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Columna
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Pepe el Comunista

De tal guisa, y sin coma entre el nombre y el apelativo identificador de El Comunista, aludíamos o nos referíamos por donde La Plana a un albañil trabajador y honrado que vivía en uno de los barrios periféricos que aparecieron a uno y otro lado del famoso Barranquet entre Castellón y Almassora. Eso era cuando la transición o cambio político que dejó atrás el franquismo salido de una guerra civil para ir andando hacia la democracia. Pepe era un ferviente seguidor del eurocomunista Carrillo; había llegado desde uno de esos pueblos rurales de la España profunda de la Meseta; estaba bien integrado en el acogedor País Valenciano, y era harto conocido entre la escasa ciudadanía de izquierdas por su honradez en el trabajo y buen carácter, por ser "buena gente" como dicen ahora los modernos. Tal era su talante, que el alcalde, todavía no elegido democráticamente de su ciudad, se reunía con Pepe cuando de tratar o solucionar un problema en el barrio iba el asunto. Aquel alcalde también era "buena gente" tolerante y de derechas. Del alcalde sabíamos que su padre había sufrido algún tipo de represión por parte de uno de los bandos de la contienda fraticida. Pepe contaba que su progenitor, fue el alcalde de aquel pueblo, localizado en las anchas tierras castellanas, del que procedía, y que su padre, republicano e izquierdista convencido, había protegido y ocultado al curita del pueblo, poniéndolo a salvo de la desalmada furia de algunos izquierdosos. Los vencedores le agradecieron aquel gesto guardándolo una buena temporada en la trena durante la posguerra. Aquel dinámico albañil siempre hablaba -y no sé si habla todavía-, orgulloso del talante tolerante y democrático de su padre que, como Antígona, respetaba más los preceptos de la eterna piedad humana que las leyes de la política, el partido, el estado o la polis clásica, con sus vencidos y sus vencedores en una contiendo fraticida. Episodios como el del padre de Pepe los hubo con toda seguridad a uno y otro lado durante la última contienda incivil e hispana.

A estas alturas del tiempo y la historia, ya ni los que peinamos canas o calvas somos responsables o tenemos algo que ver con lo sucedido hace más de sesenta años. No somos responsables de una historia de la que, la inmensa mayoría de ciudadanos y ciudadanas no fuimos protagonistas ni la vivimos. Somos responsables, eso sí, de la interpretación de esa historia, como dijo el hebreo, cuya familia había desaparecido en el holocausto de la intolerancia nazi. Y si de interpretar y recordar se trata, uno se queda con el ejemplo del padre de Pepe El Comunista, y cuantos padres como el de Pepe El Comunista ha habido en cualquier contienda o bando fraticida: tolerancia, generosidad, eternas leyes de la piedad frente al horror. También nos quedamos con el democrático diálogo de Pepe El Comunista con el tolerante alcalde predemocrático de derechas para solucionar los problemas del barrio.

Y porque se parte de esa interpretación de la historia, no se entiende el desaguisado o la ignominia que se hace con esa interpretación. No se entiende, ni falta que hace, que el independiente alcalde de Benicàssim Manuel Llorca mande retirar una placa pacífica y conmemorativa, colocada en el camposanto de su pueblo, que recordaba la generosidad, la solidaridad, la piedad humana frente al fascismo y las convicciones de los brigadistas internacionales. Esos no vinieron aquí buscando poder o cargos políticos.

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