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Reportaje:

Los pirineos a vista de pájaro

Del Monte Perdido al valle del Baztán o al Canigó. La silueta en vuelo del quebrantahuesos, una de las aves más carismáticas de los Pirineos, se desplaza de un lugar a otro de estas montañas, uno de los últimos paraísos, donde la naturaleza es la gran protagonista.

El quebrantahuesos sobrevuela las alturas, pasa de un valle a otro, de Andorra a Francia, de Francia a España… y desde un ángulo casi vertical contempla esta larga dorsal erizada del terreno que no muestra interrupción alguna desde Hendaya hasta el cabo de Creus. Lo mejor de la naturaleza queda allí debajo, y en su estratégica situación lo observa todo con ese ojo claro rodeado por un anillo rojo y enmarcado dentro de un negro antifaz: los pliegues y surcos de la tierra, los otros animales, los árboles, los movimientos del ganado y el pastor, el discurrir de los ríos agitados, la invasión de las sombras al caer el día, el murmullo de los pueblos… y los arañazos que los hombres han ido haciendo poco a poco en el paisaje.

La cordillera a lo largo y a lo ancho adquiere una grandeza sin igual. Sobrevolando este enjambre de macizos aparece el quebrantahuesos, una bella rapaz osteófaga que tiene en los Pirineos uno de sus últimos bastiones naturales en Europa.

Sus alas se despliegan con casi tres metros de envergadura, lo que le convierte en un magnífico planeador que con la ayuda de fuerte aleteos se dejará llevar por los vientos timoneando su cuerpo de plumaje anaranjado y dorso pizarra gracias al empleo de una amplia cola con forma de rombo. Es un animal de roca. Le gusta vivir cerca de grandes paredes inaccesibles con salientes y repisas para posarse o con cuevas para criar. Su voluminoso nido es un amasijo de palos, ramas y lana de oveja que puede llegar a pesar 250 kilos y medir hasta cuatro metros de diámetro. Antes de que el invierno pirenaico entre en un punto más gélido, esta ave comienza su apareamiento. En ocasiones, la nieve cae sobre los dos adultos que incuban una puesta de la que, si todo va bien, sólo saldrá adelante un pollo. El pequeño quebrantahuesos permanece en el nido 90 días. Sus primeros vuelos se producen en el mes de junio. Entonces ya está listo para vislumbrar la cordillera desde el cielo, para empezar a explorar sus rincones, buscar alimento, tomar posesión de un territorio vacío y encontrar pareja.

Pese a su simbolismo, el quebrantahuesos no está sólo en la cordillera. Los Pirineos constituyen uno de los últimos paraísos salvajes para muchos animales y plantas que han desaparecido del resto de España o del Viejo Continente. Hay urogallos, osos, lagópodos, desmanes, nutrias… y hasta hace cuatro años aún quedaban bucardos. Otros son, sencillamente, especies endémicas, es decir, que su área de distribución mundial está limitada a estos valles y cumbres. Por ejemplo, el tritón pirenaico o los más de doscientos taxones de plantas como la llamada ramondia u oreja de oso, un relicto de la era terciaria cuando dominaba un clima de tipo tropical. Eso hace que los Pirineos sean considerados por muchos naturalistas una auténtica maravilla.

Pero el quebrantahuesos, que desapareció de Centroeuropa en el siglo XIX y del resto de España a lo largo del XX por el uso masivo de venenos para el control de otros animales considerados "dañinos", sabe bien cuáles son sus amenazas actuales: la caza ilegal, la colisión y electrocución con líneas eléctricas, la destrucción del hábitat y, por encima de todas, todavía, el empleo de venenos. En ocho años, el 60% de los ejemplares recuperados muertos mostraron dosis letales de estricnina, aldicarb, aldrin, lindano o DDT.

