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Columna
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Las memeces tiránicas

Javier Marías

Cuándo se volvió el mundo memo? Y sobre todo, ¿cuándo las sociedades aceptaron plegarse a la tiranía o terror de los memos? Hoy lo dominan todo y casi nadie se atreve a oponérseles, ni a rechistar siquiera. Y ellos, envalentonados, recorren la senda de su totalitaria memez sin obstáculos, esto es, se dedican a controlarlo todo.

En los últimos meses se ha hablado mucho de Rocco Buttiglione, propuesto como titular de Justicia al Parlamento Europeo, y que tildó la homosexualidad de pecado; también de su colega Mirko Tremaglia, el cual le echó un cable diciendo que en Europa, vistas las críticas, los maricones eran mayoría. Justo es que se haya hablado de ellos y se les haya intentado poner freno. Pero en cambio nadie ha soltado una palabra sobre otro Consejero propuesto por Durão Barroso (conocido como el Anfitrión de Piedra, ya que de Convidado no hizo, en la bélica reunión de las Azores). Su nombre es Markos Kyprianou y aspira sin trabas a la cartera de Sanidad, es chipriota y anunció una de las mayores sandeces jamás oídas en la lucha antitabaco, y miren que en ese campo la competencia es salvaje. Pero nadie se ha sobresaltado. Esta lumbrera de Chipre propone prohibir que se vean en televisión, al menos en horarios diurnos y con niños no enjaulados, películas en que aparezca alguien fumando, es decir, películas a secas, o por lo menos todas las anteriores a 1995 o por ahí. Desde hace unos años se fuma menos en ellas, o bien lo hacen sólo los muy malvados y ruines, o bien lo hacen tan mal los actores como Nicole Kidman en La mancha humana (se pasa la cinta con un pitillo en la boca y se nota que no tiene ni idea, parece estar inhalando oxígeno al borde del ahogo). La idea es tan necia que no sólo nadie la ha protestado, sino que lo raro es que aún no hayan surgido colectivos varios exigiendo que tampoco se emitan películas con tacos, o con negros o moros turbios, o con mujeres acosadas o maltratadas, o con esclavos (adiós a Los diez mandamientos, por ejemplo), o con cualquier cosa hoy mal vista, como si todo pasado desobediente debiera borrarse de nuestro presente despótico.

A los pocos días, el mismo Parlamento sugiere que los paquetes de cigarrillos vayan ilustrados por fotos terroristas de enfermedades posibles causadas por el tabaquismo, y tampoco nadie protesta. A mí me parece bien esa idea, siempre y cuando a partir de ahora las puertas de los coches lleven estampadas imágenes de víctimas de accidentes, y lo mismo los aviones; las botellas de vino y de whisky, imágenes de escarabajos y ratones protagonistas del delirium tremens, o de gente asesinada bajo los efectos del alcohol; las playas exhiban carteles con cuerpos ahogados y mordisqueados por los peces; los folletos turísticos del Caribe, ampliaciones de los cadáveres que dejan tras de sí los huracanes, y así hasta el infinito. Un mundo simpático y optimista el que tendríamos, si de todo -como sería lo lógico y justo- se anunciaran los riesgos igual de gráficamente. Y leo que nuestra actual Ministra de Fomento, en un rasgo de totalitarismo y con recorte de las libertades, va a suprimir en todos los trayectos ferroviarios de menos de cinco horas los vagones para fumadores, por segregados que vayan de los otros. No hay más razón para esto que el afán de prohibir, algo insaciable una vez abierta la espita, como bien sabemos los que padecimos el franquismo.

Pero la memez no conoce barreras. La Generalitat de Cataluña pide al Gobierno (y éste, aterrado, se precipita a satisfacerla) la "anulación" del juicio sumarísimo contra Lluís Companys en 1940, como si tal vileza, con fusilamiento incluido, pudiera ser "anulada" por nadie. Las cosas pasaron como pasaron y no hay quien las mueva, ni quien pueda devolverle el honor nunca perdido y la vida a Companys ni a ninguna otra víctima pretérita, y todas estas mil iniciativas son tan hueras que sólo cabe verlas como autopropaganda de quienes las tienen y mezquino aprovechamiento de los muertos, a los que nadie puede compensar de nada.

Por último: este diario se rasgó las vestiduras y pidió mil perdones por una publicidad digital con imágenes de las Torres Gemelas antes y durante los atentados, con un lema como este: "Si el mundo puede cambiar tanto en un día, ¿cuánto no cambiará en un trimestre?" Al parecer hubo tal aluvión de protestas que EL PAÍS, amedrentado, la retiró en el acto. Yo aún no entiendo el porqué, ni de las protestas histéricas ni del mea culpa. ¿Acaso el 11-S no fue una noticia, que además no desconoce nadie? Y es más, ¿no fue la noticia más importante de los últimos cincuenta años? ¿Por qué no va a utilizarse, como ejemplo máximo? Sí, lo más grave, ya digo, no es que proliferen las memeces sin cuento inspiradas por un espíritu policial insaciable, sino que hayan impuesto su terrorismo perpetuo a la parte del mundo aún no dictatorial ni tontificada, que agacha la cabeza y cede siempre.

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