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Reportaje:

Azufre en la azotea

Vecinos y autoridades polemizan por el grado de contaminación en el Campo de Gibraltar

Antonio Jiménez Barca

Raquel Ñeco, de 33 años, subió una mañana de julio a la azotea de su casa, en la barriada de Puente Mayorga, en San Roque (Cádiz), y recibió en la cara una bofetada de olor a azufre. Un polvillo naranja caído del cielo había manchado todos los tejados del barrio y los coches aparcados en la calle. "Las sillas blancas de plástico, la mesa, la ropa tendida, todo estaba pringado de naranja. Y eso entra en los pulmones, y no puede ser bueno", recuerda Raquel. En su casa no siempre huele a azufre; a veces apesta a pólvora, otras a gasolinera y otras como si te hubieras olvidado durante una semana de bajar la basura. El mal olor procede del macrocomplejo industrial Campo de Gibraltar, y en concreto de la refinería Gibraltar, de Cepsa, una factoría del tamaño de 150 campos de fútbol, creada en 1969, que destila 12 millones de toneladas de petróleo al año y que está a menos de medio kilómetro de la azotea de Raquel. Ella lleva muchos años convencida de que respira veneno. Ahora, casi caída del cielo también, le ha llegado un aliado de nombre estrambótico con el que no contaba: la Brigada del Cubo, un grupo de ecologistas estadounidenses especializado en luchar contra plantas petrolíferas del tamaño de ciudades, que ha ganado demandas en California y Luisiana y que ya ha desembarcado en la bahía de Algeciras para analizar el aire. Y aseguran que lo analizado en un punto pegado a la refinería contiene 22 veces más benceno de lo permitido. Las organizaciones ecologistas de la zona calculan que 3.000 personas viven, como Raquel, pegadas al complejo industrial, y que 15.000 están directamente afectadas.

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Todo empezó, como otras cosas en Cádiz, con el viento: cuando sopla levante, el mal olor -y los supuestos elementos tóxicos- viaja hacia Algeciras o San Roque; cuando sopla poniente, la peste se balancea hacia Gibraltar. Y fue desde Gibraltar desde donde el Environmental Safety Group envió un SOS a los miembros de la Brigada del Cubo: "Decidimos invitar a Denny Larson, uno de los miembros más destacados de este grupo, para que nos ayudara, y aceptó, vino, se espantó de lo que vio, nos enseñó a utilizar su cubo, y se fue", explica Janet Howitt, miembro del grupo ecologista.

El cubo que da nombre al movimiento nació en California en 1995, cuando Edward Masry, un abogado que acusaba a una refinería de contaminar la vida de los vecinos de Contra Costa County, espoleó a un ingeniero local para que diseñara un sistema barato y transportable que permitiera a comunidades pobres recolectar por su cuenta muestras de aire supuestamente contaminado. El ingeniero lo logró: incorporó determinadas válvulas y una bolsa de plástico a un cubo metálico normal y corriente. El principio básico es simple: hacer el vacío en el cubo mientras la bolsa que contiene se va llenando del aire que lo rodea. Masry a su vez consiguió que las muestras recogidas fueran consideradas por la Agencia Norteamericana de Medioambiente. Había nacido un arma pequeña pero efectiva contra algunas industrias petrolíferas. El abogado de la idea es el jefe del gabinete donde trabajó Erin Brockovich, la mujer que consiguió doblegar una planta química y personaje llevado al cine por Julia Roberts.

"Y una noche de septiembre, con dos coches, fuimos, gente de Gibraltar y nosotros, a sacar muestras con el cubo. Donde peor olía, allá fuimos. Y acabamos en un lugar denominado La Colonia, pegado a la refinería, y no muy lejos de una barriada de casas", recuerda Juan José Uceda, ecologista miembro de la Plataforma Sanitaria en Campo de Gibraltar. Hicieron cuatro mediciones más. Y las enviaron a un laboratorio californiano recomendado por Larson. Tres resultaron inocuas. Pero en la de La Colonia aparecieron 110 microgramos de benceno por metro cúbico -lo permitido es cinco- y niveles de disulfuro de carbono, touleno y ácido sulfihídrico también por encima de lo estipulado.

Un portavoz de la refinería Gibraltar de Cepsa califica de "fantasmada" la acción de los brigadistas. "No se mantiene desde el punto de vista científico. Nosotros hacemos nuestras muestras, con sistemas más elaborados que ése del cubo. Y no sólo nosotros. También la Junta de Andalucía lo hace y nos controla", añade. Y concluye: "Esta planta da trabajo a más de 3.000 personas. Y el polígono entero, a 30.000. El otro día, alguien en la planta comentaba que mientras en San Fernando protestan porque se llevan los astilleros, aquí lo hacen para que se vayan las fábricas".

Juan Luis Ramos, profesor del CSIC, lleva más de un año, por encargo de la Junta de Andalucía, analizando el aire y el agua de la zona. "Y en todas las mediciones la media de benceno y de tolueno no ha sobrepasado nunca los límites permitidos", asegura. En el caso del benceno, la media en La Línea es de 1,4 microcramos por metro cúbico. En Los Barrios, es de 0,5. Los ecologistas replican que estas localidades están a varios kilómetros de donde ellos midieron. Ramos pone "la mano en el fuego" por su análisis. "De los de otros no me hago responsable", añade.

Mientras, los vecinos siguen protestando: el miércoles, una cincuentena se concentró cerca de la refinería. Una de ellas, Francisca Ruiz, de 55 años, asegura que desde los 13 es asmática. Otra, Ana Luz Mateos, de 47 años, quiere hacer "una lista de muertos de cáncer y otra de los condenados a muerte". En esto, la Junta de Andalucía es terminante: "La Escuela Andaluza de Salud Pública ha hecho un estudio epidemiológico que demuestra que no hay ninguna relación entre mortandad y contaminación", explica un portavoz de la Consejería de Medio Ambiente.

El ecologista Uceda le responde: "Que vayan al sitio donde medimos aquella noche. Y que nos demuestren que es mentira lo del benceno".

Vista del polígono industrial del Campo de Gibraltar.
Vista del polígono industrial del Campo de Gibraltar.JOSÉ BIENVENIDO

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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