Incomunicación afectiva
Un buen material para meditar sobre el peso del pasado y sobre las relaciones paterno-filiales a través de una película. Eso es lo que han visto dos autores tan distintos como el español Emilio Martínez-Lázaro y el francés Manuel Poirier en la novela de Ignacio Martínez de Pisón Carreteras secundarias. Sin embargo, y de manera acorde con sus respectivas carreras, mientras Martínez-Lázaro ponía el acento en la comedia (ácida, si se quiere) en su filme de 1997, en Caminos cruzados Poirier lo hace en el drama, el de un padre y un hijo condenados a vivir como nómadas.
Realizador de películas como Western (1997) o La curva de la felicidad (2002), quizá sobrevaloradas por una parte de la crítica, Poirier intenta en Caminos cruzados un ejercicio de absoluto rechazo de cualquier adorno que distraiga al espectador de lo que se pretende contar: una historia de incomunicación familiar. El autor renuncia a la explotación de ciertas tramas secundarias, apenas utiliza la música y en sus lacónicos diálogos predomina el monosílabo o la pregunta sin respuesta, lo que lleva irremisiblemente a la película hasta el aburrimiento. La sensación de que se quiere saber más de sus protagonistas es constante, y en nada ayuda tampoco que el joven Kevin Miranda, mal dirigido o mal elegido por Poirier, convierta al Fernando Ramallo de Carreteras secundarias en un prodigio de expresividad. Como contrapartida, Sergi López está tan bien como suele cuando actúa a las órdenes del director que le dio a conocer en toda Europa, incluida España.
CAMINOS CRUZADOS
Dirección: Manuel Poirier. Intérpretes: Sergi López, Kevin Miranda, Lucy Harrison. Género: drama. Francia, España, 2003. Duración: 101 minutos.
Babelia
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