La cordillera en conjunto es frágil, pese a su aparente dureza. Al contemplarla desde el aire, el destrozo medioambiental resulta aún más evidente. Al atravesar el valle de Tena, junto al parque nacional francés de los Pirineos, las excavadoras socavan las laderas de Espelunciecha y desguazan los cauces de los arroyos para instalar más telesillas y arrastres en una aplaudida ampliación de la estación de Formigal con cuantiosos beneficios económicos. Sin embargo, el deterioro propio de este modelo de turismo también se extiende por otros valles y pueblos que han perdido el viejo carácter arquitectónico y cultural que les define como "pirenaicos". Andorra, Vielha o la Cerdanya son un botón de muestra de un desarrollismo más propio de otros tiempos, cuando se construían con cierta libertad urbanizaciones, apartamentos y grandes infraestructuras. Y, por desgracia, sigue siendo el destino prometido, en los albores del siglo XXI, para valles aún idílicos y asilvestrados como Castanesa, Chistau, Bielsa, Vall Fosca o Port del Comte, al sur de la sierra del Cadí.

Sin embargo, la simple existencia de espacios naturales protegidos como los parques nacionales constituye una plena garantía de supervivencia para habitantes como el quebrantahuesos. En los Pirineos hay tres reservas naturales de este tipo con reconocimiento internacional: uno en el lado norte -parque nacional de los Pirineos- y dos en el sur -parque nacional de Ordesa y Monte Perdido, y parque nacional de Aigüestortes y Lago de San Mauricio-. El quebrantahuesos se halla aquí seguro, sin tendidos eléctricos, protegido, mimado, sin trampas mortales. Medio centenar de ejemplares portan en sus espaldas un arnés con un radiotransmisor que informa a los naturalistas de la situación y el tránsito de estos animales, que en invierno comen a mesa puesta en lugares donde se les aporta comida suplementaria. "Se alimenta sólo de huesos. Nosotros le echamos patas de oveja que engulle de golpe, sin partir. Su estómago está dotado de unos potentes jugos gástricos que facilitan esta pesada digestión. Cuando hay una carroña, espera a que buitres, alimoches y otros comensales carroñeros terminen el festín. Entonces, cuando ya no hay conflicto, toma con las patas o el pico los restos óseos y, si son muy largos, los deja caer en pedreras llamadas rompederos para que se estrellen y se partan", explica un guarda forestal.

Desde el aire, la imagen del parque nacional de Aigüestortes y Lago de San Mauricio es más real. Así se comprende mejor por qué le llaman el parque de los doscientos lagos. Un rosario de estanys, de formas diversas, aguas oscuras y frías salpica el granito como si de un sano sarampión líquido se tratara. Los tritones, las truchas y las ranas bermejas viven en lagos como Amitges, Llebreta, Ratera, Els Barbs, Long o Redó. Escoltando estas superficies cristalinas, dos moles de roca gemelas guardan la leyenda de dos hombres petrificados: Els Encantats. Su silueta altiva sobre San Mauricio es una de las fotos clásicas del valle de Espot.

Más al oeste, en el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido, todavía perduran los glaciares colgados de la cara norte de las Tres Sorores, el macizo calcáreo más alto de toda Europa. Los glaciares de Marboré, Gabieto, Taillón o el propio Monte Perdido representan uno de los últimos vestigios de hielo sempiterno que hay en España.

Ordesa y Monte Perdido no sólo comparte finalidad conservacionista, sino también 15 kilómetros de frontera administrativa, con el Parc National des Pyrénées, un área natural excepcional donde tienen cabida 118 lagos de alta montaña, 80 especies de plantas endémicas de los Pirineos, una población de más de 5.000 rebecos o isards, 350 kilómetros de senderos señalizados y dos millones de visitantes al año. Su techo es el Pic Long de Vignemale, de 3.298 metros, la montaña que el conde irlandés Henry Russell alquiló en 1889 por 99 años al valle de Bareges, con cargo a su pecunio, donde mandó excavar varias cuevas en las rocas dispuestas sobre el glaciar de Ossoue. Decía que "los Pirineos son capaces de dar a los santos del cielo nostalgia de la tierra".

El epicentro del parque nacional galo es el Circo de Gavarnie, impresionante muralla con más de 1.600 metros, caída escalonada y forma de anfiteatro, por donde se descuelgan las aguas en deshielo de una de las cascadas más largas de Europa. Cerca, muy cerca, se halla la Brecha de Rolando. Hoy, este paso entre murallas montañosas es el símbolo de unión entre dos espacios protegidos, dos países y una misma naturaleza que no entiende de fronteras.

