Después del Apocalipsis... ¿o antes de él?
El autor sostiene que el éxito electoral de Bush se explica por la movilización de grupos religiosos que ahora quieren aprovechar la debilidad de la oposición para imponer su "moral represiva" en la política de EE UU.
Para muchos votantes estadounidenses, el 2 de noviembre fue la batalla de Armagedón, el combate en el que las huestes celestiales destruyen a las legiones del pecado. Días después del acontecimiento, todavía resulta difícil una interpretación teológica. ¿Quién constituía exactamente el bando de Dios? Los progresistas laicos, los defensores de la modernidad cultural, los católicos sociales y los protestantes liberales que apoyaron a Kerry y los demócratas no tienen la menor duda. Eran ellos, y, si la mano rectora de Dios falló inexplicablemente, no se trata de un juicio final y terrible, sino sólo un accidente -aunque grave- que habrá que rectificar en 2008. Los vencedores, que controlan la Casa Blanca, la Cámara y el Senado, tampoco permiten la menor incertidumbre. Su poder emana de Dios, que ha actuado a través de la mayoría. Eso sí, el presidente mezcla la retórica religiosa con el lenguaje de la economía política: en sus propias palabras, dispone de un capital político que tiene intención de gastar.
El presidente encabeza un bando belicista que se siente legitimado para extender la guerra
Queda por ver con qué energía se opondrán los demócratas a esta marcha hacia el desastre
Las disecciones van a tener ocupados a los comentaristas, por lo menos, hasta que el presidente designe un nuevo Gobierno, pero ya hay varias cosas evidentes. Una, que Kerry y los demócratas no desean mencionar la posibilidad de que les hayan robado la victoria, pese a que es una posibilidad real. Aparte de las papeletas provisionales de Florida y Ohio, de votantes a los que se acusó de no estar debidamente acreditados, y que se retuvieron para examinarlas, hubo en todos los Estados miles de papeletas supuestamente estropeadas que no se contaron. Hay que tener en cuenta también el curioso problema de las pantallas electrónicas que los votantes tienen que tocar como en los cajeros automáticos. Salvo que los cajeros entregan recibos y las pantallas de voto muestran las opciones pero no queda ninguna prueba de lo que se ha hecho. Muchas están fabricadas por una empresa cuyo propietario es un importante donante del Partido Republicano. ¿Resulta paranoico sugerir que, dadas todas estas circunstancias, es posible que los resultados de las votaciones anunciados fueran distintos de los verdaderos? Puede que sí, pero recordemos el dicho: "Sólo porque sea paranoico, eso no quiere decir que no tenga enemigos".
Por otro lado, los republicanos tuvieron más éxito que los demócratas a la hora de movilizar a su base electoral entre los blancos de las zonas residenciales, los cristianos tradicionalistas temerosos de todo lo relacionado con la sexualidad, y los que acogieron a un presidente que les prometía aliviar el miedo que provoca el hecho de que Estados Unidos haya dejado de ser invulnerable y que creyeron sus mentiras sobre las armas en Irak y la relación entre Al Qaeda y Sadam. Los demócratas se resignaron a proponer a un candidato que les inspiraba una visible falta de entusiasmo. A veces, ni siquiera él parecía entusiasmado consigo mismo. Incapaz de repudiar una guerra que había apoyado y sin un programa económico y social convincente, la razón fundamental para votar por Kerry era, con todo, muy importante: que no era Bush. La desaparición de Nader en las profundidades históricas es prueba de que la izquierda estadounidense (mucho más amplia y arraigada en la sociedad de lo que creen muchos europeos) consideraba que deshacerse de Bush era su deber prioritario. Pero ni ellos ni los demócratas de centro -que, durante la campaña, se apartaron temporalmente de su coalición de guerra con el presidente para apoyar a un candidato que se había mantenido alejado de ellos en el Senado- lo consiguieron. ¿Y ahora qué?
Los demócratas discutirán sobre su proyecto hasta que el debate se resuelva con la elección de un candidato en 2008. La falta de identidad política precisa de Kerry fue fatal, y tal vez el próximo tenga unos perfiles más definidos. Ahora bien, mientras tanto, los demócratas tendrán que hallar un frente claro de oposición a un presidente cuyas palabras conciliadoras no tienen ningún significado. Tanto en política nacional como en política internacional, el equipo de la Casa Blanca de Bush no se parece al de El ala oeste, sino a otros prototipos televisivos todavía más característicos de Estados Unidos, Los Soprano.
Bush ha anunciado que entre sus objetivos económicos están la simplificación del sistema fiscal, nuevas desregulaciones de la economía y la privatización parcial del sistema de Seguridad Social
[el sistema de pensiones]. El déficit federal dificulta el gasto en programas sociales, sobre todo cuando los presupuestos militares siguen aumentando, así que es indudable que habrá recortes en nuestros programas de asistencia. La reforma fiscal consistirá seguramente en aumentar la carga relativa de la parte inferior e intermedia de la escala de ingresos, a base de disminuir la progresividad -ya limitada- de los impuestos. La privatización parcial de la Seguridad Social será un regalo para Wall Street, pero incluso a los banqueros les preocupa que el Gobierno no pueda permitirse los billones de dólares de los costes de transición: los trabajadores de más edad tendrán que seguir dependiendo de las aportaciones de los más jóvenes. A nuestro presidente no se le da muy bien la aritmética, pero quizá cuenta con que el resto del mundo siga sufragando nuestra deuda exterior, cada vez mayor. Los chinos, en concreto, han visto recompensadas sus compras de bonos estadounidenses con la moderación del fervor republicano para armar y defender Taiwan, una discreción considerable sobre los derechos humanos en China y la afirmación de EE UU de que la brutal persecución de los movimientos étnicos y regionales en China forma parte de la guerra mundial contra el terror.
