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Columna
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Vuelve Sócrates

Stéphane Dion fue hasta hace unos meses ministro de Relaciones Intergubernamentales de Canadá. Es conocido sobre todo como autor de la Ley sobre Claridad que sirvió para encauzar el debate soberanista de Quebec. Hace un año estuvo en el País Vasco. Entrevistado por José Luis Barbería sintetizó su posición respecto a los nacionalistas recomendando no hacerles concesiones y no ofenderles. Aquí más bien se hace lo contrario. Se les intenta calmar mediante concesiones que les convencen de que tienen que pedir más (su tope es la independencia); hasta que llega un momento en que las instituciones no tienen más remedio que decir no; y entonces se dan por ofendidos.

El pasado martes, el Congreso de los Diputados rechazó, con los votos del PSOE y del Partido Popular (88% de los escaños), sendas proposiciones de ley de CiU y del PNV pidiendo el reconocimiento internacional de las selecciones autonómicas. En la sesión de control de ayer, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, confirmó que no habrá enfrentamientos entre la selección nacional y la de Cataluña, contra el deseo expresado por Pasqual Maragall. Por su parte, el portavoz de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, ha "confirmado" el rechazo de su partido a la inclusión de la autodeterminación en la reforma del Estatuto. Los socialistas catalanes habían intentado neutralizar las pasiones de los aliados soberanistas enarbolando sus banderas -en el caso de las selecciones, en sentido literal-, y en ambos casos han tenido que dar marcha atrás, provocando sarcasmos y acusaciones de travestismo político e incoherencia.

Lo de la autodeterminación es lo más sorprendente. Hasta ahora se daba por entendido que una diferencia entre la propuesta del lehendakari, Juan José Ibarretxe, y la del tripartito catalán era que la primera encubría bajo una aparente reforma estatutaria una sustancial reforma constitucional que rompía la lógica del Estado autonómico. El presidente del Consejo de Estado, Francisco Rubio Llorente, acaba de advertir de que, en su opinión de jurista, si Cataluña se definiera en la reforma estatutaria como nación, ello obligaría a reformar la Constitución española. ¿Qué habría que hacer, entonces, si en esa reforma se incluyera el reconocimiento del derecho de autodeterminación? Urge una Ley de Claridad en Cataluña, porque en una semana se ha pasado de la defensa de la inclusión de la autodeterminación por el conseller Joan Saura (de IC-V), apoyada por el portavoz adjunto del PSC, Joan Ferran, a su rechazo por parte de Montilla, confirmado por Iceta.

El argumento de este último es que autonomía y autodeterminación marcan "caminos divergentes". Así se entendió en el debate constitucional (Jordi Solé Tura) y se ha dado luego por supuesto entre los políticos socialdemócratas y también entre los constitucionalistas. El principio de autodeterminación se desarrolló pensando en países sin instituciones democráticas propias. Pudo tener lógica que se reclamase (confusamente) durante el franquismo, pero no cuando las elecciones evidenciaron que no sólo era plural España; que también lo eran Euskadi y Cataluña. Las elecciones permiten expresar esa pluralidad de manera continuada y más matizada que un referéndum con sólo dos opciones.

¿Qué ha pasado para que todo ello parezca haberse olvidado de repente? ¿Hay algo más que la necesidad de los votos de Esquerra Republicana de Catalunya detrás del aparente ataque de patriotismo adolescente de políticos que hace tiempo dejaron de ser jóvenes promesas? Invitan a pensarlo iniciativas como la de considerar de cajón aprovechar el cambio de mayoría para cambiar el formato de las matrículas de los coches (con el apoyo sobrevenido de Josep Piqué). O la seriedad con que comentaristas sensatos en otros terrenos deslizan sarcasmos que compendian todos los lugares comunes de los años setenta (sacrosanta unidad de España, nacionalismo español agresivo) frente a los que defienden el Estado autonómico; como si todo siguiera igual.

Toda nueva generación se caracteriza por impugnar lo que la anterior daba por establecido, que suele coincidir con lo que aprendió por rectificación de sus inclinaciones juveniles. Eso es normal. Lo raro es la falta de combatividad de tantas personas maduras rendidas sin lucha ante la pregunta que hoy domina la política española: ¿qué hay de malo en ello? No todo está perdido, sin embargo: vuelve el maestro del arte de la definición. A sus 50 años, Sócrates ha fichado por el Garforth Town, un pequeño club del noroeste de Inglaterra.

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