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Columna
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Las bellas hipótesis y los feos hechos

Soledad Gallego-Díaz

La gran tragedia de la ciencia es tener que descartar bellas hipótesis por culpa de feos hechos. Lo decía el gran biólogo británico T. H. Huxley, pero parece que ahora, en España y en casi todo el mundo, es una maldición que afecta mucho más a la política, y a cierto periodismo, que a la física o a la química. A algunos políticos, y a algunos periodistas, por ejemplo, les está costando una barbaridad atender a los feos hechos que va revelando la Comisión de Investigación sobre el 11 de marzo de 2004, por más que dibujen una realidad aplastante.

Más allá de cualquier discusión, matiz, contacto o coincidencia, los hechos demuestran que el atentado de Madrid fue pensado, organizado y ejecutado por extremistas islámicos, terroristas que en su mayoría residían en España; que en algunos casos ya habían pasado por la cárcel y que, en un buen porcentaje, ya eran conocidos, bien por los servicios de inteligencia, bien por el propio Cuerpo Nacional de Policía o la Guardia Civil o, incluso, por algunos juzgados. Es verdad que, como dijo uno de los comparecientes ante la Comisión parlamentaria, a toro pasado puede parecer muy fácil relacionar a unos con otros y sacar conclusiones, pero que en aquel momento, y por las circunstancias que se han ido desgranando, todo fue mucho más dificil y, a la postre, imposible.

Es feo, pero son los hechos. Y precisamente porque "el toro ya pasó", ahora no hay disculpa para no saber exactamente de qué lado derrota. Eso sí que resultaría dañino. Es un disparate que en el afán de algunos por tener razón así se caiga el mundo todos corramos el riesgo de distraernos y de dejar de estar atentos a lo que, de verdad, es importante: que, muy probablemente, siguen existiendo en España grupos de fanáticos islamistas capaces de repetir la matanza.

Algo funcionaría mal, y algo habríamos hecho muy mal los periodistas españoles, si al final de este triste trayecto, a los ciudadanos de este país les pasa lo mismo que a los de Estados Unidos. Allí, una buena parte de los republicanos favorables a Bush siguen creyendo, contra toda razón y toda evidencia, que Sadam Husein tuvo algo que ver con los aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas. La gran tragedia del periodismo norteamericano es su responsabilidad en el hecho de que un elevado porcentaje de los estadounidenses que van a ir a votar este martes esté convencido de que el régimen iraquí tenía armas de destrucción masiva, por más que el propio Pentágono haya admitido ya, con la boca pequeña, pero nítidamente, que se equivocó en sus análisis y que Sadam no disponía de ese tipo de sustancias desde hacía ya muchos años.

Lo curioso de este comienzo del siglo XXI es que están fracasando mucho más los medios de comunicación que los denostados Parlamentos. Al fin y al cabo, tanto en el caso de Estados Unidos, como en el de España, las comisiones de investigación, brillantemente o a trancas y a barrancas, van a honrar sus obligaciones y a cumplir sus objetivos, trasladando a los ciudadanos un relato razonablemente cierto de lo que ocurrió, de lo que no funcionó y de lo que hay que cambiar. La Comisión de Investigación del 11-M ha tenido, y sigue teniendo, grandes defectos. Pero es justo reconocer que ha conseguido también resultados dignos de encomio. Quizá sea debido al pequeño grupo de especialistas policiales que se ha encargado de explicar las circunstancias y los resultados de su trabajo, mucho más que a la dedicación de los propios diputados, pero lo cierto es que gracias a esta Comisión está siendo mucho más fácil establecer la verdad de lo ocurrido.

Está por ver que el periodismo español, en su conjunto, no tenga que asumir finalmente un balance como el norteamericano. Quizá haya que admitir que si los españoles terminan albergando dudas sobre quiénes fueron los responsables de los atentados de Madrid (como increíblemente tienen todavía muchos norteamericanos sobre los atentados de Nueva York) será porque el periodismo no honró sus obligaciones. solg@elpais.es

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