Real ansiedad
El otro día me explicaron científicamente la enfermedad que esta temporada padece el Real Madrid a pesar de su clasificación actual: está estresado por culpa de los traumas de la pasada Liga y principios de ésta. Y las dos manifestaciones más populares y matemáticas del estrés postraumático son, como se sabe, la ansiedad y la depresión, que según el Octavo Congreso Nacional de Psiquiatría, recientemente celebrado en Bilbao, padecemos el 25% de los ciudadanos españoles.
Bastan unos primeros planos de la PPV de Digital Plus para descubrir que Raúl está luchando como un cosaco contra esa ansiedad que contagia al club, que la sudoración excesiva de Zidane es consecuencia de los desarreglos emocionales que sufre el equipo, que esa mirada perpleja de Ronaldo cuando no logra hacer la última bicicleta para enfilar la portería enemiga sólo expresa la típica depresión de las megaestrellas, que el cerebro de Casillas cuando se acerca el peligro confunde psicoanalíticamente la portería de fútbol con la del balonmano, que Roberto Carlos ha perdido la eterna sonrisa por culpa de esa taquicardia paralizante del equipo y que Figo, aunque sigue empujando, sabe muy bien que le falta un nanosegundo psicológico para ser efectivo en el último regate.
El problema del fútbol en general y del Real Madrid, el Depor o el Valencia en particular, me explicaba mi psiquiatra heterodoxo, es que hasta ahora el fútbol no se ha tomado en serio la teoría de los desórdenes emocionales y, en cualquier caso, sólo la han aplicado individual y atléticamente, y nunca como ese organismo grupal que es el fútbol. Porque los clubes, como los individuos y las sociedades, también padecen estrés y muchas veces eso es lo único que les pasa a los equipos en crisis emocional al margen de genialidades o decadencias individuales y tácticas que sólo se reducen a cuatro chorradas geométricas relacionadas con el mito del centro del campo. Pues bien, sólo he visto a nuestro gran Santiago Segurola y a algunos de sus discípulos apócrifos aplicar al partido del domingo teorías relacionadas con la psiquiatría colectiva de los desarreglos emocionales del cerebro. No sólo que Raúl juega con ansiedad, que es evidente, o que Ronaldo y Valerón están depres, que lo están, sino, por ejemplo, que el Real Madrid padece claustrofobia cuando juega en casa (en esto ha quedado el famoso miedo escénico de Valdano, un pionero) y agorafobia cuando sale fuera. De la misma manera, para citar el caso clínico opuesto, que el Barça ha sabido transformar todas sus adrenalinas individuales en euforia colectiva tipo hip-hop y combate las ansiedades personales de sus megaestrellas (Ronaldinho, Eto'o) con ese Prozac gaseoso que emana de los vestuarios y que no tiene problemas con el antidoping.
Lo que no entiendo, sinceramente, es que al fútbol, como a la vida, le sigan aplicando las teorías del individualismo feroz o de la sociología grosera del reflejo político, las dos teorías aún dominantes. Cuando Michel en TVE y Milla en la PPV, para seguir con el célebre caso patológico, insisten una y otra vez en sus crónicas televisivas en contar la enfermedad del cerebro emocional del Real Madrid desde los presupuestos de las acciones individuales, generalmente patrióticas en los casos de Raúl, Casillas y Guti H, mezclándolas con las clásicas referencias al mito del centro del campo, en plan Escartín, sin mencionar jamás los problemas del estrés, la ansiedad y la depresión del once y su banquillo, entonces no se entiende el partido que nos están contando los domingos o los miércoles. Es pura metafísica basada en la geometría elemental del juego dominante en Europa que, por cierto, está haciendo por la identidad, la unidad y la circulación por la UE más que todas las barrocas comisiones burocráticas de Bruselas.
Pensaba todo esto después de ver la última película de Woody Allen, Melinda y Melinda, de donde han desaparecido por completo todas las referencias y chistes a la industria del psi (hace ya varias películas que no invoca el largo espíritu de Freud) después de habernos hecho adictos no sólo a la hipocondría, sino a las logoterapias de diván del cerebro emocional. Bueno, sí, menciona una sola vez algo relacionado con la vieja dependencia de Woody con el psicoanálisis justamente nombrando la pastilla que acabó con su largo reinado. Cita de pasada el Prozac, que es como mentar al asesino de Freud. Nos alegramos mucho de que Woody ya esté curado o que se haya pasado a esas nuevas terapias, con pastillas o sin pastillas, que han arrinconado el viejo diván y sus charletas de inconsciente. Pero a lo largo de estos años, el hombrecillo de Manhattan nos ha intoxicado de tal manera con sus neuras, psiquiatrías y todas esas enfermedades metropolitanas derivadas del estrés explicalotodo, que hasta los partidos de los domingos y los miércoles exigen a sus críticos, comentaristas y analistas de bar ruidoso que se olviden de las viejas teorías de Escartín y se reciclen con las viejas teorías de Woody Allen, Prozac incluido. Lo exigimos exactamente un 25% de forofos españoles.
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