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Reportaje:LA LUCHA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO

Un acuerdo para proteger el planeta

El protocolo, nacido en 1997 de una intensa negociación, se convierte en la primera herramienta contra el cambio climático

En la madrugada del 12 de diciembre de 1997, en el Palacio de Congresos de Kioto (Japón), cuando el diplomático argentino Raúl Estrada (como presidente del Comité de Negociación del Protocolo) declaró aprobado por unanimidad el documento ante la euforia de los representantes de 180 países y 12.000 participantes en la cumbre de la ciudad nipona, muy pocos tuvieron una imagen clara del difícil camino que emprendía entonces el recién nacido compromiso mundial para proteger el clima del planeta. Fueron necesarios varios años más de reuniones, negociaciones y compromisos políticos para perfilar los detalles del protocolo. Y cuando estuvo listo, en diciembre de 2001, empezó el proceso de ratificación, que ha sido también mucho más lento y difícil de lo que se esperaba aquella madrugada nipona. Finalmente, el histórico acuerdo entrará en vigor y su cumplimiento será obligatorio para los países que lo han ratificado.

Los gigantes China, India y Brasil están por ahora exentos de porcentajes fijos
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La verdad es que también muy pocos habían creído en 1995, cuando se acordó la preparación del protocolo en Berlín, en la primera Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas Sobre Cambio Climático, que el documento estaría listo en un par de años. Y casi nadie tenía claro cómo podría ser un acuerdo internacional tan ambicioso, para proteger a la Tierra de la amenaza del calentamiento global inducido por la especie humana. Prácticamente no había precedentes en el derecho internacional sobre los que basar tan ambicioso plan. El Tratado Antártico y el Protocolo de Montreal -para la protección de la capa de ozono- pueden considerarse de ámbito limitado en comparación con el Protocolo de Kioto y el cambio climático.

El protocolo, en cumplimiento de lo estipulado en la Convención -contener las emisiones de gases de efecto invernadero en un nivel que no suponga un riesgo-, establece las reducciones de dichas emisiones a la atmósfera con plazos y cantidades fijas. En concreto, lo que se acordó en Kioto, tras durísimas negociaciones, es una reducción de las emisiones en un 5,2% para 2008-2012 (primer periodo de cumplimiento) respecto al nivel de 1990. Pero no todos los países tienen obligaciones en esta fase.

Dado que el problema del calentamiento global del planeta (que está provocando un aumento de las temperaturas medias y que tendrá efectos más marcados en las próximas décadas) se dispara por el crecimiento de las emisiones generadas en el último siglo y medio, durante la industrialización, y teniendo en cuenta que son los países desarrollados los causantes, se reconoció en Kioto la denominada responsabilidad histórica. Por ello los países desarrollados son los primeros que deben reducir sus emisiones, y los en vías de desarrollo carecen, de momento, de compromisos cuantificados.

Así, los gigantes en desarrollo, sobre todo China, India y Brasil, con previsiones de un crecimiento económico acelerado y un aumento paralelo de las emisiones, están por ahora exentos de porcentajes fijos de contención de las mismas, pero sí tienen que respetar otros muchos aspectos del texto.

Éste es uno de los puntos que aduce la Administración de Bush para rechazar el acuerdo, aunque fue aceptado por EE UU durante la negociación con la Administración de Clinton, que llegó a firmar el documento en 1998, aunque no lo ratificó.

El protocolo especifica que 39 países desarrollados tienen que cumplir objetivos cuantificables de control de emisiones, y ese 5,2% de reducción es la combinación de los mismos. EE UU tiene asignado un 7% de reducción; Japón, un 6%, y los 15 países de la UE, un 8% (aunque luego se reparten la carga internamente); Rusia tiene que quedarse en su mismo nivel de 1990.

Pese a la dificultad que supuso alcanzar el acuerdo en Kioto, que mantuvo en vilo durante toda la noche del 11 al 12 de diciembre de 1997 a miles de personas en las negociaciones, los científicos del clima advierten de que el 5,2% de reducción no significa apenas nada a efectos del sistema climático. Habría que bajar en torno a un 50% o más las emisiones para modificar la tendencia del calentamiento y sus efectos. Pese a ello, el Protocolo de Kioto se entiende como un primer paso en la senda correcta hacia medidas que realmente tengan impacto apreciable en el problema.

