_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El debilitamiento relativo de Barcelona

Antón Costas

¿Pierde Barcelona peso económico y se hace más pueblerina? Para Leopoldo Rodés, conocido empresario y mecenas barcelonés, la respuesta es que sí. Sin embargo, para Pedro Nueno, profesor del IESE y consultor de empresas, Barcelona es una ciudad muy atractiva para vivir y no ha perdido peso económico ni capacidad de competir. Mi opinión es que no se trata de un problema de peso, sino de tamaño y de modelo económico y empresarial.

Los tres fuimos invitados la semana pasada por el presidente del Círculo Ecuestre, Manuel Corominas, a una cena coloquio para debatir sobre el presente y el futuro de Barcelona y Cataluña. El riesgo era caer en el manido debate Barcelona versus Madrid. Pero Rodés situó el problema en un escenario más interno y provocativo. No duda que Barcelona es una de las ciudades del mundo más cómodas para vivir, pero en eso reside parte del problema. Le gustaría que fuese menos cómoda y más ambiciosa e innovadora. Teme que se transforme una ciudad residencial y deje de ser una ciudad industrial. Ofreció ejemplos para sostener su pesimismo.

Sin embargo, los indicadores convencionales no muestran una pérdida de peso económico de Barcelona y Cataluña en relación con el conjunto de España. El PIB mantiene su proporción, se mantiene el liderazgo en oferta de empleo cualificado, las exportaciones ganan cuota y la creación de empresas continúa fuerte.

Pero esta evidencia no parece sosegar los espíritus. La cuestión que alimenta la desazón es el temor a que Barcelona esté perdiendo de forma irreversible centros de decisión económica y cultural, y que no sea capaz de mantener en el futuro el liderazgo industrial y la capacidad de generación de riqueza -de hacer nuevos ricos- que tuvo en los últimos 150 años, y de que pierda también la capacidad de seducción que una sociedad moderna, abierta y europea tuvo para muchos españoles y latinoamericanos en las pasadas décadas.

Hoy esa capacidad de liderazgo y de atracción parece haberse debilitado. Los jóvenes que quieren abrirse camino en la vida, ascender en la escala social y hacerse ricos, ya sea en el mundo profesional o en el de la empresa, y los que buscan un ambiente estimulante para la creación cultural y artística, no ven a Barcelona como el lugar para lograr su ambición. El medio ambiente cultural y empresarial se ha hecho demasiado endogámico.

Si aceptamos este diagnóstico surgen toda una serie de cuestiones. ¿Cuáles son las causas? ¿Por qué si la productividad de la economía catalana es muy pobre, la capacidad de I+D reducida y la innovación débil, los empresarios no reaccionan? ¿No será acaso que las necesidades de las empresas catalanas para seguir sobreviviendo son menores de lo que creemos? Pero si es así, ¿a qué aspiramos, simplemente a sobrevivir?

En la botica de los economistas hay explicaciones y remedios para todos los gustos. Para algunos, la causa está en el centralismo del Estado, que ha obstaculizado el crecimiento catalán, y en la falta de poder político autonómico para decidir el propio futuro. Pero, de forma aparentemente contradictoria, durante el largo periodo en el que el Estado ha estado fuertemente centralizado y Cataluña no tuvo poder político alguno, ya fuese durante la Restauración o durante el régimen de Franco, la economía catalana funcionó bastante bien y surgió una clase empresarial que se enriqueció. Por el contrario, los síntomas de debilidad económica y cultural han coincidido con el momento en que el Estado se ha descentralizado y Cataluña goza de un grado de poder político como nunca tuvo con anterioridad.

Sin embargo, no hay que sacar la conclusión de que ha sido la autonomía la causa de nuestras debilidades y de que mejor nos hubiera ido con el centralismo. Dejando de lado ahora el hecho de que ciertas políticas estatales (privatizaciones, infraestructuras y políticas regulatorias) han actuado en la última década como elementos neutralizadores de los efectos económicos de la autonomía política, para comprender las razones de fondo del debilitamiento relativo del liderazgo económico y cultural de Barcelona hay que entender la mutación que han sufrido las bases económicas y culturales del modelo histórico de crecimiento catalán a partir de la creación del mercado único europeo y de la globalización de los años noventa. El desarrollo económico catalán se produjo a lo largo del último siglo y medio, coincidiendo con la creación del mercado interior español. Las bases económicas de ese mercado fueron la existencia de una moneda propia, la peseta, y de unas aduanas. Moneda y aduanas permitieron diseñar políticas monetarias, políticas de tipo de cambio y políticas comerciales que favorecieron la aclimatación de la industria. Eso, combinado con el trabajo y el esfuerzo, dio lugar a un modelo de desarrollo económico, social y cultural muy dinámico y exitoso. Pero con la puesta en marcha del mercado único europeo y la introducción del euro, hemos perdido la moneda y las aduanas. Y aquella cultura abierta y dinámica se ha hecho muy endogámica. Es decir, las bases de la prosperidad pasada han desaparecido y ahora necesitamos establecer otras nuevas para seguir manteniendo el liderazgo y el dinamismo innovador y emprendedor dentro del nuevo mercado marco europeo y mundial. Y en esas estamos. ¿Qué queremos ser ahora que no tenemos moneda propia ni aduanas? ¿A qué aspiramos, a vivir de forma acomodada o a crear nueva riqueza? ¿Cómo ha de cambiar el tamaño de las empresas y la endogámica tradición de gestión familiar para afrontar los nuevos retos? ¿Cómo atraer a los mejores hacia Barcelona? ¿Qué papel han de desempeñar el Estado y la Generalitat en ese cambio de modelo? Las respuestas tomarán su tiempo. Y mientras tanto, nos veremos invadidos por ese sentimiento de debilidad económica y cultural.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_