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Columna
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El desasosiego de un país sin rumbo

Andrés Ortega

La crisis desatada por las fraudulentas elecciones presidenciales en Ucrania se ha encauzado bien, hacia su repetición el día 26, bajo una nueva ley electoral. Pero ha puesto de manifiesto lo peligroso que para la Unión Europea resulta tener a sus puertas Estados grandes sin rumbo fijo. El lugar de Ucrania en Europa es una cuestión pendiente que la UE no quiere mirar de cara, pues sabe que, pese a los deseos de Yúshenko de acabar entrando en esa Unión, no puede darle acogida porque ninguna de las dos está preparada, ni Bruselas busca un enfrentamiento con Rusia que hoy es esencial como fuente de aprovisionamiento energético. Estos días ha quedado claro que ni los límites de Rusia, o de su post- o neo-imperio (y Ucrania es clave para definirlo), ni los de la Unión Europea (como prueba el duro debate sobre Turquía) están aún fijados. Mitterrand en su día propuso la creación de una Confederación Europea en la que todos estos países, Rusia, y la propia UE tuvieran cabida. Fue un error desecharla. Ni la Gran OTAN, ni la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) dan el necesario sentido de pertenencia.

Putin se ha quejado de injerencia occidental en una Ucrania que considera coto de caza privado para Rusia. Sin embargo, la vida hoy en Europa -incluso más allá de la UE- es injerencia permanente. La mejorable OSCE manda observadores a todas las elecciones nacionales de sus miembros que se pretenden democráticas (también a las españolas del 14-M y las americanas del pasado 2 de noviembre, y sus informes al respecto son públicos, en www.osce.org/odihr). En el caso de Ucrania, sus valoraciones negativas han sido decisivas para empujar por unas nuevas elecciones.

En cuanto a la Unión Europea, el buen uso de su poder blando ha jugado un papel determinante en esta crisis. El alto representante para su política exterior, Javier Solana, y su equipo han actuado en defensa de dos de los principios básicos de la construcción europea que son la democracia y el Estado de derecho, sus mejores productos de exportación (no de imposición), y por ello ha impulsado una solución desde las propias instituciones ucranianas. EE UU, por el contrario, ha estado ausente de Kiev, aunque apoyando a distancia. La UE y sus miembros, esta vez unidos, han sabido no tomar partido por Yanukóvich o por Yúshenko, sino por la limpieza del proceso y las buenas relaciones con Rusia. Putin sí tomó partido por Yanukóvich.

La UE tiene que asegurarse de que no se desestabiliza la parte externa de sus fronteras. Algo había cambiado, casi sin percatarnos, desde la ampliación de mayo: Ucrania toca con la UE. Es además útil para todos que sea la UE como tal, y no los vecinos de Ucrania cargados de historia como Polonia, o más lejanos como Alemania, los que se entrometieran como tal en los asuntos internos de Kiev. Pero la UE no puede, hoy por hoy, ofrecerle un futuro a Ucrania. La Comisión Europea le ha ofertado vínculos más estrechos con la Unión si las próximas elecciones son limpias. Veremos. Y si gana Yúshenko, el problema para la UE será que éste pedirá algo más: un marco de identidad.

Ucrania no es un campo de batalla entre la UE y Rusia, ni la elección entre Yanukóvich y Yúshenko es simplemente entre una Ucrania Oriental y más pro-rusa y otra occidental y pro-europea, aunque los que más lo han visto bajo este prisma son los propios rusos para los que Crimea, sencillamente, es Rusia, aunque formalmente pertenezca al país vecino. También lo es entre la modernización o el estancamiento; y entre autocracia a lo Putin y democracia allí y en la vecina Bielorrusia. La más grande Turquía podría tener un papel regional incluso si no entra en la Unión. Pero Ucrania es demasiado grande y a la vez demasiado pequeña para andar sola y dividida por este mundo. aortega@elpais.es

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