De cualquier forma, gran parte del daño ya está hecho, advierten los expertos: el incremento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera ya está produciendo su efecto y la inercia es tal que el cambio climático se dejará notar en este siglo independientemente de lo que se haga. Pero si las emisiones son menores de lo previsto, los efectos se atenuarán, y si no se controlan, los impactos serán más rápidos y más acusados.

Por ello se incide en la necesidad de ir tomando ya medidas de adaptación a los cambios que se avecinan. Los efectos más notables que se esperan son variaciones drásticas en las precipitaciones, subida del nivel del mar, por lo que el agua invadirá costas, playas e infraestructuras, incremento de las temperaturas medias, cultivos y reservas de agua seriamente afectados, glaciares mermados y mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos de inusitada violencia. Pese a que muchos responsables de planificación económica y de los sectores más directamente implicados en las emisiones señalan el coste de cumplir con el Protocolo de Kioto, los expertos recuerdan que también existe el coste de no actuar frente al cambio climático.

Para facilitar las condiciones de su cumplimiento, el protocolo especifica tres vías, llamadas mecanismos, que los países pueden utilizar para cuadrar sus cuentas en cuanto a emisiones al final del plazo. Se trata de la compraventa de cupos de emisión y de los proyectos cuya puesta en marcha significa una reducción de los gases de efecto invernadero.

La letra pequeña de estos mecanismos, así como las penalizaciones por incumplimiento del protocolo, la ayuda económica a los países en vías de desarrollo y un sinfín de cuestiones organizativas, quedaron con muchos cabos sueltos en Kioto y atarlos ha supuesto varios años de arduas negociaciones. Finalmente, en la cumbre de la Convención celebrada en Marraquech en 2001 quedó rematada la filigrana del acuerdo, listo ya para empezar el proceso de ratificación. La UE lo hizo en bloque en mayo de 2002, y Japón, en junio de ese año. Japón, Canadá, varios países desarrollados y numerosos en desarrollo también lo han hecho ya. Rusia dio su conformidad al protocolo varias veces y otras tantas la retiró.

EE UU denunció el acuerdo, pero se quedó prácticamente aislado, ya que casi todos sus antiguos socios de posturas comunes en las negociaciones del protocolo se pasaron a las filas de los defensores del mismo.

Dada la importancia de EE UU y su responsabilidad en las emisiones globales (un 36,1% del total en 1990), tanto la UE como Japón, Canadá y otros países insisten en la necesidad de atraer a Washington al esfuerzo común para hacer frente al problema del cambio climático, buscando fórmulas aceptables para todas las partes. Ahora, la ratificación de Rusia permite a los defensores del Protocolo de Kioto encarar a EE UU desde una realidad en marcha y no sólo desde un proyecto de acuerdo para afrontar el considerado mayor problema medioambiental del planeta.

Rápido y peligroso

El compromiso mundial para actuar frente a la amenaza del cambio climático partió de la histórica Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992. La Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático fue la única de las que allí se negociaron que se abrió para la firma de los países. Un total de 166 países lo han hecho, incluido EE UU.

El objetivo de la convención es "lograr la estabilización de las concentraciones de los gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático. Ese nivel debería alcanzarse en un plazo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente al cambio climático, asegurar que la producción de alimentos no se ve amenazada y permitir que el desarrollo económico prosiga de forma sostenible".

El Protocolo de Kioto es el instrumento que da niveles cuantificados de emisiones y fechas para plasmar ese objetivo de la convención.

En realidad, los responsables políticos reunidos en Río reaccionaban en este tema a la seria advertencia que habían dado los científicos acerca de un posible rápido y peligroso cambio climático inducido por la actividad humana en el último siglo y medio, principalmente por las emisiones de gases de efecto invernadero generadas al arder combustibles fósiles en cantidades ingentes.

Los científicos del clima, desde finales de los ochenta, coordinan los resultados de sus investigaciones en un organismo de Naciones Unidas, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), que dio aquella alarma en su primer informe. Desde entonces se han elaborado otros tres, mucho más concretos, en los que se perfilan para el futuro las temperaturas medias del planeta y las precipitaciones, el nivel del mar o las alteraciones en los patrones climáticos en diferentes escenarios de emisiones (con control de las mismas o sin ellas).

En concreto, la temperatura media subirá entre 1,4 y 5,8 grados centígrados hacia 2100. Además, el IPCC indica que, según las investigaciones científicas, más de la mitad del cambio climático ya en marcha se debe a la actividad humana.

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