Los republicanos no sólo son el partido del mercado, son el partido de los valores, es decir, esa moral represiva y ese pánico a la diferencia que nuestros novelistas han criticado de forma tan implacable desde hace casi dos siglos. A estos valores hay que añadir ahora la literalidad bíblica y las fantasías apocalípticas de los fundamentalistas protestantes, así como el regreso de algunos obispos católicos estadounidenses (y muchos feligreses) a posturas que no se observaban desde antes del Vaticano II. Varios obispos condenaron a Kerry porque no se oponía al aborto ni a la investigación con células madre, pero permanecieron curiosamente callados a propósito de la oposición del Vaticano a la globalización capitalista y a la ofensiva contra Irak.
Los fundamentalistas protestantes (y sus aliados católicos) esperan ver su apoyo electoral recompensado con el nombramiento para el Tribunal Supremo (el presidente puede tener la oportunidad de nombrar a tres o cuatro de los nueve miembros) de unos magistrados que penalicen el aborto y prohíban la investigación con células madre, así como con el respaldo presidencial para una enmienda que prohíba el matrimonio homosexual e incluso las uniones civiles. También quieren que haya rezos cristianos en las escuelas públicas. Bush tiene todos los motivos para acceder a estas demandas, al tiempo que, con un cinismo increíble, asegura públicamente que no hace falta ser cristiano para formar parte de la nación. Lo dice, no para aplacar a los laicos, que dudan, con razón, de que vaya a defender una cultura abierta, sino para tranquilizar a los judíos; cada vez son más numerosos los judíos estadounidenses aliados con la Casa Blanca y los fundamentalistas protestantes en su apoyo incondicional a Israel. Y el aumento del voto judío a Bush ha sido crucial en Florida.
Pasemos a la política exterior. Bush tiene derecho a pensar que dispone de luz verde para emprender una guerra total contra la resistencia iraquí. ¿Podrán retenerle las divisiones internas del régimen marioneta de Irak y las dudas de los generales que temen encontrarse con una resistencia aún mayor en una situación que ya es prácticamente incontrolable? No parece que, después de su reelección, vayan a impresionarle las objeciones del equipo de política exterior, el Congreso o la opinión pública. En cuanto a otras aventuras, el ministro de Exteriores británico acaba de declarar que un ataque de Estados Unidos a Irán es "inconcebible". Traducido a inglés no británico, eso significa que lo considera muy concebible y que advierte a Bush (y a su propio primer ministro) de que gran parte del Partido Laborista no estará dispuesto a aceptar que se extienda la guerra. ¿Es posible que Bush esté estudiando formas de sacar a Estados Unidos de la propia trampa que ha resultado ser Irak? No existe ningún indicio de que vayan por ahí sus planes. Por supuesto, el presidente encabeza un bando belicista con todos los motivos para pensar que el resultado de las elecciones no sólo le reivindica, sino que le legitima para intensificar y extender la guerra. Sobre el interés renovado por el problema de la ocupación israelí de Palestina, los dos grandes partidos dicen que el mero hecho de hablar de neutralidad es una presunción de hecho de auténtica capitulación ante el terrorismo. Es evidente que en Washington hay mucha gente que sabe que no es así, pero no tiene el valor de decirlo. Mientras tanto, el Departamento de Estado intenta bloquear el informe de un organismo científico internacional que afirma que el casquete polar está derritiéndose. Algunas verdades son incompatibles con el dogma antiecologista del régimen de Bush; y, en esos casos, no es el dogma lo que se altera.
Queda por ver con qué coherencia y con qué energía se opondrán los demócratas a esta marcha hacia el desastre definitivo. No me cabe duda de que Estados Unidos tendrá que salir tarde o temprano de Irak, en una versión mesopotámica de la catástrofe de Vietnam. Ello podría aumentar la indignación y la sensación de acoso de muchos estadounidenses, con consecuencias profundamente negativas para nuestra democracia y un desprecio aún más abierto por las opiniones de otros países.
Las organizaciones ciudadanas, que demostraron su eficacia en la campaña electoral (sin ellas, Kerry habría tenido un porcentaje muy inferior al respetable 48% que consiguió), no aceptarán que los demócratas del Congreso permanezcan pasivos. Quizá tengan que llenar un vacío político y vuelvan a salir a las calles. Es más, en cuanto hayan absorbido el impacto de la derrota, no parece probable que los que se movilizaron para derrocar a Bush vayan a esperar cuatro años para volver a hacer sentir su presencia.
He leído las tediosas declaraciones de los políticos europeos sobre la necesidad de cooperar con el Gobierno de Estados Unidos. Habrían demostrado más respeto por sí mismos si sus palabras hubieran sido más distantes (y, en este sentido, el tono más apropiado me pareció el de Schröder). Si los europeos desean influir sobre Bush, más les vale prestar atención a las posibilidades de la oposición dentro de Estados Unidos. Y nosotros, en esta era de religiosidad política, podemos recordar un viejo dicho protestante: "Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos".
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