Sale el sol. Las montañas se tiñen de colores cálidos y el quebrantahuesos se despereza. Emprende el vuelo y contempla, como si fueran hormigas en este paisaje soberbio, un grupo de excursionistas que paso a paso buscan un collado. Algunas de las sendas más renombradas de los Pirineos conducen a la belleza de las cumbres dominantes: Aneto, Maladeta, Posets o Lardana, Pica d'Estats, Neouvielle, Montcalm…

Y si en el Himalaya la atracción la ejercen los ochomiles, en los Pirineos la propician los tresmiles. Un total de 213 cumbres individualizadas rebasan esta altitud. Una cuarta parte de las mismas se apiñan en la parte alta del valle de Benasque. Las revistas de montañismo han traído la reciente noticia de un nuevo tresmil que hasta ahora había pasado inadvertido: la Torre Cordier, de 3.050 metros, localizada en la zona de las Maladetas por el geógrafo Tòfol Tobal y el técnico en deportes de montaña Jordi Pons.

El quebrantahuesos es observado, pero también observa con detalle. Él conoce a la perfección el ciclo anual de los pastores tradicionales que pasan el invierno en los pueblos montañeses y la Tierra Baja del valle del Ebro. El 1 de julio entran con todas las cabezas de ganado a los "puertos" que tres meses más tarde, para la "sanmiguelada", hacia el 29 de septiembre, abandonarán haciendo un uso sabio y sostenible de un recurso natural tan importante en la montaña como es el pasto.

El Pirineo de Navarra, de Lapurdi, de Zuberoa, es más amable en sus relieves. Invita menos a la existencia de grandes paredones, a favor de relucientes pastos y de la alfombra verde de la Selva de Irati, el Baztán o Quinto Real. Sin embargo, hacia el sur los ríos se van encajonado entre desfiladeros fluviales de altas paredes que el agua corriente ha ido cincelando a lo largo del tiempo. Así encontraremos las espectaculares foces, potxes o gargantas de Kakueta, Ehüjarre, Txintxurrenea, Gaztelu, Arbayún o Lumbier, donde el buitre se encuentra a gusto.

Hasta los siete años, el quebrantahuesos no muestra el típico plumaje de adulto. En ese periodo puede desplazarse a gran distancia en busca de nuevos territorios. Hay algunos que se salen de los Pirineos y llegan a los montes vascos, a los Picos de Europa, a Sierra Nevada… lugares donde antaño vivía. Diversos equipos de expertos biólogos tratan de facilitar este regreso con lo que llaman "técnicas de atracción social" para los ejemplares pirenaicos errantes, y que consisten en la colocación de señuelos y la creación de puntos de alimentación suplementaria en la cordillera Cantábrica o el Sistema Ibérico. Pero pronto o tarde regresan de nuevo a su hogar, a los Pirineos. Esta cordillera sigue siendo su reino.

En su panorámica aérea, los macizos pirenaicos parecen tranquilos mientras un grupo de personas llega con esquís de travesía al Pic Carlit, otro desciende el barranco de Gorgol practicando rápel, tres balsas neumáticas bajan sobre las aguas embravecidas del río Gállego al pie de los Mallos de Riglos, y hay quienes descansan en las grandes termas de Bagnères de Bigorre. Los hombres de la cordillera celebran sus fiestas con cencerros, romerías con santos, carnavales con máscaras y pieles de ovejas lachas, comidas con ternasco, queso y sidra, y bailan o danzan al son de dulzainas, gaitas de boto, trikitrixas, guitarricos y fabilores.

Acercarse a los Pirineos y subir a lo alto del Midi de Bigorre, a 2.872 metros, permite ver los Pirineos a través de los ojos de un quebrantahuesos. Y desde allí arriba, desde este impresionante mirador que alcanza a ver más de 300 kilómetros a la redonda, el visitante se siente más cerca de las estrellas.

Parc National des Pyrénées.
Parc National des Pyrénées.JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ

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