más podía dañarle y que más oportunidades podía proporcionar a su antagonista.

Quienes vieran la sesión seguramente coincidirán en señalar las numerosas ocasiones en que el presidente del Gobierno podría haber iniciado las respuestas a Zaplana, su primer interrogador, con esa frase hecha de "le agradezco que me haga esa pregunta", a la que suelen recurrir los políticos cuando en una conferencia de prensa se suscita un tema propicio al lucimiento. En algunos momentos, la torpeza del portavoz del PP adquiría perfiles legendarios. Quería situar a Zapatero en el banquillo, insistía en presentar la comparecencia del presidente en términos de interrogatorio, como si formara parte de unas diligencias judiciales o de comisaría. Pero, cada vez que buscaba la confirmación de sus obsesiones sobre Trashorras, los explosivos, o las caravanas de la muerte, acababa recibiendo el desmentido a sus tesis a base de minuciosos y autorizados relatos de hechos de la Comisaría General de Información de la Policía. Otra cosa es que todo ese despliegue dialéctico, todos los informes aportados y leídos, se fueran probando inútiles ante el frontón inelástico del PP. Según avanzaba la mañana, conforme nos tenía advertidos Proust, pudimos ver cómo "hay convicciones que crean evidencias". Ése es el caso de algunos dirigentes más o menos de honor y devoción de las aguerridas huestes peperas. El propósito de Zaplana era extender una nueva prórroga para las dudas sembradas, que parece ser la última trinchera desde donde querrían resistir, presentando sus engaños como la verdad del Evangelio y acusando de falsarios a quienes se limitaron a dar a conocer los hechos según iban siendo verificados.

Fue quedando claro que los únicos responsables de los atentados son siempre los terroristas, que el nivel de riesgo respecto del terrorismo islamista puede alterarse según los compromisos internacionales que en cada momento se asuman; que, por ejemplo, la decisión de Ánsar de unir su voz a la declaración de guerra a Irak supuso una crecida de esos riesgos, que los terrorismos aunque coincidan en el recurso a la barbarie tienen distintos ADN y que estudiarlos es una aproximación necesaria para mejor combatirlos. Encerrarse como hace el aznarismo en que todos los terrorismos son iguales y en que todos acaban conectándose en una última conspiración orquestal puede ser conveniente para favorecer la vuelta al estribillo de que también en nuestro caso islamistas y etarras estuvieron juntos en la masacre ferroviaria de Atocha, que es lo que se pretende sostener, pero semejante cerrilismo en absoluto ayuda a desactivar el fenómeno.

En resumen, el presidente Zapatero mantuvo las formas más correctas, prefirió evitar los epítetos descalificadores tan queridos por Zaplana pero sostuvo con plena firmeza que desde la aparición de la furgoneta a mediodía del jueves sólo hubo una línea de investigación policial: la del terrorismo de raíz islamista. Y que las afirmaciones en sentido contrario, mantenidas por el Gobierno Aznar a lo largo de la tarde del jueves y de los días siguientes -12,13, 14, etc- eran a todas luces un engaño. Zapatero encontró el tono, en las antípodas de la permanente regañina del aznarismo ofendido, que a todos nos pide cuentas por errores propios e intransferibles. Zapatero rechazó las imputaciones de cobardía que algunos han prodigado al pueblo español y excluyó que EE UU vaya a rehusar colaboraciones en la lucha antiterrorista por las diferencias en torno a Irak; y añadió que pensar así de Bush sería atribuirle una perversidad fuera de lugar en el comportamiento de países democráticos. Quedó a la vista la urgencia de que el PP vuelva a la racionalidad, porque en desiertos y montañas nada tiene que hacer.

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